JESÚS UN JUDÍO DE GALILEA
JESÚS UN JUDÍO DE GALILEA
Información tomada del primer capítulo del libro JESÚS APROXIMACIÓN HISTÓRICA, de José Antonio Pagola,
con una Bibilografía de 33 libros
IMPORTANCIA DE LA DOCTRINASi deseamos conocer mejor a Jesús, debemos conocer el ambiente en el que vivió y en este capítulo proporcionaré datos de algunos de los acontecimientos y los personajes que tuvieron participación en la historia de Jesús, ya que, durante muchos siglos, los únicos conocimientos precisos que la mayoría de las personas tuvieron sobre la actuación de la Roma pagana en la tierra de Jesús, se reducían a dos muy breves noticias relativas a César Augusto y a Poncio Pilato, porque ambos formaron parte del drama de Jesús de Nazaret.
Al tener un panorama amplio de las condiciones, el ambiente social y político, así como los personajes importantes en la historia, podremos comprender más y mejor la forma en la que Jesús se fue desarrollando y cómo se incorporó a la sociedad judía de su época para llevar su mensaje a la mayor cantidad de personas a pesar de los obstáculos que pusieron los poderes políticos y religiosos en su contra.
Por ello vamos a conocer un poco sobre la influencia romana en Israel en la época anterior al nacimiento de Jesús
Aun cuando Jesús no conoció ni a César Augusto el primer emperador romano que gobernó desde el año 27 a. C. hasta su muerte en el 14 d. C., ni a Tiberio, su sucesor; debió oír hablar de ellos y pudo ver su imagen grabada en monedas. Jesús sabía muy bien que los romanos dominaban el mundo y eran los dueños de Galilea. Lo pudo comprobar cuando tenía alrededor de veinticuatro años. Herodes Antipas, hijo de Herodes el grande, quien mandó a matar a los niños pretendiendo acabar con Él; mandó a decapitar a Juan Bautista.
Antipas, nombrado Tetrarca de Galilea era vasallo de Roma. Edificó una nueva ciudad a orillas del lago de Genesaret y la convirtió en la nueva capital de Galilea. Su nombre lo decía todo “Tiberíades” en honor de Tiberio, el nuevo emperador que acababa de suceder a Octavio Cesar Augusto. Así los galileos sabrían quién era su señor.
Durante más de sesenta años nadie se pudo oponer al Imperio de Roma que dominó la escena política sin grandes sobresaltos. Una treintena de legiones, de cinco mil hombres cada una, unos ciento cincuenta mil soldados, más otras tropas auxiliares, aseguraban el control absoluto de un territorio inmenso que se extendía desde España y las Galias, actualmente Francia, Bélgica, el oeste de Suiza, norte de Italia y zonas de Alemania y los Paises Bajos al oeste del Rin, También las islas británicas, Gales, Inglaterra e Irlanda; hasta Mesopotamia y desde el mar Muerto hasta Egipto y el norte de África. Jesús, desde Nazaret, no podía sospechar el poder de aquel Imperio en el que estaba enclavado su pequeño país.
Este inmenso territorio no estaba muy poblado. A comienzos del siglo I podían llegar a cincuenta millones y Jesús era uno más. La población se concentraba sobre todo en las grandes ciudades, construidas casi siempre en las costas del Mediterráneo, a la orilla de los grandes ríos o en lugares protegidos de las llanuras más fértiles. Dos ciudades destacaban sobre todas y eran las más nombradas entre los judíos de Israel: Roma, la gran capital, con un millón de habitantes, y Alejandría, con más de medio millón de moradores. Dentro de este enorme Imperio, Jesús era un insignificante galileo, sin ciudadanía romana y miembro de un pueblo sometido.
