JESÚS ENSEÑÓ MÁS ALLÁ DE LA LEY
JESÚS ENSEÑÓ MÁS ALLÁ DE LA LEY
Hacia el año 500 a.C., se recopiló el Pentateuco, y todas las leyes y códigos quedaron incorporados a la historia de Dios con su pueblo. A este conjunto los hebreos le llamaron la Ley o Torá, que quiere decir literalmente “enseñanza” o “instrucción”. En tiempos de Jesús, tanto la Torá como el Templo, eran los dos pilares del judaísmo. Pero con la destrucción del Templo* por los romanos el 30 de agosto del año 70 d C., la Ley pasó a ser el único pilar, el centro de su identidad. Cuando hablamos de la Ley o Torá, nos referimos al conjunto de leyes y prescripciones que se debían observar para vivir en fidelidad a la Alianza que los judíos habían hecho con Dios.
El Templo era el edificio ubicado en Jerusalén dedicado a la adoración a Dios que reemplazó a la Tienda del Encuentro (el tabernáculo), que fue el lugar de adoración de los israelitas desde su travesía por el desierto hasta que el rey Salomón construyó el primer templo. Al igual que la Tienda del Encuentro, este edificio fue el centro de adoración de los israelitas, aunque inicialmente estaba a destinado a ser «casa de oración para todas las naciones» como dice Is 56,7: “Yo los traeré a mi monte sagrado y los haré felices en mi casa de oración. Yo aceptaré en mi altar sus holocaustos y sacrificios, porque mi casa será declarada casa de oración para todos los pueblos.
Sin embargo, Jesús, seducido totalmente por el reino de Dios, no se concentró en la Torá o la Ley en sus enseñanzas. Hablaba de Dios sin basarse en la ley y sin preocuparse de si su enseñanza entraba en conflicto con ella y tampoco vivía pendiente de observarla escrupulosamente, tal como se hacía, por ejemplo, en Qumrán. Para él, la Torá no era lo fundamental, por lo que tampoco entró en discusiones sobre la interpretación correcta de las normas legales. Jesús buscaba la voluntad de Dios.
No podemos saber qué pensaba Jesús de la ley, pero sí sabemos, que nunca se pronunció a favor o en contra. Pero al respecto dijo la siguiente aclaración: “No crean ustedes que yo he venido a suprimir la ley o los profetas; no he venido a ponerles fin, sino a darles su pleno valor. Pues les aseguro que mientras existan el cielo y la tierra, no se le quitará a la ley ni un punto ni una letra, hasta que todo llegue a su cumplimiento.” Mt 5,17-19
Tampoco ofreció método para estudiar la doctrina de la Torá. Más bien iba tomando posición en cada caso partiendo de su experiencia de Dios. Y por supuesto no promovió nunca una campaña contra la Torá porque encontró, en muchos aspectos de esa ley, la expresión válida de la voluntad de Dios. Cuando uno le preguntó qué ha de hacer para tener en herencia vida eterna, Jesús le recordó los mandamientos de la Ley y le citÓ a continuación los que pertenecen a la segunda tabla, es decir, los que hablan de las obligaciones sociales: “No mates, no cometas adulterio, no robes…” como se lee en Mr 10,17-22. Pero la ley ya no ocupaba el centro de la vida. Había llegado el reino de Dios, y esto lo cambió todo. La ley podía regular correctamente muchos capítulos de la vida, pero ya no era lo decisivo para descubrir la verdadera voluntad de Dios que había llegado. No bastaba que el pueblo se preguntara ¿qué es ser leal a la ley?, era necesario preguntarse ¿qué es ser leales a Dios?
Jesús presentó a la gente no las leyes de las que hablaban los escribas, sino a Dios que es amoroso compasivo y perdonador. Enseñó que no bastaba vivir pendientes de lo que dice la Torá, debe buscarse la voluntad de Dios, que puede llevar más allá de lo que dicen las leyes, muchas de las cuales fueron agregadas por los hombres. Lo importante en el reino de Dios no es contar con personas cumplidoras de las leyes, sino con hijos e hijas que se parezcan a Dios y traten de ser buenos como es él. Que su conducta brote de su corazón deseoso de agradar a Dios, no solamente de cumplir la Ley. Por ejemplo, cuando en Mt 5,21-45, dejó claro que “quien no mata cumple la ley, pero, si no arranca de su corazón la agresividad hacia su hermano, no se asemeja a Dios.” Y “Aquel que no comete adulterio cumple la ley, pero, si desea la esposa de su hermano, no se asemeja a Dios”. También dijo que: “Aquel que ama solo a sus amigos, pero alimenta en su interior odio hacia sus enemigos, no vive con un corazón compasivo como el de Dios”. Con estas palabras, Jesús estaba diciendo que en esas personas reina la ley, es decir, que son cumplidoras, pero en su corazón no reina Dios, no lo aman para actuar como Él.
