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JESÚS DE NAZARET

JESÚS DE NAZARET

Con información tomada del primer capítulo del libro APROXIMACIÓN HISTÓRICA de José Antonio Pagola

María y José vivían en la ciudad galilea de Nazaret, como indica Lc 1,26 en donde leemos: “A los seis meses envió Dios al ángel Gabriel a un pueblo de Galilea llamado Nazaret, a visitar a una joven virgen llamada María que estaba comprometida para casarse con un hombre llamado José, descendiente del rey David.” La historia de la concepción de Jesús se entrelaza aquí con la de Juan el Bautista pues María e Isabel, madre del Bautista, son parientes y el nacimiento de Jesús es notificado a María por el ángel Gabriel que también había anunciado a Zacarías que su esposa Isabel le daría un hijo al que le pondría el nombre de Juan quien sería el que prepararía al pueblo para recibir al Mesías, según dice Lc 1,5-17. Y es allí, en Nazaret, donde Jesús fue criado, como dice Lc 4,16ª.
En ese tiempo, el emperador Augusto ordenó un censo y cada uno debía empadronarse en su lugar de nacimiento, y José debe viajar a Belén, por ser originario de este lugar y Jesús nace en Belén. Lucas añade además breves relatos sobre la circuncisión de Jesús, sobre su presentación en el Templo, y su encuentro con los doctores en el Templo de Jerusalén, en un viaje realizado con motivo de la Pascua, cuando contaba doce años.
En los Evangelios de Mateo y de Lucas aparecen sendas genealogías de Jesús (Mt 1, 2-16; Lc 3, 23-38). La de Mateo se remonta al patriarca Abraham, y la de Lucas a Adán. Estas dos genealogías son idénticas entre Abraham y David, pero difieren a partir de este último, ya que la de Mateo hace a Jesús descendiente de Salomón, mientras que, según Lucas, su linaje procedería de Natam, otro de los hijos de David. En ambos casos, lo que se muestra es la ascendencia de José, el padre adoptivo de Jesús.
En castellano el nombre de Jesús se deriva de la forma griega Iesous, que proviene de Yeshúa. Según la etimología, que es el estudio del origen o procedencia de las palabras, Yeshúa es la forma abreviada de Yehoshúa y quiere decir «Yahvé salva». En su pueblo, la gente lo llamaba Yeshúa bar Yosef, “Jesús, el hijo de José”. En otras partes le decían Yeshúa ha-notsrí, “Jesús el de Nazaret” ya que, en la Galilea de esa época, lo primero que interesaba conocer de una persona era: ¿de dónde es?, ¿a qué familia pertenece? Pues, si se sabe de qué pueblo viene y de qué grupo familiar es, se puede conocer mucho de su persona.
Tanto el evangelio de Mateo como el de Lucas ofrecen, en sus dos primeros capítulos, relatos en torno a la concepción, nacimiento e infancia de Jesús,” ambos ofrecen diferencias entre sí en cuanto al contenido, estructura general, redacción literaria y puntos de interés. Son composiciones elaboradas a la luz de la fe en Cristo resucitado. Describen el nacimiento de Jesús a la luz de hechos, de personajes o de textos del Antiguo Testamento. No fueron redactados para informar sobre los hechos ocurridos, sino para proclamar la Buena Noticia de que Jesús es el Mesías esperado en Israel, el Hijo de Dios nacido para salvar a la humanidad.
José, luego del nacimiento de Jesús en Belén y de su huída a Egipto para salvar al niño, pues un ángel del Señor en un sueño le dijo: “Levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto. Quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo.” Mt 2,13.