Las ciudades eran el nervio del Imperio, en ellas se concentraba el poder político y militar, la cultura y la administración. Allí vivían, las clases dirigentes, los grandes propietarios y quienes poseían la ciudadanía romana. Estas ciudades estaban en medio de regiones poco pobladas habitadas por gentes incultas, pertenecientes a los diversos pueblos sometidos. De ahí la importancia de las calzadas romanas, que facilitaban el transporte y la comunicación entre las ciudades, y permitían el rápido desplazamiento de las legiones. Galilea era un punto clave en el sistema de caminos y rutas comerciales del Próximo Oriente, pues permitía la comunicación entre los pueblos del desierto y los pueblos del mar. En Nazaret, Jesús vivió lejos de las grandes rutas. Solo cuando fue a Cafarnaún*, un pueblo importante al noreste del lago de Galilea, pudo conocer la vía marís, el “camino del mar”, una gran ruta comercial que, partiendo desde el Éufrates*, atravesaba Siria, llegaba hasta Damasco y descendía hacia Galilea para atravesar el país en diagonal y continuar luego, bordeando el Mediterraneo hacia Egipto, aunque Jesús nunca se aventuró por las rutas del Imperio. Sus pies solo pisaron los senderos de Galilea y los caminos que llevaban a la ciudad santa de Jerusalén.
* Cafarnaún: poblado pesquero ubicado en la antigua Galilea, en Palestina, a orillas del mar de Galilea o Tiberíades.
* El Éufrates es un gran río de Asia Occidental con 2,800 Km de longitud. Es el más occidental de los dos grandes ríos que definen Mesopotamia, junto con el Tigris. Nace en Turquía, fluye por las montañas de Anatolia hacia Siria, posteriormente a Irak y desemboca en el golfo Pérsico.
Pero retrocedamos hasta el año 63 a. C. que fue cuando Roma terminó con la independencia que los judíos habían disfrutado durante ochenta años gracias a la rebelión de los Macabeos. Ese año Galilea y Judea, pasaron a pertenecer a la provincia romana de Siria.
Los judíos de Israel pasaron a engrosar las listas de “pueblos subyugados” que Roma ordenaba inscribir en los monumentos de las ciudades del Imperio. Cuando un pueblo era conquistado la “victoria” era celebrada de manera especialmente solemne. El general victorioso encabezaba una procesión cívico-religiosa que recorría las calles de Roma con los ricos tesoros obtenidos de la guerra y con los reyes y generales derrotados que desfilaban encadenados para ser después ritualmente ejecutados para dejar patente el poder militar de los vencedores y la humillante derrota de los vencidos. La gloria de esas conquistas quedaba perpetuada en las inscripciones de los edificios, en las monedas, la literatura, y los monumentos, sobre todo, en los arcos de triunfo levantados por todo el Imperio, de los cuales se conocen más de trescientos. El más famoso y significativo es, sin duda, el arco de Tito, en el centro de Roma, donde se ensalza la victoria del general romano que destruyó Jerusalén el año 70.
Los pueblos conquistados no debían olvidar que estaban bajo el Imperio de Roma y la estatua del emperador, erigida junto a la de sus dioses tradicionales, se lo recordaba a todos. La presencia de esa estatua en templos y espacios públicos de las ciudades invitaba a los pueblos a darle culto como su “señor”. El homenaje de Octavio, declarado Augusto (“Sublime”), y su aclamación como “Salvador del mundo”, «portador de paz y prosperidad para toda la humanidad”, favoreció el culto al emperador.
Pero el medio más eficaz para mantener sometidos a los conquistados, era utilizar el castigo y el terror. Roma no se permitía el mínimo signo de debilidad ante los levantamientos o la rebelión y cuando eso sucedía, las legiones siempre llegaban y la respuesta era contundente. La práctica de la crucifixión, los degüellos masivos, la captura de esclavos, los incendios de las aldeas y las masacres de las ciudades no tenían otro propósito que aterrorizar a las gentes para dejar sentado quien mandaba. Era su manera de obtener la lealtad de los pueblos.
Basta recordar algunos de los episodios más graves ocurridos en Israel y relatados por Flavio Josefo: “El general romano Casio hizo esclavos a treinta mil judíos en los alrededores de Tariquea o Magdala, una ciudad judía situada en la orilla occidental del Lago de Genesaret o de Galilea.”
Más adelante en el tiempo, cuando Jesús tenía dos o tres años, otro general romano, Publio Quintilio Varo incendió Séforis y las aldeas de su alrededor, luego destruyó completamente Emaús y por último, tomó Jerusalén, hizo esclavos a un número incontable de judíos y crucificó a unos dos mil.