Jesús buscaba la voluntad de Dios con libertad. No se ocupó en discutir cuestiones de moral; solo buscó qué es lo que puede hacer bien a las personas, pues es lo que Dios quiere para todos. Por eso criticó, corrigió y rectificó interpretaciones de la ley cuando las encontraba en contradicción con la voluntad de Dios, que quiere que seamos como Él: compasivos y justos con todos, pero en especial con los débiles y necesitados de ayuda.
Una de esas interpretaciones erradas que criticó es mencionada en Mr 7,8-13, en donde Jesús critica una tradición farisea según la cual, si un hijo consagra algo como “ofrenda a Dios”, está exonerado de ayudar con esos bienes a sus padres ancianos o necesitados. Dijo a los fariseos y maestros de la ley: “Ustedes dejan el mandato de Dios para seguir las tradiciones de los hombres. Para mantener sus propias tradiciones, ustedes pasan por alto el mandato de Dios. Pues Moisés dijo: ‘Honra a tu padre y a tu madre’, y ‘El que maldiga a su padre o a su madre, será condenado a muerte.’ Pero ustedes afirman que un hombre puede decirle a su padre o a su madre: ‘No puedo ayudarte, porque todo lo que tengo es corbán’ (es decir: “ofrecido a Dios”); y también afirman que quien dice esto ya no está obligado a ayudar a su padre o a su madre. De esta manera ustedes anulan la palabra de Dios para seguir sus propias enseñanzas, esas tradiciones que se trasmiten unos a otros.”
Es probable que Jesús haya sorprendido por su libertad ante el conjunto de normas y prescripciones en torno a la observancia de la pureza ritual, que en su tiempo se vivía con bastante rigor. Más tarde, en la Misná se dedicarán nada menos que doce tratados a las prescripciones relativas a la pureza. Los más rigurosos eran, sin duda, los esenios de Qumrán, basta observar con qué obsesión purificaban sus cuerpos una y otra vez a lo largo del día. No llegaban a tanto los grupos fariseos, aunque su manera de observar el código de pureza era mucho más estricta que lo acostumbrado por el resto de la gente.
Y aunque la mayor parte de las “impurezas” que podía contraer una persona no la convertían en un “pecador”, moralmente culpable ante Dios, según el código de pureza, la apartaban de Dios y le impedían entrar en el templo, por lo tanto, impedían también tomar parte en el culto.
No sabemos con certeza la posición de los grupos fariseos. Los especialistas, estudiosos de la historia, tienen actitudes contrarias. Unos afirman que, aun siendo laicos, se comprometían a observar las leyes de pureza que obligaban solamente a los sacerdotes del templo. Otros piensan que solo los sectores más radicales pensaban así.
Pero Jesús se relacionó con total libertad con gente considerada impura, sin importarle las críticas de los sectores más observantes. Comió con pecadores y publicanos, tocó a los leprosos y se movió entre gente indeseable.
La verdadera identidad de Israel no consiste en excluir a paganos, pecadores e impuros. Para ser el “pueblo de Dios”, lo decisivo no es vivir “separados”, como hacen en buena parte los sectores fariseos, ni aislarse en el desierto, como los esenios de Qumrán; en el reino de Dios, la verdadera identidad consiste en no excluir a nadie, en acoger a todos y de manera preferente, a los marginados, que son los que más necesitan sentirse acogidos.
Jesús expresó su pensamiento con relación a esto cuando dijo: “Nada de lo que entra en la persona puede mancharla. Lo que sale de dentro es lo que contamina”. Mr. 7,15 y Evangelio [apócrifo] de Tomás 14,5. Algunos, como los esenios, se preocupaban mucho de observar las leyes de pureza para no quedar manchados, pero para Jesús, ese tipo de impureza no llega a contaminar a la persona. La contaminación ritual desde el exterior no reviste tanta importancia porque no toca el corazón. Hay otra “impureza” que nace del interior, y es la que corrompe desde dentro a la persona. Por eso enseñó que, para acoger a Dios, lo importante no es evitar contactos externos que nos puedan contaminar, sino tener un corazón limpio y bueno.
Notamos pues, que el comportamiento y las palabras de Jesús desafiaban el sistema de pureza sólidamente establecido por la tradición, aunque no rechazó todas las leyes de pureza, si hubiera afirmado, por ejemplo, que se podía comer cerdo, hubiera provocado una reacción violenta en contra. Recordemos que, como narra 1 Mac 1,62 y 63 en tiempos de los Macabeos 175-134 a. C., bastantes judíos habían muerto por negarse a comer alimentos impuros.
