JESÚS ENSEÑÓ A ORAR
JESÚS ENSEÑÓ A ORAR
Como leemos en Mt 6,5 -15 Jesús enseñó a sus discípulos lo siguiente sobre la oración, primero les dijo lo que debían hacer antes de empezar a orar: “Cuando ustedes oren, no sean como los hipócritas, a quienes les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas para que la gente los vea. Les aseguro que con eso ya tienen su premio. Pero tú, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre en secreto. Y tu Padre, que ve lo que haces en secreto, te dará tu premio.
“Y al orar no repitan ustedes palabras inútiles, como hacen los paganos, que se imaginan que cuanto más hablen más caso les hará Dios. No sean como ellos, porque su Padre ya sabe lo que ustedes necesitan, antes que se lo pidan.”
Habiéndoles dado esas instrucciones fundamentales, continuó diciendo: “Ustedes deben orar así, y entonces enseñó la bella oración que conocemos como el Padrenuestro, porque son las palabras con las que inicia. Dice: “Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad en la tierra, así como se hace en el cielo. Danos hoy el pan que necesitamos. Perdónanos el mal que hemos hecho, así como nosotros hemos perdonado a los que nos han hecho mal. No nos expongas a la tentación, sino líbranos del maligno.”
Y aunque la oración que presenta San Lucas termina aquí, San Mateo agrega la enseñanza que a continuación dio Jesús cuando dijo: “Porque si ustedes perdonan a otros el mal que les han hecho, su Padre que está en el cielo los perdonará también a ustedes; pero si no perdonan a otros, tampoco su Padre les perdonará a ustedes sus pecados.”
Y en Lc 11,1 encontramos otra diferencia, pues la narración inicial cambia, pues dice que uno de sus discípulos le dijo a Jesús: “Señor enséñanos a orar”, y de inmediato Jesús les dijo la misma oración que nos transmitió San Mateo.
Notamos, que en la oración que Jesús enseñó, los dos primeros deseos son breves y concisos: “Santificado sea tu nombre y venga tu reino”. Estas dos peticiones se inspiran en el qaddish, una plegaria con la que concluía la oración en la sinagoga y que sin duda Jesús conoció. Sin embargo, el tono y el clima de esta oración judía es diferente, pues ésta dice: “Ensalzado y santificado sea su gran nombre en el mundo, que él creo por su voluntad. Haga prevalecer su reino en vuestras vidas y en vuestros días, y en la vida de toda la casa de Israel, pronto y en breve”.
El “Padrenuestro”, la oración de Jesús, considerada desde las primeras generaciones cristianas la oración por excelencia, es la única enseñada por Jesús para alimentar la vida de sus seguidores.
La manera de orar propia de un grupo expresa una determinada relación con Dios y constituye una experiencia que vincula a todos sus miembros en la misma fe y los primeros cristianos entendieron el “Padrenuestro” como su mejor signo de identidad como seguidores de Jesús.
Los discípulos del Bautista tenían su propio modo de orar. No lo conocemos, pero, si respondía a su mensaje de arrepentimiento, era la oración de un grupo en actitud penitencial ante la llegada inminente del juicio de Dios, por lo que se le suplicaba que los librara de su “ira venidera”, que era lo que proclamaba el bautista en el desierto cuando llamaba a conversión.
La oración de Jesús, por el contrario, es una súplica llena de confianza al Padre, que recoge dos grandes anhelos centrados en Dios y tres gritos de petición centrados en las necesidades básicas del ser humano. Jesús le exponía al Padre los dos deseos que llevaba en su corazón: “Santificado sea tu nombre y Venga tu reino”. Luego le pide tres peticiones: “Danos pan”, “perdona nuestras deudas” y “no nos lleves a la prueba”.
San Lucas describió las circunstancias concretas en que Jesús enseñó a los discípulos su oración cuando escribió: “Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos.» Lc 11,1.
