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Es Adviento, ejercitemos la fe, la esperanza, la alegría y la caridad

Es Adviento, ejercitemos la fe, la esperanza, la alegría y la caridad

Tomado de un artículo de Alejandra Sosa publicado en Desde la Fe el 27 de noviembre, de 2020

El Adviento es un tiempo de preparación espiritual para conmemorar el nacimiento de Jesús entre nosotros hace más de dos mil años para rescatarnos de la esclavitud del pecado y darnos una nueva vida. Y una manera de prepararnos es cultivando las virtudes de la fe, la esperanza, la alegría y la caridad.
●Cultivemos la virtud de la fe, para eso necesitamos saber de qué se trata tener fe.
Hay quien tiene la idea de que la fe consiste solamente en creer que Dios existe, pero eso es quedarse a nivel intelectual. Hay que dar un paso más, y no sólo creer en Dios, sino creerle a Dios. Esto significa que no basta aceptar que existe, hay que aceptar también Su voluntad, pero esto implica además obedecerle.
Dice san Pablo Ro 14,23b “Todo lo que no procede de la fe es pecado.” Esto significa que la fe es decirle sí a Dios y no al pecado, que es todo lo que va en contra de sus normas y mandamientos.
Nosotros nos movemos siempre entre dos posibilidades: una es decirle no a Dios, rechazar lo que hace así como criticar y quejarnos de lo que permite en nuestra vida, como cerrarnos a lo que nos propone en Su Palabra, y la otra es aceptar lo que permite en nuestra vida y lo que nos propone en Su Palabra, reconociendo que es para nuestro bien.
Pero debemos estar atentos pues el mundo, con sus malos ejemplos e influencia, y el demonio nos animan a decirle no. Además, nuestra propia naturaleza pecadora nos impulsa a vivir siguiendo nuestros impulsos.
Sin embargo, contamos con la gracia divina para obedecerle y decirle sí a lo que nos ordena. Tenemos el ejemplo de María, la llena de gracia, que dijo si a Dios y lo sostuvo toda su vida. Y debemos tener en cuenta que “los pensamientos de Dios y Sus planes están muy por encima de los nuestros”, como dice Is 55,8-9. Esto nos ayudará a aceptar Su voluntad.
Mucha gente dice tener fe en Dios, pero en realidad cree en un Dios hecho a su medida, al que pretende tener a su servicio como una especie de ‘genio de la lámpara’ que le concederá lo que le pida. Y si acaso le ‘falla’, se decepciona y ‘pierde’ la fe.
No nos toca cuestionar a Dios. Debemos confiar en que Él interviene siempre para bien, como dice San Pablo en Ro 8,28, y aunque nosotros no entendamos por qué permite algo, él lo sabe, y eso debe bastarnos.
El Adviento son cuatro semanas para disponernos a celebrar al Dios Todopoderoso y Bueno, que nos ama tanto que vino a compartir nuestra condición humana para que el pecado que nos hace sufrir, y la muerte, no tuvieran la última palabra.
El Papa Benedicto XVI decía que una vela no alumbra lejos, sólo lo suficiente para poder caminar. Así es la fe, nos alumbra lo suficiente para caminar por la vida, paso a paso, no con tanta luz para que todo lo podamos comprender y captar de una sola mirada; sino con la necesaria para lograr avanzar por el camino de la vida que nos muestra la Sagrada Escritura.
●Segunda virtud para cultivar en Adviento: la Esperanza
“El que espera, desespera”, dice un dicho. La virtud de la esperanza, por el contrario, no consiste en esperar algo que “quién sabe si llegará”, ni en “esperar sin hacer nada”. Tampoco es optimismo. La esperanza consiste en confiar en que Dios y lo que ha dicho, ha estado con nosotros en el pasado, está en el presente, y estará con nosotros en el futuro.
La esperanza es fe que mira al futuro, entonces, no defrauda ni desespera porque es confiar en el cumplimiento de las promesas de Dios, porque sabemos que cuando Dios promete algo, lo cumple, como Él mismo afirma en Is 49, 23c: “Los que en mí confían no quedan defraudados.”.
