LA ORACIÓN DE JESÚS, UNA ÍNTIMA RELACIÓN CON DIOS
LA ORACIÓN DE JESÚS,
UNA ÍNTIMA RELACIÓN CON DIOS
Jesús nació en un pueblo que sabía rezar. En Israel no se vivía la crisis religiosa que se observa en otros pueblos del Imperio. No se escuchaban burlas hacia quienes dirigían sus plegarias a Dios; nadie se burlaba de la oración.
Los paganos rezaban a sus dioses, pero no sabían en quién confiar; por si acaso, levantaban altares a todos, incluso a los “dioses desconocidos”; como leemos en Hch 17,22-23 cuando San Pablo de misión en Grecia “de pie en medio del Areópago, habló: -Atenienses, en todo veo que sois más religiosos que nadie, porque al pasar y contemplar vuestros monumentos sagrados he encontrado también un altar en el que estaba escrito: «Al Dios desconocido». Pues bien, yo vengo a anunciaros lo que veneráis sin conocer.” Lo que intentaban los paganos, era utilizar a las diferentes divinidades pronunciando nombres mágicos; trataban de “cansar” a los dioses con sus rezos hasta arrancarles sus favores; y si no los conseguían, los amenazaban o los despreciaban. Es conocida la expresión latina fatigare deos, que significa “A los dioses hay que fatigarlos con rezos, cansarlos hasta conseguir su ayuda”.
Pero la atmósfera que Jesús respiraba en Israel era muy diferente. Todo judío piadoso comenzaba y terminaba el día confesando a Dios y bendiciendo su nombre. El historiador judío Flavio Josefo escribió en su obra Antiguedades de los Judíos 4, 212: “Dos veces al día, al comenzar la jornada y cuando se acerca la hora del sueño, en actitud de acción de gracias, hay que evocar delante de Dios, el recuerdo de los gestos que hizo desde la salida de Egipto.” Esa oración de la mañana y de la noche era ya una costumbre consolidada en tiempos de Jesús, tanto en Palestina como en la diáspora judía. También los esenios de Qumrán y los terapeutas de Alejandría rezaban al salir y al ponerse el sol. Todos los varones se sentían obligados a practicarla a partir de los trece años. Probablemente, Jesús no pasó un solo día de su vida sin hacer la oración de la mañana al salir el sol y la oración de la noche antes de ir a dormir pues debió ser costumbre hacerlo en su casa, en familia.
Había también otra oración que se decía a las tres de la tarde, en el momento en que se ofrecía el “sacrificio vespertino” en el templo de Jerusalén. Al parecer, también esta oración había arraigado ya en el siglo I, tal vez por influencia de los grupos fariseos y tal vez Jesús la practicó puesto que en los Hch 3,1 dice que “Pedro y Juan subían al templo a la hora de la oración, hacia las tres de la tarde”. Y podemos pensar que siendo Jesús su maestro, ellos debieron compartir con Él esa costumbre.
Tanto la oración del amanecer como la del anochecer comenzaba con la recitación del Shemá, que no es propiamente una oración, sino una confesión de fe. Curiosamente, en el Shemá, el orante no se dirige a Dios, sino que lo escucha para recordar lo que Dios espera de cada uno, dice: “Escucha, Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor es uno. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Guarda en tu corazón estas palabras que hoy te digo…”
El Shemá estaba compuesto por tres textos tomados del Dt 6,4-9; Dt 11,13-21 y Nm 15,37-41. Shemá Israel, ‘Escucha, Israel’, es el nombre de una de las principales plegarias de la religión judía. Su nombre viene de las dos primeras palabras de la oración, siendo esta a su vez la plegaria más sagrada del judaísmo. La oración reaparece en los Evangelios de Marcos y Lucas; en ocasiones forma parte también de la liturgia cristiana.
Es a través de esta plegaria exhortativa que los observantes manifiestan su credo en Dios, expresando con fervor su monoteísmo. Los judíos deben recitar el shemá dos veces al día, por la mañana, desde el momento en el que hay suficiente luz diurna, y por la noche, desde la salida de las estrellas hasta el amanecer.
El shemá se compone de cuatro partes:
- La primera es el shemáo escucha propiamente dicho: ‘Escucha Israel, Adonai es nuestro Señor, Adonai es Uno’. Que es la afirmación del monoteísmo.
- La segunda es el ‘Amarás‘. Se refiere a los fundamentos principales del judaísmo, es decir, el hecho de transmitir a cada hijo que «amarás a Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza»; añádese a ello el empleo de los tefilín y la mezuzá, así como la obligación de recitar el shemá dos veces al día.