El Padrenuestro ha llegado a nosotros en dos versiones ligeramente diferentes, como mencioné. El análisis riguroso de los textos permite detectar añadidos y modificaciones posteriores, hasta llegar a una oración breve, sencilla, de sabor arameo, que estaría muy próxima a la pronunciada por Jesús. Según esos estudios, esta sería la oración que enseñó: “Padre, santificado sea tu nombre; venga tu reino; danos hoy nuestro pan de cada día; perdónanos nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores y no nos lleves a la prueba” Lc 11,2-4 y Mt 6,9-13. El texto de Mateo es más extenso, pues ha introducido varios añadidos para darle a la oración un tono más solemne y redondeado, propio de la tradición judía. Lucas, por su parte, introduce modificaciones de menor importancia. La oración proviene de Jesús, pero algunos investigadores piensan que el Padrenuestro contiene “peticiones sueltas” que los discípulos le oían pronunciar y que, más tarde, alguien las recopiló en una sola oración, pero no hay argumentos para defender esta hipótesis.
Ahora profundicemos un poco en su contenido analizando las partes de la misma.
Comienza diciendo ¡Padre! Esta es siempre la primera palabra de Jesús al dirigirse a Dios. No es solo una invocación introductoria. Es entrar en una atmósfera de confianza e intimidad que llevan todas las peticiones que siguen. El deseo de Jesús fue: enseñar a los hombres a orar como él, sintiéndose hijos queridos del Padre y hermanos solidarios de todos. Jesús no se reservó en exclusiva llamar a Dios “Padre”, sino que, con esa introducción, invita a sus seguidores a hacer lo mismo. Por eso en la liturgia cristiana, la oración del Padrenuestro ha estado siempre rodeada de gran respeto y veneración. La liturgia romana dice: “Fieles al Salvador, y siguiendo su divina enseñanza, nos atrevemos a decir: Padre nuestro”. Mientras que la liturgia oriental dice: “Dígnate, Señor, concedernos que, gozosos y sin temor, nos atrevamos a invocarte como Padre”.
Él es el “Padre del cielo”. No está ligado al templo de Jerusalén ni a ningún otro lugar sagrado. Es el Padre de todos, sin discriminación ni exclusión alguna. No pertenece a un pueblo privilegiado. No es propiedad de una religión. Todos lo pueden invocar como Padre.
Fue Mateo quien a la invocación “Padre” añadió “que estás en los cielos”, siguiendo el estilo de ciertas oraciones judías. Sin embargo, no se aleja del espíritu de Jesús, que, al orar, “levantaba los ojos al cielo”, hacia el Padre que “hace salir su sol sobre buenos y malos, y manda la lluvia sobre justos e injustos.” (Mt 5,45).
Y la oración continúa así: Santificado sea tu nombre. No es una petición más. La santidad señala la perfección de Dios, su majestad, su justicia y oposición a todo pecado. Es una característica que se aplica a todo lo que se pueda decir que Dios es o hace: “Él es Santo.” Esta forma de iniciar la oración es el primer deseo que le nace del alma a Jesús, su aspiración más ardiente. Pero el fondo de esta frase va más allá, pues significa: “Haz que tu nombre de Padre sea reconocido y venerado, que todos conozcan la bondad y la fuerza salvadora que encierra tu nombre santo, que nadie lo ignore o desprecie, que nadie lo profane deshonrando a tus hijos e hijas. Manifiesta plenamente tu poder salvador y tu bondad santa, que sean desterrados los nombres de los dioses e ídolos que matan a tus pobres, que todos bendigan tu nombre de Padre bueno”.
Debemos recordar que, en la cultura semita, el “nombre” no es solo la palabra que representa o identifica a una persona; indica el ser o la naturaleza de esa persona y el “nombre” de Dios es su realidad de bueno, amoroso y fiel. Ya el salmista había dicho: “Delante de tus fieles declaro que tu nombre es bueno.” “El Señor es bueno” Sal 52,9b y 100,5ª.
