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LA CENA QUE FUE UNA DESPEDIDA INOLVIDABLE

LA CENA QUE FUE UNA DESPEDIDA INOLVIDABLE

 

Para el estudio histórico de los últimos días de Jesús, como el caso que hoy corresponde analizar, debemos tomar en cuenta que los datos proporcionados por los cuatro Evangelios son unas biografías fragmentarias de Jesús con una finalidad eminentemente religiosa y pastoral, ya que los Apóstoles no pretendían en su predicación satisfacer meras curiosidades históricas, sino exponer los hechos y doctrinas fundamentales de Jesús, sentando las bases de la fe en Él como Mesías, el Hijo de Dios y Salvador de la Humanidad; sin embargo, a través de los relatos evangélicos es fácil descubrir el trasfondo histórico de la sociedad en la que vivió Jesús, y si deseamos ser mas estrictos, podemos confrontarlos con los datos que nos proporcionan las obras de Flavio Josefo, que aun cuando escribió treinta años después de Jesucristo, por sus escritos podemos conocer el ambiente social, político y religioso de los tiempos inmediatos a la insurrección contra los romanos por los años 60 de nuestra Era. También podemos confrontar los evangelios con otros escritos rabínicos, y aun con los de los historiadores romanos Tácito y Suetonio.Tomando eso en consideración, volveremos a nuestra narración sobre los últimos días de Jesús.

Debemos entonces comprender que Jesús sabía que sus horas estaban contadas, sin embargo, no pensó en ocultarse o huir. Lo que hizo fue organizar una cena especial de despedida con sus amigos más cercanos. Era un momento grave y delicado para él y para sus discípulos y lo quiso vivir plenamente. Consciente de la inminencia de su muerte, quiso compartir con los suyos su confianza total en el Padre, incluso en esta hora. También quiso prepararlos para lo que sería un duro golpe pues no quería que su ejecución les hundiera en la tristeza o la desesperación. Tenía que prepararlos para las preguntas que se harían, pues seguramente tendrían dudas como ¿qué va a ser del reino de Dios sin Jesús? ¿Qué haremos sin su dirección? ¿Sin Él, cómo podremos mantener esperanza en la venida del reino de Dios del que nos hablaba?

Al analizar los datos que nos proporcionan los Evangelios podemos llegar a la conclusión de que no se trató de una simple cena pascual. Si bien, los evangelios indican que Jesús quiso celebrar con sus discípulos la cena de Pascua en la que los judíos conmemoran la liberación de la esclavitud egipcia, al describir el banquete, no se menciona, ni una sola vez, la liturgia que se llevaba a cabo en la cena de la Pascua, como era el rito; por ejemplo, no se menciona el cordero pascual ni las hierbas amargas que se comen esa noche, tampoco dicen nada de la salida de Egipto. Por otra parte, es impensable que la noche en la que todas las familias estaban celebrando la cena más importante del calendario judío, los sumos sacerdotes y sus ayudantes lo dejaran todo para ocuparse de la detención de Jesús y organizar una reunión nocturna con el fin de ir concretando las acusaciones más graves contra él.

Otro dato que debemos considerar es que San Juan dice Jn 18,28 que al día siguiente, viernes, los judíos no quisieron entrar en el pretorio de Pilatos para poder celebrar la cena pascual. Esta aparente contradicción tiene diversas explicaciones a partir del cómputo de los días del mes según las diferentes observaciones sobre la aparición de la luna nueva. Otra explicación, se basa en la diversa fijación de la fecha de la Pascua entre las escuelas de los fariseos y la de los saduceos, como consta en los escritos rabínicos. Por lo que se puede suponer que Jesús habría seguido el cómputo de los fariseos, celebrando la Pascua el 13 de Nisán, mientras que la clase dirigente seguiría la fecha de los saduceos, un día más tarde, el 14 de Nisán. Pero hay información de otra fuente que sitúa la cena de Jesús antes de la fiesta de Pascua, pues dice que Jesús fue ejecutado el 14 de nisán, la víspera de Pascua. Así pues, no parece posible establecer con seguridad el carácter pascual de la última cena.