Mateo continua la narración y confirma que vivieron en Nazaret cuando escribe en Mt 2,19-22: “Después de la muerte de Herodes, un ángel del Señor se apareció en sueños a José, en Egipto, y le dijo: “Levántate, toma al niño y a su madre y regresa a Israel, porque ya han muerto los que querían matar al niño.” José se levantó, tomó al niño y a su madre y volvió a Israel. Pero cuando supo que Arquelao gobernaba en Judea en lugar de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allá; y habiendo sido advertido en sueños por Dios, se dirigió a la región de Galilea.” Al llegar, se fue a vivir al pueblo de Nazaret. Esto sucedió para que se cumpliera lo que dijeron los profetas: que Jesús sería llamado nazareno.”
Jesús no era un desconocido. La gente sabía que se crio en Nazaret y que era hijo de José, un artesano y le llaman Jesús de Nazaret. En Los evangelios de Mateo y Lucas, dicen que nació en Belén, como cumplimiento de las palabras de Miqueas, un profeta del Siglo VIII a. C, que escribió “Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres ni mucho menos la última de las ciudades de Judá, pues de ti saldrá un Jefe que será pastor de mi pueblo, Israel” (Mi 5,1)
Otras fuentes dicen que proviene de Nazaret (Mr 1,9; Mt 21,11; Jn 1,45-46, Hch10,38) y que era llamado “Jesús, el Nazareno” (nazarenos) o “de Nazaret” (Mr 1,24; 10,47; 14,67; 16,6; Lc 4,34, 24,19) por haber vivido en Nazaret de donde salió para llevar a cabo su ministerio. Hay otra posibilidad de por qué se le llamara así y es, porque fuera considerado un Nazoreo, es decir, un consagrado a Dios por un voto especial, hecho por la persona misma o por sus padres. Esta referencia la encontramos en 1 Sa 1,10-11 en donde dice: «Ana, llorando y con el alma llena de amargura, se puso a orar al Señor y le hizo esta promesa: “Señor todopoderoso: Si te dignas contemplar la aflicción de esta sierva tuya, y te acuerdas de mí y me concedes un hijo, yo lo dedicaré toda su vida a tu servicio, y en señal de esa dedicación no se le cortará el pelo.”
En el caso de Jesús fue Dios mismo quien lo consagró, según la orden que dió por medio de Moisés, según recuerda Lc 2,22-23: “Cuando se cumplieron los días en que ellos debían purificarse según la ley de Moisés, llevaron al niño a Jerusalén para presentárselo al Señor. Lo hicieron así porque en la ley del Señor está escrito: “Todo primer hijo varón será consagrado al Señor.”
Y Jesús mismo lo dice en Lc 4,18 “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado para llevar la buena noticia a los pobres; me ha enviado a anunciar libertad a los presos y dar vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos”. Para conocer más de las obligaciones propias de los nazareos, éstas se encuentran en Nm 6,1-21.
Volvamos a Nazaret, este era un pequeño poblado en las montañas de la Baja Galilea, en una ladera, a unos 340 m. de altura, lejos de las grandes rutas, en la región de la tribu de Zabulón. Una vereda sobre una quebrada conducía en rápido descenso al lago de Genesaret. Además de las veredas, no parece que hubiera muchos verdaderos caminos entre las aldeas de la región. Uno, tal vez el más utilizado cuando nació Jesús, era el que llevaba a Séforis, capital de Galilea. El poblado quedaba retirado, en medio de un bello paisaje rodeado de alturas. En las pendientes más soleadas, situadas al sur, se hallaban diseminadas las casas de la aldea y muy cerca, terrazas construidas artificialmente con vides de uva negra, con las que se hacía vino; en la parte más rocosa crecían olivos de los que se recogía aceituna para sacar aceite. En los campos de la falda de la colina se cultivaba trigo y cebada. En lugares más sombreados del valle había algunos terrenos de que se inundaban y permitían el cultivo de verduras y legumbres; en el extremo occidental brotaba un buen manantial. En este entorno se movió Jesús durante sus primeros años.
Excavaciones recientes, han permitido reconstruir los alrededores de Nazaret, y se encontraron en una ladera terrazas artificiales construidas para plantar vides, una torre redonda de piedra relacionada con alguna viña, un lagar para pisar uva excavado en la roca y una piedra de molino para obtener aceite.
