ESTAMOS EN CUARESMA
ESTAMOS EN CUARESMA
Estamos ya en Cuaresma, un tiempo que podemos utilizar para meditar en nuestra conducta delante de Dios y las maneras en las que lo hemos ofendido con nuestros pecados, pero no solamente darnos cuenta de lo mal que nos hemos comportado con Él que nos ama tanto, que nos ha dado la vida y todo lo que podemos disfrutar; debemos meditar también en las formas en las que hemos lastimado con nuestras palabras o nuestros actos a nuestro prójimo. Al hacerlo sinceramente, podremos sentirnos mal por ello y quedárnos con el sentimiento de lo mal que nos hemos comportado, o podemos reconocer nuestras faltas y tomar la decisión de abandonar esa conducta y realizar los cambios necesarios para ser mejores a los ojos de Dios y así podamos vivir la vida que Jesús vino a darnos, una vida plena, abundante.
En este programa, vamos a recordar algunos datos que los seguidores de Cristo debemos tener en cuenta sobre el día en el que inició esta época, el Miércoles de Ceniza que recién acaba de pasar, para que vivamos intensamente este tiempo litúrgico y nos preparemos para la Pascua, la celebración de la victoria de Cristo.
El Miércoles de Ceniza inician los 40 días en los QUE somos llamados por la Iglesia a la conversión y a prepararnos para vivir los misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo en la Semana Santa, que se celebra luego de esos cuarenta días.
En la celebración de la Misa del Miércoles de Ceniza se bendice la ceniza hecha de las palmas bendecidas en el Domingo de Ramos del año anterior y se impone en la frente de los fieles mientras que se dice una de las fórmulas que se utilizan en ese acto: “Recuerda que polvo eres y en polvo te convertirás” o “Arrepiéntete y cree en el Evangelio”. Ambas fórmulas son las que deben llevarnos a la meditación de nuestra conducta, la primera, nos recuerda que nuestro cuerpo llegará a morir y que debemos prepararnos para que ese momento nos llegue mientras estamos en buenos términos con Dios, es decir, cuando disfrutamos de la gracia de Dios y viviendo según los mandamientos, preceptos y normas que se encuentran en las Sagradas Escrituras, sobre todo según las enseñanzas de nuestro Señor Jesús. La segunda fórmula es una invitación al arrepentimiento de los pecados y a creer en el Evangelio, lo cual se refiere a que no solamente se diga que se cree, sino que se manifieste con la vida.
En cuanto al uso de la ceniza, los griegos, los egipcios, los judíos y los árabes, entre otros pueblos de Oriente Próximo, acostumbraban a cubrirse la cabeza de ceniza en señal de luto o duelo. Los ninivitas usaban la ceniza como gesto de profundo arrepentimiento. Y los mensajeros de malas noticias solían cubrir de ceniza su cabeza. En la Biblia encontramos que es un símbolo característico de penitencia interior o duelo. Por ejemplo, en el libro de Ester 4,1 leemos sobre la tristeza de los judíos a causa del edicto, que instigado por Amán, el rey Artajerjes autorizó que se destruyera por complete el pueblo judío. Ahí leemos: «Cuando Mardoqueo supo lo que había pasado, se rasgó la ropa en señal de dolor, se vistió con ropas ásperas, se echó ceniza sobre la cabeza, y empezó a recorrer las calles de la ciudad gritando: “¡Una nación inocente va a ser exterminada!”»
Otro ejemplo es el que se encuentra en el 2 Sa 13 cuando, Tamar luego de ser violada por su hermano Amnón, “Se echó ceniza en la cabeza, rasgó la túnica que llevaba puesta y, con las manos sobre la cabeza, se fue llorando por el camino.”
En los primeros siglos de la Iglesia, las personas que querían recibir el sacramento de la reconciliación el Jueves Santo, se ponían ceniza en la cabeza y se presentaban ante la comunidad vestidos con un «hábito penitencial» con lo que manifestaban su voluntad de convertirse, es decir de dejar el pecado para volverse a Dios y seguir sus normas, mandamientos y enseñanzas.
En el año 384 d.C., la Cuaresma adquirió un sentido penitencial para todos los cristianos y desde el siglo XI, la Iglesia de Roma solía poner las cenizas al iniciar los cuarenta días de penitencia y conversión.