Israel no estuvo nunca ocupada por los soldados romanos. No era su modo de actuar. Una vez controlado el territorio, las legiones se retiraron de nuevo a Siria, donde quedaron estacionadas en puntos estratégicos. La presencia de las legiones era necesaria para defender la zona de la invasión de los partos, que, desde el otro lado del Éufrates, eran la única amenaza militar para el Imperio. Por lo demás, Roma siguió en Palestina su costumbre de no ocupar los territorios sometidos, sino de gobernarlos por medio de soberanos, a ser posible nativos, que ejercían su autoridad como vasallos del emperador. Eran estos quienes, en su nombre, controlaban directamente a los pueblos, a veces de manera brutal. Pero Herodes el Grande, rey de los judíos, fue sin duda el más cruel.
A cualquier persona familiarizada con la historia de Israel, el nombre de Herodes le evoca pensamientos oscuros sobre una época siniestra. Herodes fue un monstruo moral y un pretendiente al trono de Israel y como no era un descendiente de David, no tenía ningún derecho divino de reclamarlo. De hecho, ni era étnicamente judío, sino hijo de un idumeo y de una nabatea, dedicado al servicio de Roma. Era un descendiente de Esaú, y según las Escrituras, Esaú simboliza a los que “abandonan su esperanza de gloria por amor a las cosas que se ven y que no son eternas”, tal y como manifestó su descendiente Herodes, que primero fue nombrado gobernador de Galilea, en el 47 a.C. y en el 41 a. C. fue nombrado «tetrarca» para dirigir las relaciones de Roma con los judíos.
Un año más tarde en el año 40 a. C. por indicación de Marco Antonio, el Senado romano lo nombró rey de los judíos con el encargo de recuperar Judea y combatió durante tres años hasta que conquistó Jerusalén.
Jesús no lo conoció, pues murió unos cuatro años antes de que naciera.
Herodes nunca fue amado por los judíos. Fue considerado siempre un intruso extranjero al servicio de los intereses de Roma. Para el imperio, sin embargo, era el vasallo ideal que aseguraba mantener una región estable entre Siria y Egipto, y sacar el máximo rendimiento a aquellas tierras por medio de un rígido sistema de tributación.
Herodes sabía que su primer deber era controlar el territorio evitando todo levantamiento o subversión. Por ello construyó una red de fortalezas y palacios donde estableció sus propias tropas. En Galilea ocupó Séforis(*) y la convirtió en ciudad fuerte, principal centro administrativo de la región. Preocupado por la defensa de las fronteras, construyó entre los años 23 y 20 a. C. la fortaleza del Herodión(*1) cerca de Jerusalén y Belén; Maqueronte(*2) al este del mar Muerto y Masada (*3) al sur. En Jerusalén levantó la torre Antonia para controlar el área del templo, especialmente durante las fiestas de Pascua.
Herodes fue levantando así un reino monumental y grandioso. Sabía combinar de manera admirable seguridad, lujo y vida fastuosa. Su palacio en las terrazas de Masada(*3), el complejo casi inexpugnable del Herodion o la residencia real en el oasis amurallado de Jericó, eran envidiados en todo el Imperio. Sin embargo, fue la construcción de Cesarea del Mar(*4) y la del templo de Jerusalén(*5) lo que confirmó a Herodes como uno de los grandes constructores de la antigüedad.
Herodes hacía regularmente exquisitos presentes al emperador y a otros miembros de la familia imperial. Cada cinco años organizaba en Cesarea “juegos atléticos” en honor del César. Levantó en su honor templos y le dedicó ciudades enteras. Construyó en Jerusalén un teatro y un anfiteatro, que decoró con inscripciones que ensalzaban al César y trofeos que recordaban sus propias victorias militares. Pero, el proyecto más atrevido y grandioso fue la construcción de Cesarea del Mar. Su puerto facilitaba la llegada de las legiones romanas por mar y, al mismo tiempo, el transporte de trigo, vino y aceite de oliva hacia Roma. La nueva ciudad representaba la grandeza, el poder y la riqueza de Herodes, pero también su sumisión inquebrantable a Roma. Las fachadas de su palacio, los pavimentos de mosaicos, las pinturas al fresco, el uso abundante del mármol o los paseos porticados con columnas sugerían una Roma en miniatura. Los viajeros que llegaban en barco o por tierra podían divisar desde lejos el enorme templo, donde se erigían las dos estatuas gigantescas del emperador Augusto y de la diosa Roma, dominando la ciudad. La piedra blanca pulida que recubría el edificio brillaba a la luz del sol deslumbrando a la ciudad entera. Había que “educar” al pueblo para que venerara a su señor, el emperador de Roma, a quien se le llamaba ya Augusto, es decir, “el Sublime”, nombre reservado de ordinario a los dioses.