Nazaret era una aldea pequeña poco conocida, de entre doscientos a cuatrocientos habitantes. Nunca aparece mencionada en los libros sagrados del pueblo judío, ni siquiera en la lista de pueblos de la tribu de Zabulón. Flavio Josefo un historiador judeoromano del siglo I, cita 45 pueblos en Galilea, pero nunca Nazaret. Tampoco aparece en el Talmud, que menciona 65 poblaciones. Algunos de sus habitantes vivían en cuevas excavadas en las laderas; muchos en casas bajas y primitivas, de paredes oscuras de adobe o piedra, con tejados confeccionados de ramaje seco y arcilla, y suelos de tierra apisonada. Bastantes tenían en su interior cavidades subterráneas para almacenar el agua o guardar el grano. Por lo general, solo tenían una estancia en la que se alojaba y dormía toda la familia. De ordinario, las casas daban a un patio que era compartido por tres o cuatro familias, y donde se hacía buena parte de la vida doméstica. Allí tenían en común el pequeño molino donde las mujeres molían el grano y el horno en el que cocían el pan. En ese patio se depositaban también los aperos de labranza y era el lugar más apreciado para los juegos de los más pequeños como para el descanso y la tertulia de los mayores al atardecer. En esa comunidad todos se consideraban familia.
Jesús vivió en una de estas casas y captó hasta en sus menores detalles la vida de cada día. Supo cuál es el mejor lugar para colocar el candil, de manera que el interior de la casa, de oscuras paredes sin encalar, quede bien iluminado y se pueda ver, como menciona en Mt 5,15. Observó a las mujeres barriendo el suelo pedregoso con una hoja de palmera para buscar alguna moneda perdida por cualquier rincón como menciona en la parábola de la mujer que encuentra la moneda perdida en Lc 15,8-9. También conoció lo fácil que es penetrar en algunas de estas casas abriendo un boquete para robar las pocas cosas de valor que se guardaban en su interior, como sucedió con los hombres que, tras abrir un boquete en el techo, bajaron a su amigo enfermo para que Jesús lo sanara, según dice Mr 2,4,45. Ha pasado muchas horas en el patio de su casa y conoce bien lo que se vive en las familias. No hay secretos para nadie. Ha visto cómo su madre y las vecinas salen al patio al amanecer para elaborar la masa del pan con un trozo de levadura. Las ha observado mientras remiendan la ropa y se ha fijado en que no se puede echar a un vestido viejo un remiendo de tela sin estrenar. Ha oído cómo los niños piden a sus padres pan o un huevo, sabiendo que siempre recibirán de ellos cosas buenas. Conoce también los favores que saben hacerse entre sí los vecinos. En alguna ocasión ha podido sentir cómo alguien se levantaba de noche estando ya cerrada la puerta de casa para atender la petición de un amigo y todo esto lo utilizó en sus enseñanzas como se lee en Mt 13,33; 9,16 y Lc 11,5-8.
Cuando más adelante recorra Galilea invitando a una experiencia nueva de Dios, Jesús no hará grandes discursos teológicos ni citará los libros sagrados, que se leen en una lengua que no todos entendían, en las reuniones de los sábados en la sinagoga. Entender a Jesús era fácil pues les hablará de la vida que ellos conocían, por lo que todos pudieron captar su mensaje, tanto las mujeres que ponen levadura en la masa de harina, como los hombres que llegan de sembrar el grano. Bastaba vivir intensamente la vida de cada día y escuchar con corazón sencillo las consecuencias, que Jesús utiliza luego para mostrar a un Dios Padre amoroso.
Siendo niño, Jesús se mueve por la aldea y sus alrededores y como todos los niños, se fija en los animales que andan por el pueblo: las gallinas que esconden a sus polluelos bajo las alas; observa que las palomas se le acercan confiadas, y se asusta al encontrarse con alguna serpiente al sol junto a las paredes de su casa, experiencias que después aplica a sus enseñanzas, como leemos en Mt 10,16 y 23,37.