- La tercera es el ‘Cumplirán’, que consta de dos partes. La primera sugiere una recompensa: «si respetas los preceptos, Dios dará lluvia a tus tierras, y pan y vino a tus hijos». La segunda presupone una amenaza: «de no respetar los preceptos, Dios provocará sequías en tus tierras». Todo esto debe entenderse en su contexto apropiado, puesto que los antiguos israelitaseran un pueblo cuya supervivencia dependía en buena parte de la agricultura.
- Y la cuarta el ‘Y Adonai ordenó’. Se refiere al uso de los tzitzity del talit.
Tefilín o Filacteria es un término que se refiere a unas pequeñas envolturas o cajitas de cuero donde se encuentran o guardan pasajes de las Escrituras en la religión judía. En el Judaísmo no se utiliza el nombre de «filacteria», ya que su significado original (amuleto) se considera idolatría, prohibida en esta religión.
Una de las correas se ata sobre el brazo izquierdo (o derecho, si la persona es zurda) dando siete vueltas al mismo y la otra se coloca sobre la cabeza. Los varones judíos a partir de los trece años deben colocárselos diariamente, con excepción de Shabat y demás festividades judías. La tradición las relaciona con determinados pasajes del Éxodo y el Deuteronomio en la Torá en las que Dios exige a los hebreos que porten sus palabras como recuerdo de la salida de Egipto.
Mezuzá es un pergamino donde están inscritas dos plegarias: la más solemne del judaísmo, «Shemá Israel» «Escucha, oh Israel« y «Vehayá im shamoa» «En caso de que me oyereis«. Por lo general, se encuentra albergado en un receptáculo que está adherido a la jamba derecha de los pórticos de las casas y ciudades judías. El precepto de fijar una mezuzá en las puertas de las casas judías es uno de los más antiguos y arraigados del judaísmo, y tiene sus fuentes en el Dt 11,18-20 , que dice: “Grábense estas palabras en la mente y en el pensamiento; átenlas como señales en sus manos y en su frente. Instruyan a sus hijos hablándoles de ellas tanto en la casa como en el camino, y cuando se acuesten y cuando se levanten. Escríbanlas en los postes y en las puertas de su casa.” Y su aplicación representa la protección a la familia judía en ocasión de la décima plaga que envío Dios a Egipto cuando los judíos eran los esclavos de Ramsés.
Tzitzit nombre dado a los flecos del talit, que es un accesorio religioso judío en forma de chal utilizado en los servicios religiosos del judaísmo. Los tzitzit sirven como medio para recordar los mandamientos de Dios.
Jesús escuchaba cada mañana y cada noche esta llamada insistente a amar a Dios con todo el corazón y todas las fuerzas y la llevaba profundamente grabada en su interior, durante el día la recordaba y la citó explícitamente al responder cuál es el primer mandamiento como leemos en Mr 12,29-30.
Al Shemá le seguía una oración formada por dieciocho bendiciones Shemoné esré, llamada también Tefilá, la “oración” por excelencia, que se pronunciaba de pie. Todos los días la repetía Jesús dos veces. Algunas de las oraciones tuvieron sin duda un eco muy hondo en su corazón, pues, cuando iba a comer con pecadores e indeseables, pronunciaba esta bendición conmovedora: “Perdónanos, Padre nuestro, pues hemos pecado contra ti. Borra y aleja nuestro pecado de delante de tus ojos, pues tu misericordia es grande. Bendito seas, Señor, que abundas en perdón.”
También debió haber pronunciado con confianza y gozo otra bendición que lo invitaba desde la mañana a sanar heridas y curar enfermos: “Cúranos, Señor, Dios nuestro, de todas las heridas de nuestro corazón. Aleja de nosotros la tristeza y las lágrimas. Apresúrate a curar nuestras heridas. Bendito seas, que curas a los enfermos de tu pueblo.”
También debió repetir dos veces al día: “Reina solo tú sobre nosotros. Bendito eres, Señor, que amas la justicia.” Y lo invocaba diciendo: “Escucha, Señor, Dios nuestro, la voz de nuestra oración. Muéstranos tu misericordia, pues tú eres un Dios bueno y misericordioso. Bendito seas, Señor, que escuchas la oración.” (Bendiciones nn. 6, 8, 11 y 15 respectivamente.) Esas son oraciones que debiéramos hacer nuestras.
Jesús no se contentaba con cumplir la práctica general de orar como una rutina. A veces se levantaba de madrugada para ir a un lugar solitario a orar antes del amanecer; otras veces, al terminar el día, se despedía de todos y prolongaba la oración del atardecer durante gran parte de la noche, como se lee en Mr 1,35; 6,46; 14,32-42 y Lc 6,12. Los evangelistas, sobre todo Lucas, han introducido los textos que hablan de la oración de Jesús, diciendo que Jesús buscaba la soledad y el silencio para orar. La oración de Jesús no consistía en pronunciar verbalmente los rezos ordenados, era una oración sin palabras, de carácter más bien contemplativo, donde lo esencial era el encuentro íntimo con su Padre Dios, que era lo que buscaba Jesús en esa atmósfera de silencio y soledad.
