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JESÚS, TRABAJADOR DEL REINO DE DIOS

JESÚS, TRABAJADOR DEL REINO DE DIOS

Faro de Luz 1200

No sabemos con certeza si Jesús tuvo otra formación aparte de la que recibió en su casa. Ignoramos si en aquella aldea desconocida existía una escuela vinculada a la sinagoga, como hubo en bastantes otros lugares de Israel, aunque no parece que se puedan aplicar a la Galilea de los tiempos de Jesús las descripciones rabínicas posteriores que hablan del funcionamiento de escuelas (bet ha-séfer) en los poblados. Al parecer eran pocos los que sabían leer y escribir entre las capas humildes del Imperio romano. Se estima que solo el 10% de la población del Imperio era capaz de leer y escribir. Algo parecido sucedía en Galilea. Según algunos, la alfabetización no sobrepasaba el 3% de la población en la Palestina romana. Pero otros sugieren que la religión judía, centrada en las sagradas Escrituras, impulsó una alfabetización superior al resto del Imperio.
La gente de pueblos tan pequeños como Nazaret no tenía medios para el aprendizaje ni libros en sus casas. Solo las clases dirigentes, la aristocracia de Jerusalén, los escribas profesionales o los monjes de Qumrán tenían medios para adquirir una cierta cultura escrita. En las pequeñas aldeas de Galilea no se sentía esa necesidad.
En estos pueblos de cultura oral, la gente tenía una gran capacidad para retener en su memoria cantos, oraciones y tradiciones populares, que se transmitían de padres a hijos. Es probable que Jesús haya sido sencillamente un vecino sabio e inteligente que escuchaba con atención las palabras sagradas, oraciones y salmos que decían en la sinagoga y las guardaba en su memoria y seguramente no necesitaba acudir a ningún libro para meditarlo todo en su corazón.
Cuando Jesús enseñó su mensaje a la gente, no citó a ningún rabino, ni sugirió literalmente ningún texto sagrado de las Escrituras. Él habló de lo que rebosaba su corazón, como dijo según leemos en, Mt 12,34: “de lo que rebosa el corazón habla la boca”, Y la gente, al escucharlo se quedaba admirada, pues nunca habían oído hablar con tanta fuerza y sabiduría a ningún maestro, dice Mr 1,27.
Sin embargo, podemos decir con certeza que Jesús si sabía leer puesto que en Lc 4,16-21 dice: “Jesús fue a Nazaret, el pueblo donde se había criado. El sábado entró en la sinagoga, como era su costumbre, y se puso de pie para leer las Escrituras. Le dieron a leer el libro del profeta Isaías, y al abrirlo encontró el lugar donde estaba escrito: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado para llevar la buena noticia a los pobres; me ha enviado a anunciar libertad a los presos y dar vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a anunciar el año favorable del Señor.” Luego Jesús cerró el libro, lo dio al ayudante de la sinagoga y se sentó. Todos los que estaban allí tenían la vista fija en él. Él comenzó a hablar, diciendo: Hoy mismo se ha cumplido la Escritura que ustedes acaban de oir.”
Lo que Jesús si aprendió de José, su padre adoptivo, en Nazaret, fue un oficio para ganarse la vida. No fue un campesino dedicado a las tareas del campo, aunque en más de una ocasión echaría una mano a los suyos, sobre todo en el tiempo de recoger las cosechas. Las fuentes dicen con precisión que fue un “artesano” como lo había sido su padre Mr 6,3; Mt 13,55. Aunque el término griego tekton se refiere, más bien, a maestro de obra o constructor de casas, sea en madera o en piedra. Tekton no identifica a Jesús o José como carpinteros, sino más adecuadamente como maestros, hombres con un bagage técnico, por lo tanto, su trabajo, no correspondía únicamente al del carpintero de nuestros días. Según la descripción de los trabajos de su época, la actividad de un artesano de pueblo abarcaba trabajos diversos, y habiendo descrito con anterioridad cómo eran las casas de aquella época, es fácil adivinar los trabajos que se le pedían a Jesús: reparar las techumbres de ramaje y arcilla deterioradas por las lluvias del invierno, fijar las vigas de la casa, construir puertas y ventanas de madera, hacer modestos muebles y otros objetos, pero también construir alguna casa para un nuevo matrimonio, reparar terrazas para los viñedos o excavar en la roca algún lagar para pisar la uva.
Ahora bien, podemos considerar que en Nazaret no había suficiente trabajo para un artesano. Por una parte, porque el mobiliario de aquellas humildes casas era muy modesto: recipientes de cerámica y de piedra, cestos, esteras; lo imprescindible para la vida cotidiana. Por otra parte, las familias pobres se construían sus propias viviendas, y los campesinos fabricaban y reparaban durante el invierno sus instrumentos de labranza. Por lo que, para encontrar trabajo, tanto José como Jesús debieron salir de Nazaret y recorrer los poblados cercanos.
