FIELES SEGUIDORAS Y DISCÍPULAS DE JESÚS
FIELES SEGUIDORAS Y DISCÍPULAS DE JESÚS
Tradicionalmente se ha considerado que las mujeres que iban con Jesús realizaban un servicio propio de mujeres, pero recientemente la mayoría de los investigadores las consideran verdaderas discípulas.
Las mujeres formaron parte del grupo que seguía a Jesús desde el principio. Probablemente algunas lo hicieron con sus esposos, como deja ver el evangelio más antiguo, el de Marcos, en 10,29 en donde Jesús dijo que los discípulos dejaron hermanos, hermanas, madre, padre, hijos, pero no menciona que dejaran esposas. Jesús no podía permitir la separación de los esposos, pues eso sería ir en contra de su enseñanza que se menciona en Mt 19,5 y 6 y Mr 10,7-9 cuando dijo: “Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre para unirse a su esposa, y los dos serán como una sola persona. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Pues lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”.
Los Evangelios de Lc 12,51-53 y Mt 10,34-37 tampoco hablan de separación con la esposa. Ahí leemos: “¿Creen ustedes que he venido a traer paz a la tierra? Les digo que no, sino división. Porque de hoy en adelante, cinco en una familia estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres. El padre estará contra su hijo y el hijo contra su padre; la madre contra su hija y la hija contra su madre; la suegra contra su nuera y la nuera contra su suegra.” Y cuando Jesús dijo en Lc 14,26; 18,19, “Si alguno viene a mí y no me ama más que a su padre, a su madre, a su esposa, a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, y aun más que a sí mismo, no puede ser mi discípulo.” Notamos que cuando dijo “Si alguno viene a mí y no me ama más…” no añadió explícitamente que se debían abandonar a las esposas, o a alguna de esas personas cercanas e importantes mencionadas.
Otras de las mujeres que lo seguían eran solas, sin compañía de ningún varón. Nunca se dice que Jesús las llamara individualmente, como, al parecer, lo hizo con los Doce. Probablemente se acercaron ellas mismas, atraídas por su persona, sin embargo, al conocer las costumbres hebreas, podemos pensar que ellas nunca se hubieran atrevido a seguir con él si Jesús no las hubiera invitado a quedarse. En ningún momento las excluyó o apartó en razón de su sexo o por motivos de impureza. Son “hermanas” que pertenecen a la nueva familia que va creando Jesús, y son tenidas en cuenta lo mismo que los “hermanos”.
Como mencioné en el capítulo titulado JESÚS AMIGO DE LA MUJER, para aproximamos a la actuación de Jesús ante las mujeres, hemos de tener en cuenta que todas las fuentes que poseemos sobre Jesús están escritas por varones, por lo que no reflejan lo que sintieron y vivieron las mujeres en tomo a él.
Además, la mujer era considerada como un ser vulnerable al que los hombres debían proteger, aunque las mujeres tenían que cuidar de su propia reputación y no avergonzar a la familia con una actuación deshonrosa. Al casarse, la mujer salía de su propia familia y pasaba, de la autoridad del padre a la de su marido y en adelante, toda su vida transcurriría a su servicio
Pero no todo fueron señalamientos negativos puesto que en la literatura rabínica posterior a Jesús se pueden leer textos muy elogiosos para ellas, como: “Para el que pierde a su mujer, el mundo se hace más tétrico” (Rabí Alexandrai); y: “El que no tiene esposa, no conoce lo bueno, vive sin ayuda, sin alegría, sin bendición…” (Rabí Jacob). Por lo que parece que la influencia de la mujer era grande dentro de la familia y muchos hombres las respetaban y ensalzaban como madres de sus hijos. Ellas eran, seguramente, las que cuidaban el clima familiar y religioso dentro de la casa, sin embargo no les estaba permitido hablar en público con ningún varón. Por ello el comportamiento de mujeres que se alejaban de la casa y andaban solas, sin la vigilancia de un hombre, tomando parte en comidas o actividades reservadas a los varones, era considerado como una conducta desviada, propia de mujeres que descuidaban su reputación y su honor.
Jesús lo sabía y puesto que Él solo admitía un discipulado de iguales, también las aceptaba en su ambiente. Por eso dijo: “Quien cumpla la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre”. Mr 3,35
Conocemos el nombre de algunas de las mujeres que lo seguían, pero ellas no son las únicas. María de Magdala ocupa un lugar preeminente, pues se menciona casi siempre en primer lugar, como Pedro entre los varones. Hay un grupo de tres mujeres que, al parecer, son las más cercanas a Jesús: María de Magdala, María, la madre de Santiago el menor y de José, y Salomé, así como entre los varones hay tres que gozan de una amistad especial: Pedro, Santiago y Juan.
Conocemos también el nombre de otras mujeres muy queridas por Jesús, como Marta y María las hermanas de Lázaro, que lo acogían en su casa de Betania cuando subía a Jerusalén, y le escuchaban con atención, aunque, parece que no le acompañaron en sus viajes. Mr 15,41 informa de que, además de las mujeres mencionadas, había “Otras muchas que habían subido con él a Jerusalén”.