Por otro lado, los Evangelios de San Marcos, San Mateo y San Lucas dan suficientes indicaciones para que el lector identifique la cena con la Pascua judía Mt 26, 17.19; Mr 14,1.12.16-17.18; San Lucas incluso esciribió en 22,15 que ese era el deseo de Jesús que dijo: “¡Cuánto he deseado celebrar esta Pascua con ustedes antes de morir!” Pero en Jn 18,28, dice Llevaron a Jesús de la casa de Caifás al palacio del gobernador romano. Como ya comenzaba a amanecer, los judíos no entraron en el palacio, pues de lo contrario faltarían a las leyes sobre la pureza ritual y entonces no podrían comer la cena de Pascua.” Esta información muestra que Jesús fue juzgado, condenado y crucificado la víspera de Pascua, por tanto, que la cena con los doce debió ser antes de Pascua. Y San Pablo en 1 Co 11,23-26, en donde describe la cena del Señor, tampoco menciona que haya sido una “cena pascual”.

Entonces, a partir del análisis de la información que nos proveen los evangelios, podemos pensar, que Jesús peregrinó hasta Jerusalén para celebrar la Pascua con sus discípulos, pero que no pudo llevar a cabo su deseo, pues fue detenido y ajusticiado antes de que llegara esa noche, pero que sí pudo celebrar una cena que podemos considerar que fue la despedida de sus doce más cercanos, en donde también les dio las últimas instrucciones.

En cualquier caso, no fue una comida ordinaria, sino una cena formal en la que bebieron vino, como se hacía en las grandes ocasiones; cenaron recostados para tener una sobremesa tranquila, no sentados, como lo hacían cada día. Aunque no haya sido una cena de Pascua, en el ambiente se respiraba ya la emoción de las fiestas pascuales. En las calles los peregrinos hacían sus últimos preparativos: compraban pan ázimo y el cordero pascual. Todos buscaban un lugar en los albergues o en los patios y terrazas de las casas y Jesús había querido un lugar tranquilo para esa cena, como indica Mr 14,13-15 en donde narra que “Jesús envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: —Vayan a la ciudad. Allí encontrarán a un hombre que lleva un cántaro de agua; síganlo, y donde entre, digan al dueño de la casa: ‘El Maestro pregunta: ¿Cuál es el cuarto donde voy a comer con mis discípulos la cena de Pascua?’  Él les mostrará en el piso alto un cuarto grande, arreglado y ya listo para la cena. Prepárennos allí lo necesario”.

Notamos entonces, que esa noche Jesús no se retiró a Betania como había hecho los días anteriores. Se quedó en Jerusalén para cenar con los doce que había escogido, pues su despedida debía celebrarse en la ciudad santa. Los evangelios dicen que celebró la cena con ellos y debemos pensar que la razón fue que debía prepararlos para la misión que tendrían que llevar a cabo después y que ellos tendrían que dar a conocer más tarde al resto de discípulos que habían llegado con él en peregrinación y después, a todos, como les confirmó más tarde cuando ya resucitado les dio instrucciones de lo que debían hacer Hch 1,2, y al final, cuando iba a subir al cielo les dijo: cuando el Espíritu Santo venga sobre ustedes, recibirán poder y saldrán a dar testimonio de mí, en Jerusalén, en toda la región de Judea y de Samaria, y hasta en las partes más lejanas de la tierra.”

Aunque les debió extrañar que Jesús, al cenar solamente con los doce apóstoles, fuera en contra de su costumbre de compartir su mesa con toda clase de gentes, incluso con pecadores y que adoptara de pronto, una actitud tan selectiva y restringida.

La última cena se menciona en Mr 14,22-26; Mt 26,26-30; Lc 22,14-20 y 1 Co11,23-26, textos que son muy condensados y densos que no describen con detalle lo ocurrido, sino que solo proclaman una acción de Jesús que originó una práctica litúrgica que se sigue viviendo hasta hoy en todas las comunidades cristianas. Las divergencias que hay en esos textos, se deben a que cada redactor narró la cena desde la práctica del culto religioso de su propia comunidad. Es fácil notar que son textos litúrgicos que establecen lo esencial, como son los gestos que hay que hacer y las palabras que hay que pronunciar y a través de ellos debemos tratar de aproximarnos a lo que se vivió en la cena de Jesús.