El período de Cuaresma también fue usado para preparar a los que iban a recibir el Bautismo la noche de Pascua, imitando a Cristo con sus cuarenta días de ayuno.
La Cuaresma adquirió un sentido penitencial para todos los cristianos casi 400 años D.C. y a partir del siglo XI, la Iglesia impone las cenizas al inicio de este tiempo, como un recordatorio de nuestra necesidad de la misericordia de Dios.
La ceniza es un símbolo. Su función está descrita en un importante documento de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, que dice: “El comienzo de los cuarenta días de penitencia, en el Rito romano, se caracteriza por el austero símbolo de las cenizas, que distingue la Liturgia del Miércoles de Ceniza. En los antiguos ritos, los pecadores convertidos se sometían a la penitencia, y el gesto de cubrirse con ceniza tiene el sentido de reconocer la propia fragilidad y mortalidad, que necesita ser redimida por la misericordia de Dios. No es un gesto puramente exterior, la Iglesia lo ha conservado como signo de la actitud del corazón penitente que cada bautizado está llamado a aceptar en el tiempo cuaresmal. El significado interior que tiene este gesto, es que abre a la conversión y al esfuerzo de la renovación pascual”.
Pero las cenizas tienen más de un significado. La palabra ceniza, que proviene del latín «cinis», representa el producto de la combustión de algo por el fuego por lo que ésta adoptó tempranamente un sentido simbólico de muerte y caducidad, pero también de humildad y penitencia.
La ceniza, como signo de humildad, nos recuerda a los cristianos nuestro origen y nuestro fin: «Dios formó al hombre con polvo de la tierra» (Gn 2,7); «hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella fuiste hecho» (Gn 3,19).
Las cenizas se producen con las palmas del Domingo de Ramos del año anterior. Estas son rociadas con agua bendita y luego aromatizadas con incienso. Al término de la homilía, las cenizas son impuestas en la frente de los fieles, haciendo la señal de la cruz con ellas mientras el ministro dice las palabras bíblicas: «Acuérdate que eres polvo y en polvo te convertirás», o «Conviértete y cree en el Evangelio». Está permitido que los laicos ayuden al sacerdote. Luego, quien recibe las cenizas debe retirarse en silencio meditando la frase o invitación que le acaban de hacer.
Cuando no hay sacerdote la imposición de cenizas puede realizarse sin Misa, de forma extraordinaria. Sin embargo, es recomendable que El acto sea precedido con una liturgia de la palabra. Ahora bien, la bendición de las cenizas, como todo sacramental, solo puede realizarla un sacerdote o diácono.
Este sacramental puede recibirlo cualquier persona, inclusive no católica. Como especifica el Catecismo (1670 y siguientes) los sacramentales no confieren la gracia del Espíritu Santo como lo hacen los sacramentos, pero por la oración de la Iglesia los sacramentales «preparan a recibir la gracia y a cooperar con ella».
El Miércoles de Ceniza no es día de precepto y por lo tanto la imposición de ceniza no es obligatoria.
El Miércoles de Ceniza, como en el Viernes Santo, es obligatorio el ayuno y la abstinencia para los mayores de 18 años y menores de 60. Fuera de esos límites es opcional. Ese día los fieles pueden tener una comida “fuerte” una sola vez al día.
La abstinencia de comer carne es obligatoria desde los 14 años. Todos los viernes de Cuaresma también son de abstinencia obligatoria. Los demás viernes del año también, aunque según el país puede sustituirse por otro tipo de mortificación u ofrecimiento.
Teniendo eso en cuenta nos enfocaremos ahora en lo que las Sagradas Escrituras nos dicen al inicio de cuaresma cuando empiezan ya a mostrarnos el camino que debemos seguir para nuestra preparación como fieles seguidores de nuestro Señor Jesús.