Sigue la oración con la primera petición: Venga tu reino. Esta es la pasión de Jesús, su objetivo último, esta frase también conlleva un significado más profundo y el trasfondo está fundamentado en lo que Jesús había observado en su vida itinerante: “Que tu reino se vaya abriendo camino entre nosotros. Que la «semilla» de tu fuerza salvadora siga creciendo, que la «levadura» de tu reino lo fermente todo. Que a los pobres y maltratados les llegue ya tu Buena Noticia. Que los que sufren sientan tu acción curadora. Llena el mundo de tu justicia y tu verdad, de tu compasión y tu perdón. Si tú reinas, ya no reinarán los ricos sobre los pobres; los poderosos no abusarán de los débiles; los varones no dominarán a las mujeres. Si tú reinas, ya no se podrá dar a ningún César lo que es tuyo; nadie vivirá sirviéndote a ti y al Dinero”. En la oración de Jesús se pide el “reino definitivo” de Dios y su “realización” entre nosotros.
Las dos primeras peticiones “santificado sea tu nombre” y “venga tu reino” se inspiran en el qaddish, uno de los rezos principales de la religión judía, es una alabanza a Dios, en la que se le pide que acelere la redención y la venida del Mesías.
Continuó la oración diciendo: Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Esta petición, no hace sino repetir y reforzar las dos anteriores, comprometiéndonos aún más en el proyecto salvador de Dios al manifestarle que nos rendimos a Él y le entregamos nuestra vida, deseos, pensamientos y voluntad, por eso, al igual que las peticiones anteriores, tiene un mensaje más amplio y profundo: “Que se haga tu voluntad y no la nuestra. Que se cumplan tus deseos, pues tú solo quieres nuestro bien. Que en la creación entera se haga lo que tú quieres y no lo que desean los poderosos de la tierra. Que veamos hecho realidad entre nosotros lo que tienes decidido en tu corazón de Padre”. Si “cielo y tierra” se entienden como la totalidad de cuanto existe, estaremos pidiendo que la voluntad de Dios llene la creación entera. Al reconocer que aceptamos que se haga Su voluntad, estaremos reconociendo que sus planes son para bendición y lleva implícita la petición que los planes de los malvados no lleguen a realizarse.
Continúa la oración con otra petición: Danos hoy el pan de cada día. Con ésta, Jesús se enfoca directamente a las necesidades concretas de los seres humanos, en la que se percibe que, además del pan de hoy, la petición incluye el pan del banquete eterno, la hostia, el pan, en el que, en cada Misa, se nos entrega Jesús, como dijo en la última cena Mr 14,22 “Mientras comían, tomó pan y, pronunciando la bendición, lo partió y se lo dio diciendo: «Tomad, esto es mi cuerpo»”.
Las peticiones sobre el pan, el perdón y la liberación del mal constituyen la parte en la que Jesús, al presentar a Dios los grandes deseos de la santificación de su nombre o la venida del reino, incorporó enseguida las necesidades concretas de la gente. Por ello, la petición “danos hoy el pan de cada día”, lleva como trasfondo “Danos a todos el alimento que necesitamos para vivir. Que a nadie le falte hoy pan. No te pedimos dinero ni bienestar abundante, no queremos riquezas para acumular, solo pan para todos”. Mt 6,9 y Lc 11,3 recogieron esta petición tal como le brotaba a Jesús desde su vida itinerante que, confiando en la providencia del Padre, solo pedía el pan del día, el de hoy: “El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy”. Esta frase tiene también un significado que implica algo que podemos identificar de la siguiente manera: “Que los hambrientos de la tierra puedan comer; que tus pobres dejen de llorar y empiecen a reír; que puedan vivir con dignidad. Que ese pan que un día podremos comer todos juntos, sentados a tu mesa, lo podamos disfrutar desde ahora” en alusión directa a la Sagrada Eucaristía por la que Jesús nos instituye sacerdotes de la Nueva Alianza, como hizo con sus apóstoles cuando dijo: «Por ellos me consagro a mí mismo para que ellos sean también consagrados en la verdad» Jn 17,19. La consagración implica nuestra separación del mundo, es decir nuestra santificación, nuestra búsqueda de la santidad y nuestra dedicación al servicio del Reino de Dios.
Sigue la oración con otra petición: Perdona nuestras deudas como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Esto es un reconocimiento de que estamos en deuda con Dios, puesto que nuestro gran pecado es no responder al amor del Padre, no entrar en su reino, por eso, esta petición significa: “Perdónanos nuestras deudas, no solo las ofensas contra tu ley, sino nuestra falta de respuesta a tu amor.”