Estas mujeres que siguieron a Jesús hasta Jerusalén tuvieron una presencia muy significativa durante los últimos días de su vida y por los estudios realizados últimamente, se cree que ellas también estuvieron en la última cena. ¿Por qué iban a estar ausentes de esa cena ellas que, de ordinario, comían con Jesús?, ¿quién preparó y sirvió debidamente el banquete sin la ayuda de las mujeres? Dejarlas fuera hubiera sido absurdo al tratarse de una cena pascual, que era uno de los banquetes en los que participaban las mujeres. Y ¿dónde habrían podido comer la Pascua ellas solas en la ciudad de Jerusalén?
Jn 13,1 no menciona a los Doce, dice que Jesús celebró la última cena con “los suyos”. Y se debe tener en consideración que, en la comunidad cristiana, las mujeres fueron aceptadas en la “fracción del pan” o cena del Señor, desde el comienzo, como dice en Hch 2,44-47 en donde se lee: “Los creyentes vivían todos unidos y tenían todo en común; vendían posesiones y bienes y los repartían entre todos, según la necesidad de cada uno. Con perseverancia acudían a diario al templo con un mismo espíritu, partían el pan en las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón; alababan a Dios y eran bien vistos de todo el pueblo”. Al decir “los creyentes” se refiere al grupo de seguidores, hombres y mujeres.
En la casa donde celebraron la última cena se reunieron los discípulos, incluso después de la crucifixión de Jesús, y no solo los Doce, sino “acompañados de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos”, como dice Hch 1,14; y siguiendo esa línea, debemos entender que, al mencionar más adelante, en 2,1 “Al cumplirse el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el mismo lugar,” se deben incluir también a las mujeres mencionadas antes.
La reacción de los discípulos y las discípulas ante la ejecución de Jesús fue diferente. Mientras los varones huyeron, las mujeres permanecieron fieles y, a pesar de que los romanos no permitían ninguna interferencia en su perverso trabajo, ellas asistieron “desde lejos” a su crucifixión y observaron después, el lugar de su enterramiento, como dice Mr 15,40-41: “Había también unas mujeres que miraban desde lejos; entre ellas María la Magdalena, María la madre de Santiago el Menor y de José, y Salomé, las cuales, cuando estaba en Galilea, lo seguían y servían; y otras muchas que habían subido con él a Jerusalén.” Notamos que antes de mencionar los nombres dice, entre ellas, lo que significa que había otras muchas. Incluso Lucas, que tendía a minimizar el papel de las mujeres, señala en Lc 23,49 que “Todos sus conocidos y las mujeres que lo habían seguido desde Galilea se mantenían a distancia, viendo todo esto.
Pero, lo que más llama la atención es su protagonismo en el origen de la fe pascual puesto que el primer anuncio de la resurrección de Jesús está ligado a las mujeres. En la comunidad cristiana circularon dos tradiciones: una es la que atribuye a María de Magdala la primera experiencia, y otra, la que da primacía a Pedro. Esta es la conclusión más probable que se extrae de Mr 16,1-8: “Pasado el sábado, María Magdalena, María la madre de Santiago, y Salomé, compraron perfumes para perfumar el cuerpo de Jesús. Y el primer día de la semana fueron al sepulcro muy temprano, apenas salido el sol, diciéndose unas a otras: ¿Quién nos quitará la piedra de la entrada del sepulcro? Pero, al mirar, vieron que la piedra ya no estaba en su lugar. Esta piedra era muy grande. Cuando entraron en el sepulcro vieron, sentado al lado derecho, a un joven vestido con una larga ropa blanca. Las mujeres se asustaron, pero él les dijo: No se asusten. Ustedes buscan a Jesús de Nazaret, el que fue crucificado. Ha resucitado; no está aquí. Miren el lugar donde lo pusieron. Vayan y digan a sus discípulos, y a Pedro: ‘Él va a Galilea para reunirlos de nuevo; allí lo verán, tal como les dijo.’ Entonces las mujeres salieron huyendo del sepulcro, pues estaban temblando, asustadas. Y no dijeron nada a nadie, porque tenían miedo.
También menciona a las mujeres Lc 24,10: “Las que llevaron la noticia a los apóstoles fueron María Magdalena, Juana, María madre de Santiago, y las otras mujeres.”
Y Jn 20,11-18 da a María de Magdala el protagonismo. Dice: “María se quedó afuera, junto al sepulcro, llorando. Y llorando como estaba, se agachó para mirar dentro, y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados donde había estado el cuerpo de Jesús; uno a la cabecera y otro a los pies. Los ángeles le preguntaron: Mujer, ¿por qué lloras? Ella les dijo: Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde lo han puesto. Apenas dijo esto, volvió la cara y vio allí a Jesús, pero no sabía que era él. Jesús le preguntó: Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, pensando que era el que cuidaba el huerto, le dijo: Señor, si usted se lo ha llevado, dígame dónde lo ha puesto, para que yo vaya a buscarlo. Jesús entonces le dijo: ¡María! Ella se volvió y le dijo en hebreo: —¡Rabuni! que quiere decir: “Maestro”.