La primera lectura de la misa del Miércoles de Ceniza, tomada de Joel 2, nos hace ver, que, a pesar de que hayamos ido en contra de la voluntad de Dios, se nos da este tiempo precioso para volvernos a Él con corazón arrepentido a pedirle perdón y su gracia para mantenernos fieles a sus mandamientos. Leemos en el texto sagrado:
«“Pero ahora —lo afirma el Señor—, vuélvanse a mí de todo corazón. Ayunen, griten y lloren!” ¡Vuélvanse ustedes al Señor su Dios, y desgárrense el corazón en vez de desgarrarse la ropa! Porque el Señor es tierno y compasivo, paciente y todo amor, dispuesto siempre a levantar el castigo. Tal vez decida no castigarlos a ustedes, y les envíe bendición: cereales y vino para las ofrendas del Señor su Dios. ¡Toquen la trompeta en el monte Sión! Convoquen al pueblo y proclamen ayuno; reúnan al pueblo de Dios, y purifíquenlo; reúnan a los ancianos, a los niños y aun a los niños de pecho. ¡Que hasta los recién casados salgan de la habitación nupcial! Lloren los sacerdotes, los ministros del Señor, y digan entre el vestíbulo y el altar: “Perdona, Señor, a tu pueblo; no dejes que nadie se burle de los tuyos; no dejes que otras naciones los dominen y que los paganos digan: ‘¿Dónde está su Dios?’ ” Entonces el Señor mostró su amor por su país; compadecido de su pueblo.”
Y después indica que debemos orar diciendo: “Perdona, Señor, perdona a tu pueblo.” Y termina con la reacción de Dios a esa oración, que debe animarnos pues dice: «Y el Señor se llenó de celo por su tierra y tuvo piedad de su pueblo.» Aquí, al decir su pueblo, se refería a Israel que nace como «pueblo de Dios» cuando los israelitas acogieron los diez mandamientos y les dió en tablas de Piedra, por medio de Moisés. Pero cuando aceptamos a Jesús como nuestro Salvador y Señor, también nosotros pasamos a formar parte de su Pueblo, por lo que podemos confiadamente pedir perdón con la intención de no ofenderlo nuevamente, y Él, que mira los corazones, tendrá piedad y nos otorgará su perdón.
Luego, el Sal 50, nos da el ejemplo de la oración que realizó el rey David luego de que el profeta Natán le recriminara su pecado. Oración que debemos meditar profundamente y hacerla nuestra, pues aun cuando no hayamos cometido los mismos pecados que David cometió, debemos recordar que toda ofensa que hayamos cometido contra Dios, debe dolernos en el corazón, pues Él solo desea nuestro bien y salvación eterna, razón por la cual envió a su Hijo único a que cumpliera con el plan de salvación por medio de su sacrificio en la cruz, y que Jesús aceptó por amor a cada uno de nosotros.
Dice el Salmo: «Por tu amor, oh Dios, ten compasión de mí; por tu gran ternura, borra mis culpas. ¡Lávame de mi maldad! ¡Límpiame de mi pecado! Reconozco que he sido rebelde; mi pecado no se borra de mi mente. Contra ti he pecado, y solo contra ti, haciendo lo malo, lo que tú condenas. Por eso tu sentencia es justa; irreprochable tu juicio. En verdad, soy malo desde que nací; soy pecador desde el seno de mi madre. En verdad, tú amas al corazón sincero.
Hazme sentir de nuevo el gozo de tu salvación; sosténme con tu espíritu generoso, para que yo enseñe a los rebeldes tus caminos y los pecadores se vuelvan a ti. Líbrame de cometer homicidios, oh Dios, Dios de mi salvación, y anunciaré con cantos que tú eres justo.
Las ofrendas a Dios son un espíritu dolido; ¡tú no desprecias, oh Dios, un corazón hecho pedazos! »
Tomemos esas palabras para expresar nuestro dolor y arrepentimiento y aprovechemos este tiempo para reconciliarnos con Dios.
Luego, la Segunda lectura nos insiste en que pidamos perdón a Dios y nos recuerda cual es nuestra responsabilidad para con nuestro Padre celestial, cuando San Pablo nos dice en su 2 Co 5,20–6,2,:
«Hermanos: Somos embajadores de Cristo, lo cual es como si Dios mismo les rogara a ustedes por medio de nosotros. Así pues, en el nombre de Cristo les rogamos que acepten el reconciliarse con Dios.
Cristo no cometió pecado alguno; pero por causa nuestra, Dios lo hizo pecado, para hacernos a nosotros justicia de Dios en Cristo. Ahora pues, como colaboradores en la obra de Dios, les rogamos a ustedes que no desaprovechen la bondad que Dios les ha mostrado. Porque él dice en las Escrituras: “En el momento oportuno te escuché; en el día de la salvación te ayudé.”»
