JESÚS ROMPIÓ LOS ESQUEMAS DE ABUSO CONTRA LA MUJER
JESÚS ROMPIÓ LOS ESQUEMAS DE ABUSO CONTRA LA MUJER
Sin duda, todas las mujeres veían en Jesús una actitud diferente. Nunca escucharon de sus labios expresiones despectivas hacia ellas. Nunca le oyeron exhortación alguna a vivir sometidas a sus esposos ni al sistema patriarcal. No había en Jesús animosidad ni precaución alguna frente a ellas. Solo respeto, compasión y una simpatía desconocida hasta entonces.
Tal vez lo más sorprendente era ver la manera tan sencilla y natural en la que iba determinando, desde su experiencia de Dios, el sentido de la mujer, echando abajo los estereotipos vigentes en aquella sociedad. No aceptaba, por ejemplo, que la mujer fuera considerada como fuente de tentación y ocasión de pecado para el hombre. En contra de la tendencia general, nunca advirtió a los varones de las artes seductoras de las mujeres, sino que los alertó de su propia lujuria, como cuando dijo, según se lee en Mt 5,28: “Yo les digo que cualquiera que mira con deseo a una mujer, ya cometió adulterio con ella en su corazón.” En una sociedad donde la lujuria del varón no era considerada tan grave como la seducción de la mujer, Jesús puso el acento en la responsabilidad de los hombres haciéndoles ver que no debían justificarse culpando a las mujeres por su mal comportamiento.
Jesús corrigió también la valoración que se hacía de la mujer atribuyéndole como cometido supremo el tener hijos. Como queda de manifiesto cuando en cierta ocasión, una mujer de pueblo alaba a Jesús ensalzando a su madre por lo único realmente importante para una mujer en aquella cultura: “un vientre fecundo y unos pechos capaces de amamantar a los hijos” cuando gritó: “¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron!”. La escena que encontramos en Lc 11,27-28. Pero Jesús ve las cosas de otra manera. Tener hijos no es todo en la vida. Por muy importante que sea para una mujer la maternidad, hay algo más decisivo y primordial: Ciertamente, la respuesta de Jesús que se encuentra en Mr 3,35 repite de alguna manera una convicción muy suya, su verdadera famiIia la componen quienes cumplen la voluntad de Dios, por eso dijo: “Dichosas más bien las que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen”, dejando claro que la grandeza y dignidad tanto de la mujer como del varón, arranca de escuchar el mensaje del reino de Dios y hacerlo vida al entrar en él.
En otra ocasión se nos dice que Jesús corrigió, en casa de sus amigas Marta y María, aquella visión generalizada de que la mujer se debía dedicar exclusivamente a las tareas del hogar. Marta se afanaba por acoger con todo esmero a Jesús, mientras su hermana María, sentada a sus pies, escuchaba su palabra. Cuando Marta reclamó la ayuda de María para realizar sus tareas, Jesús le contestó: “Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada”. Lc 10,38-42 Por lo general, la interpretación actual de la Sagrada Escritura considera que el contenido responde a su actitud sobre que la mujer no ha de quedar reducida al servicio de las faenas del hogar. Hay algo mejor y más decisivo a lo que tiene derecho tanto como el hombre, y es la escucha de la Palabra de Dios, pues solamente así podrá hacerla suya y vivir de acuerdo a sus enseñanzas.
Jesús reaccionó también con audacia frente al doble criterio de moralidad que se usaba para enjuiciar de manera desigual al varón y a la mujer, como vemos en la escena cautivadora que se encuentra en Jn 8,1-8. Jesús actuó defendiendo a una mujer adúltera con esa manera tan suya de acoger a los pecadores más despreciados y mostrarles la compasión de Dios.