Cuando el joven Jesús comenzó a ganarse la vida como artesano, Séforis era capital de Galilea y estaba a solo cinco kilómetros de Nazaret. Arrasada totalmente por los romanos cuando Jesús apenas tenía seis años, Séforis estaba en plena reconstrucción, por lo que la demanda de mano de obra era grande. Se necesitaban, sobre todo, canteros y obreros de la construcción. Deben haber sido bastantes los jóvenes de las aldeas vecinas que encontraron trabajo allí. En algo más de una hora podía ir Jesús desde su pueblo a Séforis para volver de nuevo al atardecer. Es posible entonces, que Jesús también trabajara en aquella ciudad, aunque esto no deja de ser una conjetura a pesar de que hay estudiosos que defienden la presencia de Jesús en las obras de reconstrucción de Séforis. Y aunque se trata de una conjetura de gran interés, de momento no posee suficiente base real. De ser así, su vida se debe haber parecido a la de los jornaleros que buscaban trabajo cada día, y como ellos, también se veía obligado a moverse para encontrar a quien contratara sus servicios y esa experiencia pudo ser la que dio material para la parábola de los trabajadores en el viñedo que encontramos en Mt 20, 1-15.
Con su modesto trabajo, Jesús, como la mayoría de los galileos de su tiempo era pobre, aunque no estaba en lo más bajo de la escala social y económica. Su vida no era tan dura como la de los esclavos, ni conocía la miseria de los mendigos que recorrían las aldeas pidiendo ayuda. Pero tampoco vivía con la seguridad de los campesinos que cultivaban sus propias tierras.
Jesús es un personaje que además de conocer su actividad inicial como artesano, no podemos clasificar, ya que todos los intentos de clasificarlo dentro de los modelos de su tiempo resultan vanos y no podemos encerrarlo en ningún determinado grupo dentro de la sociedad judía pues su vida fue pasando calladamente sin ningún acontecimiento relevante. El silencio de las fuentes se debe probablemente a que en Nazaret no aconteció nada especial. Y los relatos del Protoevangelio de Santiago, el Evangelio del Pseudo Mateo, La historia de José, el Carpintero y otros evangelios apócrifos, no ofrecen ningún dato histórico seguro.
Un hecho inesperado, que debió haber llamado la atención de los miembros de su clan por lo inusual en aquellos pueblos de Galilea y que seguramente no fue bien visto por sus vecinos, fue que Jesús no se casó. No buscó esposa para asegurar una descendencia a su familia. Aun cuando fuentes cristianas y los libros apócrifos, mencionan a su madre y hermanas, y hablan de bastantes mujeres que se mueven en el entorno de Jesús, nunca se dice nada de una esposa e hijos. El comportamiento de Jesús debió desconcertar a sus familiares y vecinos porque el pueblo judío tenía una visión positiva y gozosa del matrimonio y del sexo, que es difícil de encontrar en otras culturas. En la sinagoga de Nazaret, Jesús seguramente había escuchado más de una vez las palabras del Gn 2,1: “No es bueno que el hombre esté solo”. Lo que indica que lo que agrada a Dios es un varón acompañado de una mujer fecunda y rodeado de hijos, como menciona el Sal 128,3-4: “En la intimidad de tu hogar, tu mujer será como una vid cargada de uvas; tus hijos, alrededor de tu mesa, serán como retoños de olivo. Así bendecirá el Señor al hombre que lo honra.
En un capítulo anterior se mencionó que los hebreos se organizaron en clanes, los cuales eran unidades fuertemente ligados por vínculos familiares o sociales. Y para conocer la razón del desconcierto de los miembros del clan de Nazaret por la soltería de Jesús, debemos saber que, para la filiación al clan de los adultos varones, se requería de un rito de alianza con el mismo; esta alianza al clan y a Dios se formalizaba con el rito de la circuncisión, práctica muy antigua que los mismos hebreos lo practicaban con cuchillos de piedra; pero que ritualizado alcanzaba un simbolismo de fuerte modelo patriarcal. El clan, tenía necesidad de asegurar la propia descendencia, por la importancia de acceder a la propiedad de la tierra considerada intransferible, que se transmitía por herencia vía masculina. De allí uno de los significados del matrimonio, institución en la que la mujer era considerada como una propiedad del marido, su amo, y su rol esencial lo constituía la maternidad, función que aseguraba la descendencia, contada exclusivamente por línea masculina. Estas uniones cumplían una doble función: garantizaban la pertenencia de la tierra y aseguraban la procreación. De ahí que las costumbres nómadas hebreas, que la comunidad judía heredó, se enmarcaban en un concepto de supervivencia con dependencia absoluta casi de una inagotable necesidad de reproducción tanto de animales como de personas.