Jesús tenía en cuenta que, si una ley concreta hacía bien a la gente y ayudaba a comprender y aceptar la compasión de Dios, ésta debía ser parte de la conducta de las personas. Por lo que era muy iluminador su actuar ante la ley del sábado, la fiesta semanal considerada por todos como regalo de Dios. Según las tradiciones más antiguas, era un día bendito y santo, instituido por Dios para descanso de sus criaturas. Todos debían descansar, incluso los animales que se empleaban para trabajar el campo. El sábado era pues, un día de respiro y de fiesta para gozar la libertad.
Ese día, hasta los esclavos quedaban liberados de sus trabajos. En las aldeas de Galilea se respiraba sosiego y paz. Las Escrituras judías veían en el sábado una fiesta de “descanso” para imitar a Dios, que, después de seis días de trabajo creador, se había tomado un día de respiro, como dice el Éx 20,8-11. Se le consideraba también como una “liberación” de la vida dura de trabajo, que les recordaba la liberación de la esclavitud de Egipto, como se lee en Dt 5,12-15. El término “sábado” proviene del hebreo sabbat, que significa “cesar”, “parar”, “descansar”.
Los tres rasgos más conocidos y que mejor identificaban al pueblo judío frente a otros pueblos dentro del Imperio romano eran la circuncisión de los varones, la abstención de alimentos impuros y la ley del sábado. En tiempos de Jesús, el sábado no solo era una ley exigida por fidelidad a la Alianza. Se había convertido en signo y emblema de la identidad del pueblo judío frente a otros pueblos. Por ejemplo, los romanos, que no interrumpían su ritmo de trabajo con una fiesta semanal, admiraban, respetaban y hasta “envidiaban” esta costumbre. Para los judíos era una ley, tan sagrada y arraigada en su conciencia, que, en los combates contra Antíoco Epífanes, muchos judíos habían perdido su vida por negarse a combatir, al ser atacados en sábado, como se puede leer en 1 Mac 2,29-41. Más tarde se interpretó la ley del sábado de manera menos rigurosa y se permitía tomar las armas para defensa de la propia vida. Lo dice Flavio Josefo en su obra La guerra judía 1, 146: “En sábado, los judíos solo se defienden”.
En tiempos de Jesús, los esenios de Qumrán eran, sin duda, los más rigurosos, como se lee en algunas de sus normas: “Nadie vaya al campo para hacer un trabajo en sábado… Nadie coma en sábado algo fuera de lo ya preparado la víspera… Nadie preste auxilios de parto al ganado en sábado y, si cae en una cisterna o en un hoyo, no sea rescatado en sábado… Si un ser humano cae en un lugar pantanoso o en un depósito de agua, nadie lo extraiga con una escalera, una cuerda u otro medio”.
Flavio Josefo pone diversos ejemplos para probar que los esenios “evitan trabajar el día séptimo de la semana con un rigor mayor que el de los demás judíos” (La guerra judía Il, 147).
Pero entre los fariseos se defendía una interpretación más comprensiva, por eso los esenios consideraban que los fariseos defendían “interpretaciones fáciles” que “desviaban del camino”. En concreto se permitía quebrantar el sábado en dos casos: para defender la propia vida contra los enemigos y para salvar a una persona o un animal si se encuentra en peligro de muerte. Y las curaciones estaban prohibidas en sábado, a menos que el enfermo estuviera en peligro de muerte.
Tampoco entre los fariseos había unanimidad. Unos tendían a interpretaciones más abiertas y liberales, mientras que otros se inclinaban hacia posiciones más rígidas y rigoristas.
Pero Jesús nunca pensó en suprimir la ley del sábado. Era un gran regalo de Dios para las gentes que necesitaban descansar de sus trabajos y penalidades; al contrario, lo que hizo fue devolverle su sentido más genuino: el sábado, como todo lo que viene de Dios, siempre es para el bien, el descanso y la vida de sus criaturas. Su perspectiva no era la de los fariseos ni la de los esenios. Lo que a él le preocupaba no era observar escrupulosamente una ley que refuerza la identidad del pueblo, lo que no podía tolerar es que una ley impidiera a la gente experimentar la bondad de Dios Padre.
Por eso se atrevió a curar en sábado a enfermos que, ciertamente, no estaban en peligro de muerte. Por ello su actuación provocó la reacción de los sectores más rígidos de su tiempo, y Jesús aprovechó para explicar la razón de su actuación, como leemos en Mr 3,1-6, en donde el evangelista dice que Jesús sanó, en sábado, a un hombre que tenía una mano tullida. También Lucas cuenta en Lc 13,10-17, que Jesús sanó en sábado a una mujer jorobada; y en 14,1-6 que Jesús sanó en sábado, en casa de un fariseo, a un enfermo de hidropesía, (retención de líquidos que causa hinchazón); Y Juan en Jn 5,1-18 narra que sanó a un hombre de Betzatá, que estaba paralítico desde hacía treinta y ocho años, y en 9,1-40 dice cómo Jesús sanó, en sábado, a un hombre que había nacido ciego.