“Jesús volvió al templo. La gente se le acercó, y él se sentó y comenzó a enseñarles. Los maestros de la ley y los fariseos traen ante Jesús a una mujer sorprendida mientras estaba teniendo relaciones sexuales con un hombre y la pusieron en medio de los presentes. No se dice nada del varón. Es lo que ocurría casi siempre en aquella sociedad machista. Se humillaba y se condenaba a la mujer, porque había deshonrado a su familia. Mientras tanto, nadie hablaba del varón, aunque, paradójicamente, es a él a quien la Torá exigía no poseer ni desear a una mujer que ya pertenecía a otro, como se lee en el Éx 20,14 – 17: “No cometas adulterio. No robes. No digas mentiras en perjuicio de tu prójimo. No codicies la casa de tu prójimo: no codicies su mujer, ni su esclavo, ni su esclava, ni su buey, ni su asno, ni nada que le pertenezca.”
Notamos pues, que al varón le estaba prohibido tener relaciones sexuales con la esposa o prometida de otro. El adulterio equivale a un robo. El pecado consiste en poseer a una mujer que pertenece a otro hombre. El verdadero culpable es el varón adúltero; la mujer no es sino víctima o a lo más, cómplice.
Al dar la ley, se pensó en los varones como los verdaderos responsables de la sociedad; pero al reportar el delito, se castigaba con dureza a las mujeres; y Jesús no soportó esta hipocresía social construida por los varones.
Y hace notar categóricamente, es decir, que no admitía objeción ni discusión, que no es verdad que la mujer sea más culpable que el varón, al decir: “Aquel de ustedes que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra”. Al parecer, eran los testigos quienes, de ordinario, iniciaban la lapidación. La sugerencia de Jesús fue un reto y empezando por los más viejos, los acusadores se fueron retirando uno a uno, avergonzados por el desafío de Jesús. Sabían que ellos eran más responsables de los adulterios que se cometían en aquellos pueblos.
Vemos pues, que Jesús no quebrantó la ley de Moisés respecto al adulterio que se encuentra en el Lv 20,10 que dice: “Si alguien comete adulterio con la mujer de su prójimo, se condenará a muerte tanto al adúltero como a la adúltera.” sino que dijo, de cierta manera: “¡Adelante, cumplan la ley!” Pero también dijo: “Quien esté sin pecado, que le tire la primera piedra.” y obviamente nadie pudo porque todos, sin excepción, reconocieron que no estaban limpios de pecado.
La conclusión de ese capítulo es conmovedora. La mujer que había sido acusada, no se había movido, Seguía allí, en medio, humillada y avergonzada. Jesús se quedó a solas con ella y la mira con ternura y le expresó respeto y cariño cuando le dijo: “Mujer…, ¿nadie te ha condenado?”. La mujer, que acababa de escapar de la muerte, le respondió atemorizada: “Nadie, Señor”. Las palabras de Jesús son inolvidables y nunca las pudieron escuchar los varones adúlteros que se habían retirado irritados y avergonzados; So aquella mujer abatida escuchó la manifestación de misericordia de Jesús que le dijo, mostrando con su misericordia infinita, su poder en el más alto grado perdonando libremente los pecados: “Tampoco yo te condeno. Vete y, en adelante, no peques más”. De esta manera le mostró de palabra y con hechos la misericordia sin límites de su Padre hacia ella y la invitó a la conversión, sin la cual no se puede entrar en el Reino. Ese es el llamado que nos hace a todos al otorgarnos su perdón, manifestando así su omnipotencia al convertirnos de nuestros pecados y restableciéndonos en su amistad por la gracia.
Aquella mujer no necesitó más condenas. Jesús la justificó, la separó del pecado que contradice al amor de Dios, y purificó su corazón, la reconcilió con Dios, la liberó de la servidumbre del pecado y confíó en ella. Quiso para ella lo mejor y la animó a no pecar, pero de sus labios no brotó ninguna condena, comportándose de la misma manera que el Padre, que con el nombre con el que se reveló en Ex 34,7 y que expresa la fidelidad de Dios, que, a pesar de la infidelidad del pecado de los hombres y el castigo que merecemos, “mantiene su amor por mil generaciones” y que, como dice San Pablo en Ef 2,4 “Dios es tan misericordioso y nos amó con un amor tan grande, que nos dio vida juntamente con Cristo cuando todavía estábamos muertos a causa de nuestros pecados. Por la bondad de Dios han recibido ustedes la salvación.” Sí, por la bondad, amor y misericordia de Dios, hemos sido salvados por medio del sacrificio en la cruz de su Hijo y por su sangre derramada hemos sido limpiados de nuestros pecados.