Las comidas y cenas que Jesús hacía en Galilea eran símbolo y anticipación del banquete final en el reino de Dios. Los doce conocían lo que Jesús decía sobre esas comidas animadas por su fe en el reino definitivo del Padre. Ese era uno de sus rasgos característicos mientras recorría las aldeas, como cuando compara el reino de Dios a una cena en que toman parte “los pobres, los lisiados, los ciegos y los cojos”, sin excluir a nadie, como encontramos en Mt 22,2-10 y Lc 14,13-24. Pero en Lc 13, 29 y Mt 8,11 hay algo muy significativo, ahí dice que incluso los gentiles, a quienes Jesús identifica como los que llegarán de los cuatro puntos cardinales, tomarán parte en ese banquete, mientras que los israelitas, que rechazaron a Jesús, serán arrojados fuera, como hizo el rey de la parábola del banquete de bodas que se encuentra en Mt 22,1 y Lc 14,15–24, con los invitados a la cena que no quisieron llegar a la celebración. Y al participar en la Santa Misa, y comulgar, podemos identificarnos con esos gentiles.

Es muy probable que durante aquella cena Jesús haya pensado en lo cercano de su muerte; que aquella sería la última copa que compartiría con los suyos y se los hizo saber, aunque también compartió su confianza inquebrantable en el reino de Dios, cuando les dijo con claridad: Les aseguro que no volveré a beber del producto de la vid, hasta el día en que beba el vino nuevo en el reino de Dios. Mr 14,25.

Su muerte estaba próxima y Jerusalén no quiso responder a su llamado. Su actividad como profeta y proclamador del reino de Dios iba a ser violentamente truncada. Pero su ejecución no impediría la llegada del reino de Dios que había estado anunciando a todos. Jesús mantuvo inalterable su fe en la intervención salvadora de su Padre. Estaba seguro la validez de su mensaje, por lo que su muerte no debía destruir la esperanza de nadie pues Dios no se echaría atrás. La cena de esa noche fue un símbolo de que Jesús se sentaría a la mesa para celebrar, con una copa en sus manos, del banquete eterno de Dios con sus hijos e hijas que beberán un vino “nuevo” y compartirán juntos la fiesta final del Padre.

Movido por esta convicción, Jesús se dispuso a animar la cena contagiando a sus discípulos con su esperanza. Comenzó la comida siguiendo la costumbre judía: se puso en pie, tomó en sus manos pan y pronunció, en nombre de todos, una bendición a Dios, a la que todos respondieron diciendo “amén”. Luego partió el pan y fue distribuyendo un trozo a cada uno. Todos conocían aquel gesto, se lo habían visto hacer en más de una ocasión. Sabían lo que significa aquel rito que realizaba quien presidía la mesa: al obsequiarles con este trozo de pan, Jesús les hizo llegar la bendición de Dios. Al recibir aquel pan, todos se sentían unidos entre sí y con Dios. Esta “fracción del pan” era un acto importante entre los judíos al comenzar la comida. Al parecer, en tiempos de Jesús se hacía de forma fija y ritualizada y creaba entre los comensales una “comunión en la mesa” ante Dios.

Pero aquella noche, Jesús añadió unas palabras que le dieron un contenido nuevo e insólito a su gesto. Mientras les distribuía el pan les fue diciendo: “Tomen, esto es mi cuerpo.” ¿Qué habrán sentido aquellos hombres cuando escucharon estas palabras de Jesús? Pero les debe haber sorprendido mucho más lo que hizo al acabar la cena. Todos conocían el rito que se acostumbra: Hacia el final de la comida, el que presidía la mesa, permaneciendo sentado, cogía en su mano derecha una copa de vino, la mantenía a un palmo de altura sobre la mesa y pronunciaba sobre ella una oración de acción de gracias por la comida, a la que todos respondían “amén”. A continuación, bebía de su copa, lo cual servía de señal a los demás para que cada uno bebiera de la suya. Sin embargo, aquella noche Jesús cambió el rito e invitó a sus discípulos a que todos bebieran de una única copa: ¡la suya!

Y todos compartieron esa “copa de salvación” bendecida por Jesús. Él tal vez siguió una costumbre que consistía en enviar una “copa bendecida” a alguien a quien se le deseaba hacer partícipe de la bendición, aunque no estuviera en la mesa. Se le llamaba “cáliz de salvación”  y se menciona en el Sal 116,13, que dice: ¡Levantaré la copa de la salvación e invocaré su nombre!  Eso era, más o menos, el valor de nuestra acción de brindar por alguien y decimos ¡A su salud!

En aquella copa que se fue pasando y ofreciendo a todos, Jesús quiso explicar algo nuevo y peculiar cuando dijo: Esto es mi sangre, con la que se confirma la alianza, sangre que es derramada en favor de muchos.Con esto estaba indicando que su muerte abriría un futuro nuevo para ellos y para todos.