Vivir en Nazaret es vivir en el campo. Jesús creció en medio de la naturaleza, con los ojos muy abiertos al mundo que le rodeaba. Basta oírle hablar. La abundancia de imágenes y observaciones que presenta en sus prédicas, tomadas de la naturaleza, muestran a un hombre que sabe captar la creación y disfrutarla. Jesús utiliza esas imágenes en sus enseñanzas pues se ha fijado muchas veces en los pájaros que revolotean en torno a su aldea; no siembran ni almacenan en graneros, pero vuelan llenos de vida, alimentados por Dios, su Padre (Mt 6,26). Le han entusiasmado los lirios que cubren en abril las colinas de Nazaret; y que (Mt 6,28) “ni Salomón en toda su gloria se vistió como uno de ellas”. Observa con atención las ramas de las higueras: de día en día les van brotando hojas tiernas anunciando que el verano se acerca (Mt 24,32). Se le ve disfrutar del sol y de la lluvia, y dar gracias a Dios, que “hace salir su sol sobre buenos y malos, y manda la lluvia sobre justos e injustos” (Mt 5,45). Mira los grises nubarrones que anuncian la tormenta y siente en su cuerpo el viento pegajoso del sur, que indica la llegada de los calores (Lc 12,55).
Jesús no solo vive abierto a la naturaleza. Más adelante invitará a la gente a ir más allá de lo que se ve en ella. Su mirada es una mirada de fe. Admira las flores del campo y los pájaros del cielo, pero intuye tras ellos el cuidado amoroso de Dios por sus criaturas (Mt 6,25-30). Se alegra por el sol y la lluvia, pero mucho más por la bondad de Dios para con todos sus hijos, sean buenos o malos (Mt 5,45). Sabe que el viento “sopla donde quiere”, sin que se pueda precisar “de dónde viene y a dónde va” pero él percibe a través del viento una realidad más profunda y misteriosa: el Espíritu Santo de Dios (Jn 3,8). Jesús habla desde la experiencia de la vida, por ello tiene tanto impacto con la gente humilde que conoce bien las realidades que utiliza para enseñar.

En Nazaret, la familia lo era todo: lugar de nacimiento, escuela de vida y garantía de trabajo. Fuera de la familia, la persona queda sin protección. Solo en la familia encuentra su verdadera identidad. Esta familia no se reducía al pequeño hogar formado por los padres y sus hijos. Se extendía a todo el clan familiar. Dentro de esta “familia” se establecían estrechos lazos. Compartían los aperos o los molinos de aceite; se ayudaban mutuamente en las faenas del campo, sobre todo en los tiempos de cosecha y de vendimia; se unían para proteger sus tierras o defenderse; negociaban los nuevos matrimonios asegurando los bienes de la familia y su reputación. Con frecuencia, las aldeas se iban formando a partir de estos grupos familiares.
Jesús no vivió en el seno de una pequeña célula familiar integrada por Él y sus padres, sino como parte de un clan, una familia más extensa. En una aldea como Nazaret, la “familia extensa” de Jesús podía constituir una buena parte de la población.
En Mr 6,3, los habitantes de Nazaret dicen de Él: “No es este el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago, José, Judas y Simón?, ¿no están sus hermanas aquí con nosotros?”. En este punto debo aclarar que el término adelfós utilizado por el evangelista significa “hermano”, tanto en sentido literal como figurativo, por lo que, desde un punto de vista histórico, se trata de parientes de Jesús o miembros del mismo clan en el que todos se consideraban familia, como describimos antes.
Abandonar la familia significaba perder la vinculación con el grupo familiar y con el pueblo. El individuo debía buscar otra “familia” o grupo. Jesús lo hizo. Él buscaba una “familia” que abarcara a todos los hombres y mujeres dispuestos a hacer la voluntad de Dios como menciona en Mr 3,34-35, cuando dice que “quienes están sentados a su alrededor, escuchando su enseñanza, son su madre y hermanos.”