Pero la renuncia de Jesús al amor sexual no parece motivada por un ideal ascético o religioso, parecido al de los “monjes” de Qumrán, que buscaban una pureza ritual extrema, o al de los terapeutas de Alejandría, que practicaban el “dominio de las pasiones”. Su estilo de vida tampoco fue el de un ermitaño del desierto, pues, como leemos en los Evangelios, Jesús comía y bebía con pecadores, trataba con prostitutas y no se preocupaba por la impureza ritual, como muestra Mr 7,5 en donde se lee: “los fariseos y los maestros de la ley le preguntaron a Jesús: ¿Por qué tus discípulos no siguen la tradición de nuestros antepasados, sino que comen con las manos impuras?
Tampoco se observa que Jesús tuviera algún rechazo a la mujer. Su renuncia al matrimonio no se parece a la de los esenios de Qumrán, que no tomaban esposas porque podrían crear discordias en la comunidad. Jesús las recibía en su grupo sin ningún problema, y las Escrituras muestran que no tuvo temor alguno a las amistades femeninas. Como dice Jn 11,5 “Jesús quería mucho a Marta, a su hermana María y a su hermano Lázaro…” y otro ejemplo, entre muchos otros lo temenos en Mr 16,1, que muestra el amor que le tenían las mujeres que lo acompañaban cuando dice: “Pasado el sábado, María Magdalena, María la madre de Santiago, y Salomé, compraron perfumes para perfumar el cuerpo de Jesús.”
En relación con las mujeres que acompañaron a Jesús hasta el calvario, San Mateo nos cuenta lo siguiente en Mt 27, 55-56: “Había allí muchas mujeres que miraban de lejos: eran las mismas que habían seguido a Jesús desde Galilea para servirlo. Entre ellas estaban María Magdalena, María –la madre de Santiago y de José– y la madre de los hijos de Zebedeo; y Mc 15,40-41 traslada la misma lista. Esas mujeres son las acompañantes de Jesús más conocidas.
Ellas venían siguiendo a Jesús desde Galilea, con fidelidad y dedicación, mediante el servicio, tanto a Jesús como a sus discípulos, y lo hacían contra todos los obstáculos, pues dentro del ambiente patriarcal israelita, esa actitud de las mujeres de fe era inaudita. En una sociedad que las apartaba solamente para lo doméstico, era inconcebible su renuncia y salida de los límites socioculturales, para entregarse al anuncio evangelizador de Jesús.
Tampoco tenemos datos para pensar que Jesús escuchó una llamada de Dios a vivir sin esposa, al estilo del profeta Jeremías, al que, según la tradición, Dios había pedido vivir solo, sin disfrutar de la compañía de una esposa ni de los banquetes con sus amigos, para distanciarse de aquel pueblo inconsciente que seguía divirtiéndose ajeno al castigo que le esperaba. Leemos en Jer 15,17: “No me senté a disfrutar con los que se divertían: forzado por tu mano, me senté solitario.” Jeremías fue un profeta de alma tierna, hecha para amar, que se vio obligado a anunciar al pueblo castigos y desgracias; pero la vida de Jesús, que asiste a las bodas de sus amigos, comparte la mesa con pecadores y celebra comidas para pregustar la fiesta final junto a Dios, nada tiene que ver con esa soledad desgarrada, impuesta al profeta.
La vida célibe de Jesús no se parece tampoco a la de Juan Bautista, que abandonó a su padre Zacarías sin asegurarle una descendencia para continuar la línea sacerdotal. La renuncia del Bautista a convivir con una esposa es bastante razonable, pues no le hubiera sido fácil llevarse consigo a una mujer al desierto para vivir alimentándose de saltamontes y miel silvestre, mientras anunciaba el juicio inminente de Dios y urgía a todos al arrepentimiento y a la penitencia. Jesús no era un hombre del desierto, su ministerio le llevó a recorrer Galilea anunciando la cercanía de un Padre perdonador, no el juicio airado de Dios. Frente a la actitud austera del Bautista, que “no comía pan ni bebía vino”, Jesús sorprende por su estilo de vida festivo: Él comía y bebía, sin importarle las críticas que se le hacen, como dicen Lc 7,33-34 y Mt 11,18-19. Entre los discípulos que lo acompañaban había hombres, pero también mujeres muy queridas por él, entonces, ¿Por qué no tuvo junto a Él una esposa?
Tampoco entre los fariseos se conocía la práctica del celibato. Jesús, no dedicó su vida a estudiar la Torá, sin embargo, sí se consagró totalmente a algo que se fue apoderando de su corazón cada vez con más fuerza, el “reino de Dios.” Esa fue la pasión de su vida, la causa a la que se entregó en cuerpo y alma. Él terminó viviendo solamente para ayudar a su pueblo a aceptar el “reino de Dios”.