Marcos, también narra que Jesús, para dejar claro por qué actuaba así, dijo: “El sábado se hizo para el hombre, y no el hombre para el sábado. Por esto, el Hijo del hombre tiene autoridad también sobre el sábado.” Mr 2,27-28
Con esto quiso explicar que Dios no creó el sábado para imponer al pueblo una carga, ni para hacerle vivir encadenado a un conjunto de normas, sino lo que Dios quiere, es el bien de las personas pues ésa es la intención de toda ley que viene de él. Entonces, si todo es por el bien de las personas, ¿Por qué Él no iba a curar en sábado? Pues si el sábado es para celebrar la liberación del trabajo y de la esclavitud, es también, el día más apropiado para liberar a los enfermos de su sufrimiento y hacerles experimentar el amor liberador de Dios. Y defendió su actuación con audacia cuando dijo: “¿Qué está permitido en sábado?: ¿hacer el bien o hacer el mal, salvar una vida o destruirla?” Mr 3,4. ¿Se puede salvar a una oveja que ha caído en un hoyo y no se puede curar a un ser humano postrado por la enfermedad? “¿Quién de vosotros que tenga una sola oveja, si esta cae en un hoyo en sábado, no la agarra y la saca?”. Mt 12,11 y Lc 14,6 y 13,15. Jesús no esperó a que pasara el sábado para curar a un enfermo, se le hacía insoportable ver a alguien sufriendo y no actuar de inmediato. Además, tal vez al día siguiente estaría ya en otra aldea anunciando el reino a otras gentes. Él quería dejar claro que lo importante no es la ley, sino la vida nueva que Dios quiere para todos los que sufren.
Los evangelistas recogieron otro episodio en el que Jesús iba recorriendo los caminos de Galilea seguido por sus discípulos. Era sábado, por lo que las familias se reunían para hacer la comida principal de la semana, pero ellos estaban en pleno campo y sintieron hambre. Al atravesar unos sembrados encontraron algunas espigas. Arrancan las espigas, las desgranan con sus manos y se las comen. Algunos, los critican, no por robar algo que no es suyo, sino porque “arrancar espigas y desgranarlas” es un trabajo que no está permitido en sábado. Jesús los defiende, recordando que también David y sus seguidores, cuando huían de Saúl, para saciar su hambre no dudaron en comer “panes consagrados” que solo podían comer los sacerdotes. Con esta narración podemos suponer que, puesto que los discípulos seguían a Jesús por Galilea desprovistos de alimentos, sin duda en más de una ocasión pasaban hambre antes de ser acogidos en alguna aldea y en aquel momento no dudaron ni un instante. Pero la actitud de Jesús, ante esas críticas, fue que ninguna ley que provenga de Dios ha de impedir aliviar las necesidades vitales de quienes sufren, están enfermos o pasan hambre, pues Dios es amigo de la vida. (Mr 2,23-28; Mt 12,1-8; Lc 6,1-5.)
Seamos entonces obedientes a las normas y mandamientos de nuestro Padre celestial y considerando los enfoques de Jesús, sigamos tomados de su mano y obedientes a sus enseñanzas, que se encuentran en los evangelios, con la certeza de que si vivimos de esa manera e imitando su comportamiento misericordioso y amable, manteniéndonos leales a Él, no solo daremos frutos agradables a Dios, sino que también recibiremos sus bendiciones en abundancia. Como dijo Jesús según leemos en Jn 10,10b: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante.”
Pero debemos considerar también lo que Jesús dijo en Jn 15,4-5: “Sigan unidos a mí, como yo sigo unido a ustedes. Una rama no puede dar uvas de sí misma, si no está unida a la vid; de igual manera, ustedes no pueden dar fruto, si no permanecen unidos a mí. Yo soy la vid, y ustedes son las ramas. El que permanece unido a mí, y yo unido a él, da mucho fruto; pues sin mí no pueden ustedes hacer nada.”
Sigamos entonces las enseñanzas de Jesús, que van mucho más allá de la ley, porque es lo que Dios espera de cada uno de nosotros. Tomemos como ejemplo a Jesús, que por amor a nosotros y por nuestra salvación, sufrió y entregó su vida para que, por su muerte, recibiéramos una vida nueva, plena, abundante. Que así sea para honra y gloria de nuestro Señor y para bendición nuestra y de aquellos a los que vamos a servir con amor y por amor.