De esas familias de Nazaret, Jesús criticaría la autoridad patriarcal, que lo dominaba todo; pues la autoridad del padre era absoluta; todos le debían obediencia y lealtad. Él negociaba los matrimonios y decidía el destino de las hijas, organizaba el trabajo y definía los derechos y deberes. Todos le estaban sometidos. Jesús hablará después de unas relaciones más fraternas donde el dominio sobre los demás ha de ser sustituido por el mutuo servicio por amor.
En cuanto a la mujer, era apreciada, sobre todo, por su fecundidad y su trabajo en el hogar. Sobre ella recaían la crianza de los hijos pequeños, el vestido, la preparación de la comida, las tareas domésticas y apenas tomaba parte en la vida social de la aldea. Su sitio era el hogar. No tenía contacto con los varones fuera de su grupo de parentesco. No se sentaba a la mesa en los banquetes en que había invitados. Las mujeres se acompañaban y se apoyaban mutuamente.
La mujer siempre pertenecía a alguien, pues la joven pasaba del control de su padre al de su esposo. Su padre la podía vender como esclava para responder a las deudas, no así al hijo, que estaba llamado a asegurar la continuidad de la familia. Su esposo la podía repudiar abandonándola a su suerte. La situación para las mujeres repudiadas y las viudas, era trágica porque se quedaban “sin honor, sin bienes y sin protección”, al menos hasta que encontraran un varón que se hiciera cargo de ellas. Por ello, Jesús defenderá a las mujeres de la discriminación, las acogerá entre sus discípulos y adoptará una postura rotunda frente al repudio decidido por los varones, por ello dice: “El que repudia a su mujer y se casa con otra comete adulterio contra la primera”. Mr 10,11
Como todos los niños de Nazaret, Jesús vivió los siete u ocho primeros años de su vida bajo el cuidado de su madre y de las mujeres de su grupo familiar. En estas aldeas de Galilea, los niños eran los miembros más débiles y vulnerables, los primeros en sufrir las consecuencias del hambre, la desnutrición y la enfermedad. Pocos llegaban a la edad juvenil sin haber perdido a su padre o a su madre. Los niños eran sin duda apreciados y queridos, también los huérfanos, pero su vida era especialmente dura y difícil. A los ocho años, los niños varones eran introducidos sin apenas preparación en el mundo autoritario de los hombres, y se les enseñaba a afirmar su masculinidad cultivando el valor, la agresión sexual y la sagacidad. Jesús adoptará ante los niños una actitud poco habitual en este tipo de sociedad. No era normal que un varón honorable manifestara hacia los niños esa atención y acogida que destacan en Jesús.
Cuando los discípulos tratan de alejar a los niños, reflejando la actitud normal en aquella sociedad hacia los niños, Jesús tiene una actitud que asombra a los demás. En Mr 10,14 dice: “Dejen que los niños vengan a mí, y no se lo impidan, porque el reino de Dios es de quienes son como ellos.” Manifestando así la misma actitud de acogida y protección que tuvo hacia los más débiles e indefensos de la sociedad.
Para la gente que se encontraba con él, Jesús era “galileo” que provenía de Nazaret, una aldea desconocida, no de la ciudad santa de Jerusalén. Todos sabían que era hijo de un “artesano”. Pero también se percataban que era especial y que sus sencillas pero sabias palabras llenaban los corazones de paz y hacían meditar en lo que pensaban y hacían. Los hacía volverse a Dios a quien presentaba como un Padre bueno que había dado unos mandamientos para bendecir a su pueblo y que Él explicaba su contenido poniéndolo de manera que ya no eran imposiciones sino acciones que se llevan a cabo por amor.
Si somos discípulos de Jesús, debemos mantener para con nuestro prójimo su misma actitud misericordiosa y seguir sus enseñanzas. Que así sea.

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