Mateo conservó probablemente la versión más original. Jesús conoció de cerca la angustia de los campesinos, que, hundidos en el endeudamiento, iban perdiendo sus tierras. Su petición de perdón está condicionada por esta preocupación: “Perdónanos nuestras deudas como también nosotros perdonamos a nuestros deudores”. Lucas, por su parte, olvida el plano económico y sustituye las “deudas” por “pecados”, aunque en la segunda parte de la petición sigue hablando de “deudores” cuando dice: “Perdónanos nuestros pecados, o nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores”. La traducción litúrgica posterior ha olvidado ya totalmente el plano de las deudas dejando la versión que dice: “Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Y esto trae consigo una interpretación que va más allá, y cuyo mensaje podemos entender así: “Necesitamos tu perdón y tu misericordia. Al hacerte esta petición estamos perdonando a quienes están en deuda con nosotros. No deseamos alimentar en nosotros resentimientos contra nadie. Queremos que tu perdón transforme nuestros corazones y nos haga vivir perdonándonos mutuamente”.
Recordemos que el perdón de Dios es gratuito. Nuestro perdón a los demás no es una condición que se nos impone para que seamos perdonados por Dios, sino solo para que manifestemos que nuestra petición es sincera puesto que no es posible adoptar dos actitudes opuestas: una ante el Padre, para pedirle perdón, y otra ante los hermanos, para rechazarles nuestro perdón.
La siguiente petición es: No nos dejes caer en la tentación. Este es el reconocimiento de que somos seres débiles, expuestos a toda clase de peligros y riesgos que pueden arruinar nuestra vida, alejándonos definitivamente del reino de Dios. El mal, o el maligno, nos amenaza y está constantemente tratando de hacernos caer fuera de la voluntad de Dios. Por ello lo que Jesús enseña a orar significa: “No nos dejes caer en la tentación de rechazar definitivamente tu reino y tu justicia. Danos tu fuerza. No dejes que caigamos derrotados en la prueba final. Que en medio de la tentación y del mal podamos contar con tu ayuda poderosa.”
El texto dice: “No nos hagas caer en la tentación”. Sin embargo, el sentido de la súplica no es pedir ser liberados de la tentación, sino que no nos rindamos y caigamos en la trampa del enemigo.
La oración que Jesús enseñó concluye diciendo Líbranos del mal. Esta petición también está contenida en la oración sacerdotal de Jesús, la oración de despedida que hizo Él en la última cena, que se encuentra recogida en Jn 17,15, donde Jesús pide Padre “No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del maligno”, y el Catecismo de la Iglesia Católica nos hace ver que, en esta oración, el significado de la palabra mal es sinónimo de maligno, del demonio. Dice en el punto 2851 “En esta petición, el mal no es una abstracción, sino que designa una persona, Satanás, el Maligno, el ángel que se opone a Dios. El «diablo» es aquél que «se atraviesa» en el designio de Dios y su obra de salvación cumplida en Cristo.” Es decir que cada vez que rezamos el Padrenuestro y concluimos diciendo libranos del mal, estamos pidiéndole a Dios que nos libre del demonio y de sus trampas. De esta manera, mientras las oraciones judías acaban casi siempre con una alabanza a Dios, el Padrenuestro termina con un grito de socorro: ¡Padre, líbranos del maligno! Con lo que también estaremos pidiendo la liberación de las pruebas que nos toque enfrentar el día en el que oramos. Y con esto confirmamos que necesitamos orar cada día.
Espero que esta explicación del contenido de cada petición que se encuentra en la oración que Jesús enseñó a sus discípulos, te haya hecho ver cuan grande y completa es esta breve oración y lo tengas presente cuando recurras a ella para dirigirte al Padre celestial, y no la realices sin prestar atención a su contenido, y consciente de que estás alabando a Dios y rindiéndote a Él, así que espera confiadamente sus respuestas a cada petición. Que así sea para honra y gloria de Dios y tu bendición.
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