Diversos textos de la Misná y algunos targumim subrayan la importancia del silencio prolongado para centrar el corazón en Dios. Dicen esos textos que, “los primeros hasidim, personas escrupulosas en su observancia de la ley judía, esperaban en silencio una hora antes de ponerse a orar, con el fin de orientar sus corazones hacia Dios” Y es probable que Jesús hiciera algo parecido.
Es poco lo que sabemos sobre la postura exterior que adoptaba Jesús al orar. Casi siempre oraba de pie, como todo judío piadoso, en actitud serena y confiada ante Dios, pero los Evangelios nos dicen que la noche que pasó en Getsemaní, la víspera de su ejecución, oró “postrado en tierra”, en un gesto de abatimiento, pero también de sumisión total al Padre. (Mr 14,35). Y en Hb 5,7 redactada entre los años 65 y 67, dice que Jesús oró y suplicó a Dios “con gritos y lágrimas”.
Jesús se expresaba ante Dios con total sinceridad y transparencia, incluso con su cuerpo. Al parecer, tenía la costumbre de orar “elevando sus ojos al cielo” (Mr 7,34; Jn 11,41; 17,1), algo que no era frecuente en su tiempo, pues los judíos oraban de ordinario dirigiendo su mirada hacia el templo de Jerusalén, donde, según la fe de Israel, habita la Shekíná, es decir, la Presencia de Dios entre los hombres. Encontramos una mención a esta costumbre en 1 Re 8,44-49 en donde leemos: “Cuando tu pueblo salga a luchar contra sus enemigos, dondequiera que tú lo envíes, si ora a ti en dirección de la ciudad que tú escogiste y del templo que yo te he construido, escucha tú desde el cielo su oración y su ruego, y defiende su causa. “Y cuando pequen contra ti, pues no hay nadie que no peque, y tú te enfurezcas con ellos y los entregues al enemigo para que los haga cautivos y se los lleve a su país, sea lejos o cerca, si en el país adonde hayan sido desterrados se vuelven a ti y te suplican y reconocen que han pecado y hecho lo malo, si se vuelven a ti con todo su corazón y toda su alma en el país enemigo adonde los hayan llevado cautivos, y oran a ti en dirección de esta tierra que diste a sus antepasados, y de la ciudad que escogiste, y del templo que te he construido, escucha tú sus oraciones y súplicas desde el cielo, desde el lugar donde habitas, y defiende su causa.”
También es mencionada en Dn 6,10, que dice; “Cuando Daniel supo que el decreto había sido firmado, se fue a su casa, abrió las ventanas de su dormitorio, el cual estaba orientado hacia Jerusalén, y se arrodilló para orar y alabar a Dios. Esto lo hacía tres veces al día, tal como siempre lo había hecho.”
En la Misná, las tradiciones orales judías, conocida también como la Torá oral, dice que “aquel que ora ha de orientarse hacia el Santo de los santos.” Al parecer, los esenios y también los terapeutas oraban orientando su rostro hacia el sol. Pero Jesús, al elevar su mirada hacia el cielo, orientaba su corazón no hacia el Dios del templo, sino hacia el buen Padre de todos. Curiosamente, en la Misná dice que la mirada al cielo debe ir acompañada de la aceptación del reino de Dios, es decir que quien levanta sus ojos al cielo ha de orientar su corazón a acoger las exigencias del reino, esto significa que está dispuesto a vivir según la voluntad divina.
Jesús alimentó su vida diaria en esta oración contemplativa por ello salía muy de mañana a un lugar retirado o pasando gran parte de la noche a solas con su Padre. Pero los Evangelios dejan entrever que también durante su jornada de actividad seguía en comunión con él. En cierta ocasión, al descubrir que los más letrados y entendidos se cerraban al mensaje del reino, mientras los más pequeños e ignorantes lo acogían con fe sencilla, de lo más hondo de su ser brotó una bendición gozosa al Padre. Jesús se alegró de que Dios fuera tan bueno con los pequeños. No había por qué esperar a la noche para bendecirlo. Allí mismo, en medio de la gente, proclamó ante todos, su alabanza a Dios: “Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios y entendidos y las has dado a conocer a los sencillos. Sí, Padre, así te ha parecido bien”. Lc 10,21// Mt 11,25-26 y el Evangelio [apócrifo] de Tomás 61,3.