Otra característica que identificaba a Herodes es que reprimió siempre con dureza cualquier gesto de rebelión o resistencia a su política de rey vasallo de Roma. Uno de los episodios más dramáticos sucedió al final de su vida y tuvo gran repercusión por lo simbólico de los hechos. Las obras del templo un edificio grandioso de estilo helénico-romano estaban ya muy adelantadas. Los sorprendidos habitantes de Jerusalén podían contemplar el impresionante pórtico real, adornado con columnas de mármol blanco, de estilo corintio. Todo estaba calculado por Herodes. Al mismo tiempo que se congraciaba con el pueblo judío levantando un templo a su Dios, dejaba constancia de su propia grandeza ante el mundo entero. Pero quería dejar claro, además, dónde residía el poder supremo por lo que mandó colocar sobre la gran puerta de entrada del Templo un águila de oro que simbolizaba el poder de Roma.
Pocas cosas podían ser más humillantes para los judíos que verse obligados a pasar bajo el “águila imperial” para entrar en la casa de Dios. Judas y Matías, dos prestigiosos maestros de la ley, probablemente fariseos, animaron a sus discípulos a que la arrancaran y destruyeran. Herodes actuó con rapidez. Detuvo a los cuarenta jóvenes, autores del hecho, junto con sus maestros, y los mandó quemar vivos. Ese crimen era recordado todavía después de la muerte de Herodes, y junto a la entrada del templo se lloraba a los cuarenta y dos “mártires”. Probablemente Jesús oyó hablar de ellos en Jerusalén al acercarse al templo.
Como notamos, Herodes con su personalidad egocéntrica y servil a los Romanos, que le habían dotado de un gran poder, que utilizó en contra del pueblo al que se suponía debía servir, generó un rechazo que propició un movimiento de oposición que fue creciendo por lo que, al morir Herodes, se produjeron agitaciones y levantamientos en diversos puntos de Israel. Esas acciones produjeron un efecto contrario a lo deseado pues los romanos no permitieron ningún tipo de oposición. Ejemplo de las represalias son las que se llevaron a cabo en Jericó, donde un esclavo, llamado Simón, aprovechó la confusión del momento y, rodeándose de algunos hombres, saqueó el palacio real y lo incendió. Fue también por estas fechas cuando el pastor Atronges se enfrentó, en las cercanías de Emaús, a tropas herodianas que transportaban grano y armas, pero el episodio más grave tuvo lugar en Séforis, donde un hijo de Ezequías, antiguo cabecilla de bandidos, llamado Judas se puso al frente de un grupo de hombres desesperados, tomó la ciudad y saqueó el palacio real, apoderándose de las armas y mercancías allí almacenadas.
La reacción de Roma no se hizo esperar. Quintilio Varo, gobernador de Siria, tomó a su cargo dos legiones, las completó con cuatro regimientos de caballería y reclutó otras tropas auxiliares de vasallos de la región – en total no menos de veinte mil hombres – y se dirigió hacia Israel para controlar el país. Varo marchó directamente hacia Jerusalén, hizo esclavos a gran número de judíos y crucificó sin piedad a los más rebeldes. Flavio Josefo dice que fueron “unos dos mil en total”. Mientras tanto envió al general Gayo a Galilea a reprimir el principal foco de rebelión. Este lo hizo de manera brutal. Tomó la ciudad de Séforis y la incendió. Aterrorizó luego a los campesinos quemando algunas aldeas de los alrededores y se llevó como esclavos a un número grande de habitantes de la zona.