Cuando cumplió treinta años, abandonó a su familia, dejó su trabajo, marchó al desierto, en donde estuvo cuarenta días, viviendo entre fieras y siendo puesto a prueba por Satanás, y los ángeles le servían” Mt 1,13. Después se adhirió al movimiento de Juan, pero luego lo abandonó, buscó colaboradores y empezó a recorrer los pueblos de Galilea. Su única obsesión era anunciar la “Buena Noticia de Dios”. Esta expresión fue acuñada entre los cristianos de la primera generación, pero recoge bien el contenido de la actividad de Jesús (Mr 1,14). Por la pasión que sentía por dar a conocer el reino de Dios, se le escapó la vida sin encontrar tiempo para crear una familia propia. Su comportamiento resultaba extraño y desconcertante.
A Jesús le llamaron: “comilón”, “borracho”, “amigo de pecadores”, “samaritano”, “endemoniado” y probablemente se burlaron de él llamándole también “eunuco” (castrado). Era un insulto hiriente que no solo cuestionaba su virilidad, sino que lo asociaba con un grupo marginal de hombres despreciados como impuros por su falta de integridad física. Jesús reaccionó dando a conocer la razón de su comportamiento, como dice en Mt 19,12: “Hay eunucos que han nacido sin testículos del seno de sus madres; hay otros que son castrados para servir a las familias de la alta administración imperial. Pero hay algunos que se castran a sí mismos por el reino de Dios”. Este lenguaje tan gráfico solo puede provenir de alguien tan original y escandaloso como Jesús. Y con esta pequeña frase podemos entender el por qué se da el voto de castidad entre los sacerdotes, religiosos y religiosas.
Si Jesús no convivió con una mujer no fue porque despreciara el sexo o minusvalorara la familia. Es porque no se casaría con nada ni con nadie que pudiera distraerlo de su misión al servicio del reino. No abrazó a una esposa, pero se dejó abrazar por prostitutas que van entrando en la dinámica del reino, después de recuperar con él su dignidad. No besó a unos hijos propios, pero abrazó y bendjo a los niños que se le acercaban, pues los veía como “parábola viviente” de cómo hay que acoger a Dios, y lo leemos en Mr 10,14, donde: “Jesús dijo: «Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis, pues de los que son como ellos es el reino de Dios.”
Él no creó una familia propia, pero se esforzó por suscitar una familia más universal, compuesta por hombres y mujeres que hagan la voluntad de Dios. Pocos rasgos de Jesús nos descubren con más fuerza su pasión por el reino y su disponibilidad total para luchar por los más débiles y humillados. Jesús conoció la ternura, experimentó el cariño y la amistad, amó a los niños y defendió a las mujeres. Solo renunció a lo que podía impedir su amor a la universalidad y entrega incondicional a los privados de amor y dignidad. Jesús no hubiera entendido otro celibato además del que brota de la pasión por Dios y por sus hijos e hijas sobre todo por los más pobres, como dijo al iniciar su sermón en la Montaña. Ahí dijo: “Bienaventurados los pobres en espíritu; porque de ellos es el Reino de los cielos”. Mt 5,3.
Ahora bien, es muy importante destacar que Jesús nunca rompió del todo con la familia; como manifiestan sus enseñanzas sobre el divorcio. Jesús no estaba en contra de la familia, sino que reafirmó el valor del matrimonio porque quiere que una mujer y un hombre vivan en una comunión, en una relación de amor y concordia. Jesús defiende la estabilidad de la familia, porque no quiere una mujer vulnerable, a expensas de la decisión, a veces arbitraria, del marido que, por cualquier motivo la podía despedir.
Vemos en el evangelio que no todos los discípulos abandonan totalmente a su familia. Pedro no lo hizo, porque estaba casado y no dejó ni a su mujer ni a su suegra, también las madres de algunos discípulos acompañaban al grupo.
Jesús no rompe con la familia y lo vemos claramente cuando Él y sus discípulos son acogidos en las casas de algunas familias. Jesús llegaba a las pequeñas aldeas y alguna familia que le había oído en otro pueblo le acogía. Allí, en las casas, hablaba a las familias. Y cuando envía a los discípulos, los manda a las casas y a las familias. Es fundamental que quede claro que Jesús no llama a romper con la familia, pues el evangelio indica que Jesús defiende el matrimonio y la familia porque para él son muy importantes. Jesús llegaba a las casas, se sentaba con las personas; y enviaba a sus discípulos a las casas para que dieran a conocer la buena nueva de salvación. Recibamos con gozo a quien nos presenta a Jesús y su mensaje sobre el Reino de Dios, que no se trata de un reino para tener, sino un reino para compartir, compartir las bendiciones recibidas del Señor.
Que así sea.

 

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