Todas las fuentes hablan de la “alianza”, pero de forma diversa San Pablo y San Lucas dicen “Esta copa es la nueva alianza en mi sangre”, San Marcos y San Mateo, por el contrario “Esta es mi sangre de alianza.” Los estudiosos de las Sagradas Escrituras dudan en privilegiar un texto u otro. Muchos prefieren la forma de Pablo y Lucas, pues el paralelismo “esto es mi cuerpo” y “esta es mi sangre” parece más propio de una adaptación a la acción litúrgica. Aunque algunos dudan de la historicidad de las palabras sobre la sangre, pues en ningún otro lugar aparece en labios de Jesús la palabra “alianza”, pero tampoco se excluye que la empleara en esta ocasión ya que sí aparece en la mayoría de los libros del Antiguo Testamento, que como hemos dicho en anteriores capítulos, Jesús seguramente conocía. En el Génesis cuando Dios establece una alianza con Noe, y también lo hace con Moisés en el libro del Éxodo y se menciona en los libros Levítico, Números y Deuteronomio. En los libros de Josué, de los Jueces, y 1 de Samuel y 1 de Reyes se menciona el Arca de la Alianza, y 2 Reyes, 1 y 2 de Crónicas, Nehemías, el libro de los Salmos, Isaías, Jeremías, Ezequiel, Zacarías y Malaquías, recuerdan la alianza que Dios hizo con su pueblo y hacen un recordatorio de que el pueblo debe cumplir la Alianza que Dios hizo nos ellos. Y al decir que su sangre es la nueva alianza, no solamente está recordando la Alianza de Dios con su Pueblo, sino que se está presentando como el verdadero representante de Dios, como el Hijo de Dios, ya que solamente Dios podría confirmar un nuevo pacto, y en aquel momento decisivo y crucial, Jesús no lo dijo solo para sus discípulos más cercanos, su proyección de esa Alianza ya no fue solamente para el pueblo judío, se hizo universal: la nueva Alianza, el reino de Dios será, a partir de aquel momento, para muchos, “para todos” y en todos los tiempos.

En Mr 14,24 dice que la sangre será derramada “por muchos” ya que la expresión griega significa literalmente” por muchos”, pero en la lengua aramea en que hablaba Jesús sugiere la idea de totalidad, por lo que la mejor traducción al español es que la sangre será derramada “por todos”. Con esto debemos comprender que todos hemos sido cubiertos con la sangre de Jesús para recibir con ella el perdón de los pecados, siempre y cuando aceptemos que Él se sacrificó para conseguirnos el perdón, como dijeron Pablo y Silas al carcelero que después del temblor habiendo creído que se habían escapado los presos, “Pero Pablo le gritó: —¡No te hagas ningún daño, que todos estamos aquí!  Entonces el carcelero pidió una luz, entró corriendo y, temblando de miedo, se echó a los pies de Pablo y de Silas. Luego los sacó y les preguntó: —Señores, ¿qué debo hacer para salvarme? Ellos contestaron: —Cree en el Señor Jesús, y obtendrás la salvación tú y tu familia.” Hch 16,25-31.

Con estos gestos proféticos de la entrega del pan y del vino, compartidos por todos, Jesús convirtió aquella cena de despedida en una gran acción sacramental, la más importante de su vida, la que mejor resume su servicio al reino de Dios, la que quiso dejar grabada para siempre en sus seguidores. Quiso que siguieran vinculados a él y que alimentaran su esperanza en él. Que lo recordaran entregado siempre a su servicio, pues seguirá siendo “el que sirve”, el que ha ofrecido su vida y su muerte por ellos, y que es el servidor de todos. Así estuvo en medio de ellos en aquella cena y así quiso que lo recordaran siempre. El mandato «Todas las veces que la beban háganlo en memoria mía.» Que leemos en 1 Co 11,25, según los estudios de los documentos originales, no pertenece a la tradición más antigua, pero sin duda ese fue el deseo de Jesús al celebrar esta solemne despedida y la entrega del pan a cada uno como la participación en la misma copa les traerá a la memoria la entrega total de Jesús, su entrega hasta la muerte.

“Por ustedes”: estas palabras resumen bien lo que ha sido su vida al servicio de los pobres, los enfermos, los pecadores, los despreciados, las oprimidas, todos los necesitados… Esas palabras expresaron lo que iba a ser su muerte: se había “desvivido” por ofrecer a todos, en nombre de Dios, acogida, curación, esperanza y perdón. Y entregó su vida hasta la muerte ofreciendo a todos la salvación del Padre, la salvación eterna.