Estas cosas no se olvidan fácilmente entre los campesinos de las pequeñas aldeas y es probable que Jesús, que vivió en Nazaret, situada a solo cinco kilómetros de Séforis, escuchara sobre ello desde niño. Por lo que sabía muy bien de qué hablaba cuando más tarde describía a los romanos como “jefes de las naciones” que gobiernan los pueblos como “señores absolutos” y los “oprimen con su poder”, como leemos en Mr 10,42-44 en donde dice: “Como ustedes saben, entre los paganos hay jefes que se creen con derecho a gobernar con tiranía a sus súbditos, y los grandes hacen sentir su autoridad sobre ellos. Pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, el que quiera ser grande entre ustedes, deberá servir a los demás, y el que entre ustedes quiera ser el primero, deberá ser el esclavo de los demás.” Aunque sus palabras que presentaron la realidad, fueron adaptadas para criticar las rivalidades entre los cristianos.
A la muerte de Herodes, el emperador Cesar Augusto resolvió la sucesión a su manera, su hijo Arquelao se quedaría Idumea, Judea y Samaría; a Filipo se le daban Galaunítida, Traconítida y Auranítida y Herodes Antipas, que gobernaría en Galilea y en Perea, recibió el título de “tetrarca”, es decir, soberano de una cuarta parte del reino de Herodes el Grande. Éste gobernó desde el año 4 d. C. hasta el 39 d. C. Jesús fue súbdito suyo durante toda su vida. Aunque volvió de Egipto cuando tenía dos o tres años a donde sus padres lo habían llevado para salvarlo, pues luego de su nacimiento, Herodes, el padre de Antipas, había ordenado matar a los niños que vivían en Belén y sus alrededores, como narra Mt 2,1-18.
Herodes Antipas es célebre por su participación en los acontecimientos que desembocarían en las muertes de Juan Bautista y de Jesús. Aparece en el Nuevo Testamento cuando tuvo a Jesús frente a él durante el proceso, según dice Lc, 23, 6-11 en donde se lee: «Pilato preguntó si Jesús era de Galilea. Y al saber que, en efecto, lo era, se lo envió a Herodes, el gobernador de Galilea, que por aquellos días se encontraba también en Jerusalén. Al ver a Jesús, Herodes se alegró mucho, porque ya hacía bastante tiempo que quería conocerle, pues había oído hablar de él y esperaba verle hacer algún milagro, le preguntó muchas cosas, pero Jesús no le contestó nada. También estaban allí los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley, que le acusaban con gran insistencia. Entonces Herodes y sus soldados le trataron con desprecio, y para burlarse de él le pusieron un espléndido manto real. Luego Herodes se lo envió nuevamente a Pilato. »
Es posible ver en Antipas algunos de los rasgos que caracterizaron a su padre. Reinó largos años, como él; quiso construir también su “pequeño reino” y edificó junto al lago de Galilea la capital Tiberíades y siguiendo los pasos de su padre, no dudó en eliminar las críticas que, desde el desierto, le hacía un profeta llamado Juan Bautista, ordenando su ejecución. Hecho que llevó a cabo aprovechando el pedido de la hija de Herodías como narra Mt 14,1ss.
Como vemos, desde el inicio de su vida, Jesús debió enfrentar situaciones adversas provenientes de los hombres más poderosos, tanto políticos como religiosos. Sin embargo, dos mil años después, las enseñanzas de Jesús, el Hijo de Dios que vivió como un humilde hombre de Nazaret, prevalecen hasta hoy, y al aceptarlo en tu corazón como Señor y Salvador te liberará de las cadenas del pecado y te dará una nueva vida, una vida plena de paz y de amor. Y hoy, cuando de muchas maneras, los grandes poderes del mundo están combatiendo las enseñanzas de Jesús, pretendiendo robarnos la libertad y someternos para encadenarnos a una vida desordenada, corrompida, viciosa y depravada. Debemos mantenernos libres siguiendo las enseñanzas de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, basadas en la fe, el amor, la humildad, la misericordia y el respeto. Que así sea.
Para pie de imagen en FB
Mantengámonos atentos, no permitamos que manejen nuestras vidas y mantengamos firme nuestra fe, porque Hoy, el abuso del poder económico compra voluntades, pretende manipular a las personas y acabar con las enseñanzas de Jesús, pero “Su reino no será destruido” porque “Su reinado es un reinado eterno y todos los poderes le servirán y le obedecerán” Daniel 7,14c y 27b