Quiero hacer énfasis en que “Dios escucha nuestro clamor en este tiempo en el que debemos aprovechar su bondad”. Entonces, puesto que durante el tiempo de cuaresma que recién inició, los sacerdotes estarán disponibles para recibir las confesiones de quienes quieren ponerse en paz con Dios, prepárate y acude al Sacramento de la Reconciliación para confesar tus pecados y para recibir, del sacerdote, representante de Jesús y en su nombre, la absolución, el perdón.
Y en el Evangelio, San Mateo nos traslada la enseñanza que Jesús nos dejó, para que nuestras acciones vayan dirigidas solamente a dar honor y gloria a Dios y no pretendamos sobresalir por las obras buenas que hagamos, dice el texto sagrado: «En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Tengan cuidado de no practicar sus obras de piedad delante de los hombres para que los vean. De lo contrario, no tendrán recompensa con su Padre celestial.
Por lo tanto, cuando des limosna, no lo anuncies con trompeta, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, para que los alaben los hombres. Yo les aseguro que ya recibieron su recompensa. Tú, en cambio, cuando des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha, para que tu limosna quede en secreto; y tu Padre, que ve lo secreto, te recompensará.
Cuando ustedes hagan oración, no sean como los hipócritas, a quienes les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vea la gente. Yo les aseguro que ya recibieron su recompensa. Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora ante tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve lo secreto, te recompensará.
Cuando ustedes ayunen, no pongan cara triste, como esos hipócritas que descuidan la apariencia de su rostro, para que la gente note que están ayunando. Yo les aseguro que ya recibieron su recompensa. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que no sepa la gente que estás ayunando, sino tu Padre, que está en lo secreto; y tu Padre, que ve lo secreto, te recompensará.» Mt 6,1-6.16-18
Esta enseñanza sobre la humildad con la que debemos realizar las buenas obras, pero también el recordatorio de la importancia de nuestra oración personal y del ayuno que debemos realizar para fortalecernos espiritualmente, debemos considerarla siempre, no solamente para cuaresma, Esta es una norma que, como verdaderos discípulos de Jesús, debemos volverla una de nuestras virtudes.
Por lo tanto, sigamos también la enseñanza de San Pedro, que, en la 1Pe 1,14-16, nos insiste en que debemos vivir controlando nuestra carne, para llegar a ser verdaderos hombres y mujeres espirituales que queremos agradar a nuestro Dios Trino: Padre, Hijo y Espíritu Santo, dice: «Como hijos obedientes, no vivan conforme a los deseos que tenían antes de conocer a Dios. (Es decir, antes de haber aceptado a Jesucristo como Salvador y Señor). Al contrario, vivan de una manera completamente santa, porque Dios, que los llamó, es santo; pues la Escritura dice: “Sean ustedes santos, porque yo soy santo.”»
Dice San Pablo en Ef 1,4 “Dios nos escogió en Cristo desde antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos y sin defecto en su presencia.” Y eso significa que debemos hacer todo cuanto podamos para cumplir con el deseo de Dios, pero no lo haremos solos, tendremos el apoyo de Dios que, por medio del Espíritu Santo, nos dará los dones necesarios para que logremos esa meta y además tomenos su promesa que nos traslada San Pablo cuando dice «Ustedes no han pasado por ninguna prueba que no sea humanamente soportable. Y pueden ustedes confiar en Dios, que no los dejará sufrir pruebas más duras de lo que pueden soportar. Por el contrario, cuando llegue la prueba, Dios les dará también la manera de salir de ella, para que puedan soportarla.» 1Co 10,13
Como seguidores de Cristo, debemos estar seguros que podemos fiarnos y depender plenamente de Él, por lo que, al seguir sus enseñanzas y darnos a los demás como manifestación de nuestro amor por Él y por nuestro prójimo, en quien vemos su rostro, seremos colmados con creces por su generosidad que sobrepasa todo cuanto podamos imaginar.
Iniciemos entonces este tiempo de gracia volviéndonos a Dios. Reconciliémonos con Él y preparémonos con oración y ayuno, para vivir plenamente los misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo en la Semana Santa. Que así sea.