Jesús sabía bendecir a Dios en cualquier momento del día, le salía con toda espontaneidad esa típica oración judía de “bendición” que no es propiamente una acción de gracias por un favor recibido, sino un grito del corazón agradecido dirigido a aquel que es la fuente de todo lo bueno. Al “bendecir”, el creyente judío orienta todo hacia Dios y envía las cosas a su bondadosa fuente original.
La bendición o beraká comienza por lo general con la introducción: “Bendito eres, Señor…”, sigue luego el motivo de la bendición y concluye con un breve resumen. Jesús probablemente recitó más de una vez una preciosa bendición que formaba parte de la oración para después de las comidas: “Bendito eres, Señor, Dios nuestro, rey del universo, que alimentas el mundo con tu bondad, tu amor y tu misericordia, tú que das el pan a toda carne. Tu amor hacia nosotros es eterno y tu gran bondad no nos ha faltado. Ningún bien nos faltará por tu gran Nombre, pues Tú alimentas y abasteces a todos. Bendito eres, Señor, que alimentas a todos”.
Jesús también oraba al curar a los enfermos. Lo manifestaba su gesto de imponer sobre ellos las manos para bendecirlos en nombre de Dios y envolverlos con su misericordia. Mientras sus manos bendecían a los que se sentían malditos y transmitían fuerza y aliento a quienes vivían sufriendo, su corazón se elevaba a Dios para comunicar a los enfermos la vida que él mismo recibía del Padre. (Mr 8,23; Lc 4,40; 13,13). Según leemos en Mr 9,29, ante el fracaso de los discípulos, que le preguntaron por qué no habían podido expulsar al espíritu maligno de un epiléptico, Jesús respondió: “Esta clase [de espíritus] con nada puede ser arrojada sino con la oración.” Jesús vivía en oración, a diferencia de sus discípulos, por ello era capaz de expulsar el mal con la fuerza de Dios.
Repitió el mismo gesto con los niños. Había ocasiones en que Jesús “los abrazó y los bendijo imponiéndoles las manos”. Los pequeños debieron sentir, antes que nadie, la caricia de Dios. Mientras los bendecía, pidió al Padre lo mejor para ellos. (Mr 10, 16). Aunque es posible ver en el texto alguna referencia al bautismo cristiano, el relato refleja el acto de Jesús en el que expuso su actitud hacia los pequeños e indefensos.
La oración de Jesús poseía rasgos inconfundibles. Era una oración sencilla, “en lo secreto”, sin grandes gestos ni palabras solemnes, sin quedarse en apariencia, sin utilizarla para alimentar el narcisismo o el autoengaño. Jesús se ponía ante Dios, no ante los demás. Esto significa que no hay que orar en las plazas para que nos vea la gente, pues como dijo en Mt 6,6: “Tú, cuando ores, entra en tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto”. Jesús al no tener una habitación privada en ninguna casa, se retiraba al monte o a un lugar apartado. (Mt 6,7-8). Esto significa que nuestra oración debe ser espontánea y natural; que debe nacer sin esfuerzo ni técnicas especiales y brotar de la profundidad del corazón; no es algo añadido o postizo, sino expresión humilde y sincera de lo que se está viviendo. Su oración no era tampoco un rezo mecánico ni una repetición de palabras. Él enseñó que no hay que multiplicar fórmulas, como hacen los paganos hasta “cansar” a los dioses, creyendo que así serán escuchados. Basta con presentarse ante Dios como hijos necesitados: “Ya sabe vuestro Padre lo que necesitan antes de que ustedes se lo pidan” dijo según leemos en Mt 6,5-6. Su oración era confianza absoluta en Dios.
La oración de Jesús solo se entiende en el espacio del reino de Dios. Más allá de las oraciones habituales ordenadas por la religiosidad judía, Jesús buscó el encuentro con Dios para acoger su reino y hacerlo realidad entre los hombres. Su oración en Getsemaní representa, sin duda, el testimonio más dramático de su búsqueda de la voluntad de Dios, incluso en el momento de la crisis más grande. Su confianza en el Padre fue firme en medio de la angustia. Su deseo estaba claro: que Dios enviará el reino sin necesidad de tanto sufrimiento. Su decisión de obediencia a Dios fue también clara y definitiva cuando en oración dijo: “Abbá, Padre, todo es posible para ti. Aparta de mí esta copa de amargura. Pero no se haga como yo quiero, sino como quieres tú” Mr 14,36.
Y este ejemplo de entrega total a Dios es el que debemos imitar, a pesar de que nuestros intereses vayan por el camino opuesto a lo que Dios nos ha dado a conocer es su voluntad, debemos morir a nosotros mismos para vivir según la voluntad de Dios, que siempre será para bendecirnos de formas que nunca imaginamos. Y aun cuando esas bendiciones no las veamos de inmediato, debemos creer en las promesas de Dios, que siempre cumple. Que así sea.