Pablo menciona en 1 Co 15,5-6, que Jesús, después de su resurrección “se apareció a Cefas, y luego a los doce. Después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, la mayoría de los cuales vive todavía, aunque algunos ya han muerto.” Y en esa descripción, cuando dice que se apareció a más de quinientos hermanos, no se refiere exclusivamente a hombres, sino a quienes habían abrazado la fe y seguían a Jesús,. lo cual incluye también a las mujeres. Por otro lado, Jn 20,19-29; Lc 24,34 y 1 Co 15,5 dicen que fue a Pedro a quien se le apareció de primero Jesús.
Según Hch 13,31, Jesús Resucitado “se apareció a quienes habían subido con él de Galilea a Jerusalén y que ahora son testigos suyos ante el pueblo”, lo cual incluye a las mujeres mencionadas.
La presencia de las mujeres en el grupo de discípulos no es pues, secundaria, al contrario; en muchos aspectos, ellas son modelo del verdadero discípulo. Las mujeres no discutieron, como los varones, sobre quién tendría más poder en el reino de Dios porque estaban acostumbradas a ocupar el último lugar. Lo suyo era “servir”.
Según dice Mr 15,41, “Estas mujeres habían seguido a Jesús y lo habían ayudado cuando él estaba en Galilea. Además había allí muchas otras que habían ido con él a Jerusalén.” De hecho, eran seguramente las que más se ocupaban de “servir a la mesa” y de otras tareas semejantes, pero no hemos de ver en su servicio un quehacer que les correspondía solo a ellas. Para Jesús, este servicio es modelo de lo que ha de ser la actuación de todo discípulo y dijo: “¿Quién es mayor, el que está a la mesa o el que sirve? ¿No es el que está a la mesa? Pues yo estoy en medio de vosotros como el que sirve”. Lc 22,27. Tal vez, en alguna ocasión, el mismo Jesús se puso a servir uniéndose a las mujeres e indicando a todos la orientación que debe tener su vida de discípulos. Y la actuación de las mujeres sirvió como modelo de discipulado para los varones por su entrega, su actitud de servicio y su fidelidad total a Jesús hasta el final, sin traicionarlo, negarlo ni abandonarlo.
Sin embargo, nunca se llama a estas mujeres “discípulas”, por la sencilla razón de que no existía en arameo una palabra para nombrarlas así. Por eso tampoco los evangelios griegos hablan de discípulas. El fenómeno de unas mujeres integradas en el grupo de discípulos de Jesús era tan nuevo que todavía no existía un lenguaje adecuado para expresarlo. El nombre de “discípula” (mathetría) no aparecerá sino hasta el siglo II, en que se le aplica precisamente a María Magdalena en el Evangelio apócrifo de Pedro 12,50. Y aunque o se les llama discípulas, Jesús las ve y las trata como tales.
No pudo enviarlas, sin embargo, por los campos de Galilea a anunciar el reino de Dios por los lugares por donde él iba a pasar porque su palabra hubiera sido rechazada ya que a las mujeres no se les permitía leer la Palabra de Dios y tampoco podían hablar en público. ¿Cómo iban a escuchar los varones su mensaje del reino de ‘Dios? Si esto no era imaginable, ¿pudo enviarlas junto a los varones? Si realmente en algún momento Jesús envió discípulos “de dos en dos”, no se puede descartar que tal vez enviara también alguna pareja de esposos o de un varón y una mujer, porque debemos recordar que las mujeres solo podían viajar con seguridad por Galilea en compañía de varones. Lo que sí sabemos es que, en los primeros años de la misión cristiana, la mayoría de los apóstoles, los hermanos del Señor, y en concreto Cefas, viajaban llevando consigo a su esposa o una mujer creyente.
Este es en concreto el testimonio de Pablo: “Tenemos todo el derecho de llevar con nosotros una mujer creyente, como los demás apóstoles y los hermanos del Señor y Cefas” (1 Co 9,5). Incluso algunos sugieren que los “dos discípulos” de Emaús eran una pareja de esposos. Se nos da el nombre del varón, Cleofás, pero no el de la mujer, pues no era costumbre mencionarla. Tal vez se trata de “María, la mujer de Clopas o Cleofás”, que aparece junto a la cruz en Jn 19,25. Y aunque no se pueden aportar argumentos decisivos, hay autores que sugieren que Jesús envió posiblemente parejas compuestas por hombre y mujer.
Es normal, por otra parte, que no encontremos el nombre de ninguna mujer entre los “Doce” discípulos elegidos por Jesús para sugerir la restauración de Israel. Este número simbólico apunta al pueblo judío, formado por doce tribus que, según la tradición, descendían de los doce hijos varones de Jacob.