Profundizando más en esa entrega de Jesús hasta la muerte, San Marcos en 14,24 dice que la sangre de Jesús “se derrama por todos” y San Mateo en 26,28, añade que se derrama “para el perdón de los pecados”, pero San Pablo y la carta a los Hebreos, la presentan como “un sacrificio de expiación” por el pecado de la humanidad.

Así fue la despedida de Jesús, que quedó grabada para siempre en las comunidades cristianas. Sus seguidores no quedarían huérfanos; la comunión con él no quedaría rota por su muerte; se mantendrá hasta que un día bebamos todos juntos la copa de “vino nuevo” en el reino de Dios. No sentiremos el vacío de su ausencia pues al repetir aquella cena, podremos alimentarnos de su recuerdo y su presencia estará con nosotros, Él estará con nosotros, los que seamos suyos, sosteniéndonos con su esperanza; y prolongaremos y reproduciremos su servicio al reino de Dios hasta el reencuentro final. De manera germinal, Jesús estaba diseñando en su despedida las líneas maestras de su movimiento de seguidores: una comunidad alimentada por él mismo y dedicada totalmente a abrir caminos al reino de Dios en una actitud de servicio humilde y fraterno, con la esperanza puesta en el reencuentro de la fiesta final.

Recientemente, varios investigadores han visto en la “última cena” una acción que “complementa” el gesto profético realizado poco antes por Jesús contra el templo. Según esta hipótesis, Jesús habría entendido la “cena” como una alternativa nueva y radical al sistema del templo. El servicio al reino de Dios y su justicia no estaría vinculado al sistema religioso político-económico del templo judío, sino a la experiencia fraterna de una comida donde los seguidores de Jesús se alimentarían de su espíritu de servicio al proyecto de Dios y de su confianza en la fiesta final junto al Padre.

Jn 13,1-16. dice que, en un momento determinado de la cena, se levantó de la mesa y “se puso a lavar los pies de los discípulos”. Según el relato, lo hizo para dar ejemplo a todos y hacerles saber que sus seguidores deberían vivir en actitud de servicio mutuo: “Lavándose los pies unos a otros”.

Ese gesto fue insólito. En una sociedad donde estaba tan perfectamente determinado el rol de las personas y los grupos, era impensable que el comensal de una comida festiva, y menos aún el que preside la mesa, se pusiera a realizar esta tarea humilde reservada a siervos y esclavos. Según el relato, Jesús dejó su puesto y, como un esclavo, comenzó a lavar los pies a los discípulos. Difícilmente se puede trazar una imagen más expresiva de lo que fue su vida, y de lo que quiso dejar grabado para siempre en sus seguidores, como repitió muchas veces según leemos en Mr 9,35 y 10,43-44, en donde Jesús dijo: “El que quiera ser grande entre ustedes, será su servidor; y el que quiera ser el primero entre ustedes, será esclavo de todos”. Jesús, limpiando los pies a sus discípulos estaba actuando como siervo y esclavo de todos; unas horas más tarde murió crucificado, un castigo reservado sobre todo a esclavos y criminales.

La información histórica proporcionada, que nos ha dado a conocer algunos datos con variaciones a la información que proveen las Sagradas Escrituras, lejos de desvirtuarlas nos llevan a comprender el valor histórico de ellas, pues como se mencionó, los evangelistas no pretendieron realizar una narración histórica muy detallada ya que lo que pretendieron fue establecer con claridad los elementos de las enseñanzas de Jesús y los actos litúrgicos que Jesús realizó en aquella cena, actos y liturgia con los que mantendrían vivas sus enseñanzas y lo harían presente en cada una de las celebraciones cultuales que sus seguidores llevarían a cabo.

Escuchamos que Jesús fue fiel a su misión hasta el final y en la que fue su última cena manifestó que estaba dispuesto a dar su vida para la salvación de todos, cumpliéndose así la imagen del cordero que era sacrificado para obtener el perdón de los pecados. Como sus seguidores, debemos también nosotros estar dispuestos a darnos a los demás. Ojalá y cada uno de los cristianos llevemos a cabo la misión que Él inició y continuemos llegando a las personas con nuestro testimonio y así, con nuestra forma de vida, presentemos sus enseñanzas para que se cumpla el deseo de Jesús, que un día todos podamos disfrutar de la fiesta en su presencia con Dios Padre y el Espíritu Santo. ¡Hagámoslo! y seremos recibidos por el Rey para disfrutar del banquete que tiene preparado para sus invitados.

 

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