Luego del episodio en el que la mujer no fue apredreada: Jesús se dirigió otra vez a la gente, diciendo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, tendrá la luz que le da vida, y nunca andará en la oscuridad.” Haciendo ver con esto que es quien muestra el camino hacia Dios, así también la luz es símbolo de la vida, la felicidad y la alegría, contrario a las tinieblas que es símbolo de la muerte, la desgracia y las lágrimas. Y Podemos concluír entonces, que a las tinieblas del cautiverio al que nos conduce el pecado, se contrapone la luz de la liberación y de la salvación por medio de Jesús, que alcanza a todos, incluso a los paganos. Esto nos muestra, que vivimos bajo la influencia de Cristo que es la luz y que, como sus seguidores, somos “hijos de la luz” y debemos manifestarlo con nuestras obras, con nuestro testimonio, que es la forma en la que seremos reconocidos por todos como seguidores de Cristo.
Ahora bien, también es notorio que Jesús no solo no acusó a la mujer adúltera, sino que tampoco hizo señalamientos a los que la acusaban, Él simplemente expresó que solamente quienes no tuvieran pecado podrían apedrearla. Él actuó misericordiosamente incluso con aquellos hombres que sin misericordia para con aquella mujer pedían un castigo que también ellos merecían, pero que por la tradición machista quedaban fuera de toda condenación.
Luego de escuchar estos datos, conviene que nos preguntemos ¿Cuál es mi conducta? ¿Soy responsable de mis hechos o culpo a alguien más, a quien considero menos que yo? ¿Estoy libre de culpa como para señalar a otro de sus malos actos?
Jesús nos llama a todos y cada uno a imitarlo en la compasión y el perdón.
Y como dijo San Agustín en su comentario sobre el Evangelio de San Juan: “Que cada uno mire el interior de su corazón, entre en su interior y se ponga en presencia del tribunal de su corazón y de su conciencia, y se verá obligado a confesarse pecador. Que sufra el castigo aquella pecadora, pero no por mano de los pecadores; que se ejecute la ley, pero no por sus transgresores”.
En nuestro caso, en vez de ser acusadores, nos corresponde reconocer que todos somos iguales a los ojos de Dios, por lo que debemos interceder por aquellas personas de las que conocemos faltas, para que Dios continúe mostrándose misericordioso con ellas, como lo ha sido con nosotros, y seamos así, verdaderos testigos del amor de Dios. Pero cuando debamos hacerles ver su pecado, hagámoslo, sin hacerle señalamientos acusatorios, mostrándole que está tomando un camino equivocado, esa es la enseñanza de Jesús, que dijo, “No es la voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno de estos pequeños. Por tanto, si tu hermano peca, vé, repréndelo estando tú y él solos. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano.” Mt 18,14 y 15. Actúa pues misericordiosamente y muestra con tu conducta amorosa y con las ensañanzas de Jesús que se encuentran en los Evangelios, el camino de bendición que lleva al Padre.
Lo que escribió Santiago en el 5,20 de su carta, nos motiva a trabajar atrayendo a los que se han alejado del Señor por el pecado. Ahí dice: “Sepan ustedes que cualquiera que hace volver al pecador de su mal camino, lo salva de la muerte y hace que muchos pecados sean perdonados.” Y recordemos la enseñanza en Mt 25,40 y 34, en donde Jesús dice: “Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de estos hermanos míos más humildes, por mí mismo lo hicieron.’ ‘Vengan ustedes, los que han sido bendecidos por mi Padre; reciban el reino que está preparado para ustedes desde que Dios hizo el mundo.” – No hay mayor motivación que saber que actuar con misericordia nos llevará a la presencia de Dios, y que aquí, en esta vida, seremos bendecidos.
Que así sea, para honra y gloria de Dios y bendición de aquellos a los que les brindemos nuestra ayuda y apoyo mostrándoles el amor y la misericordia de Dios al presentarles la salvación por medio de Jesucristo.