Y Heb 10, 23 lo confirma cuando dice: “Mantengámonos firmes, sin dudar, en la esperanza de la fe que profesamos, porque Dios cumplirá la promesa que nos ha hecho.”
¿A qué promesa se refiere? No es solo una, son numerosas, y las encontramos en toda la Biblia, desde lo prometido a Adán y a Eva en el libro del Génesis, hasta lo que promete Jesús para el fin de los tiempos en el Apocalipsis. Búscalas en la Biblia y reflexiona sobre ellas, pues muestran el infinito amor que Dios nos tiene, y cuáles son las consecuencias de que acojamos Su amor o lo rechacemos. Pero como ahora estamos en Adviento, consideremos solamente tres promesas relacionadas con las venidas de Jesús que contemplamos en estos días.
La primera promesa ya se cumplió: Dios Padre nos envió un Salvador. La segunda mitad del Adviento y, desde luego Navidad se dedica a recordar esta promesa que Jn 3, 16 nos presenta cuando dice: “Tanto amó Dios al mundo que le envió a Su Hijo único para que todo el que cree en Él no perezca, sino que tenga vida eterna.” Este es el cumplimiento de la promesa del Salvador, del Mesías que muchos, durante siglos, anhelaron que llegara, por ello Jesús dice a Sus discípulos que muchos quisieron ver lo que ellos veían y no pudieron. Mt 13, 17
La segunda promesa se sigue cumpliendo y es la que se encuentra en Mt 28, 20 en donde leemos: “Les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo.” Por fe, sabemos que Jesús está con nosotros, no sólo en sentido espiritual, cuando leemos Su Palabra o cuando oramos, sino realmente, en Cuerpo y Sangre, Alma y Divinidad, en la Eucaristía. Y tenemos la esperanza de que seguirá siempre con nosotros.
La tercera promesa todavía no se cumple. Es sobre Su segunda venida y la encontramos en Mt 24, 44 y en Mt 16, 27, donde dice: “Estén preparados, porque en el momento que menos piensen, vendrá el Hijo del hombre.” – “Ha de venir en la gloria de Su Padre, con Sus ángeles, y entonces pagará a cada uno según su lo que haya hecho.”
La certeza de que vendrá y que nos juzgará por nuestras obras, aunque no sabemos cuándo, es motivación suficiente para que nuestra espera no sea una pérdida de tiempo, sino para que aprovechemos cada oportunidad para amar, comprender, consolar, aconsejar, enseñar, alegrar, ayudar y perdonar a quien lo necesite.
Entonces, en este Adviento, tener esperanza no consiste en esperar que no pasaremos por sufrimiento alguno, pues no debemos esperar lo que Dios no nos ha prometido, sino en tener la seguridad de que, pase lo que pase, por difícil o doloroso que sea, el Señor, que ha estado con nosotros ayer y hoy, seguirá siempre a nuestro lado, y nos sostendrá.
●La tercera virtud para cultivar en Adviento: la Alegría.
Hablar de alegría en este Adviento después de la pandemia, tras la enfermedad o muerte de un ser querido, puede sonar como una broma cruel. Muchos pueden preguntar: ‘¿cómo alegrarme si murió quien más quería?’, ‘¿cómo alegrarme si me dejó un gran vacío?’, ‘la perspectiva de celebrar Navidad no me alegra, ese día sentiré más dolorosa su ausencia’.
Otros dirán: ‘¿cómo alegrarme si llevo meses sin ingresos, buscando medios para sobrevivir sin encontrarlos y ya me estoy desesperando?’
Parece que hay muchas razones para no alegrarse, sin embargo, San Pablo nos dice en 1Tes 5, 16-18: “Hermanos: Vivan siempre alegres, oren sin cesar, den gracias en toda ocasión, pues esto es lo que Dios quiere de ustedes en Cristo Jesús.” Él no sabe lo que estamos pasando. ¿Por qué nos pide vivir siempre alegres?
En efecto no lo sabe, pero él pasó cosas peores. Su consejo no es fruto de la ignorancia sino de la sabiduría que da la experiencia. En 2 Cor 11 menciona dificultades que vivió, dice: he pasado trabajos; cárceles; azotes; peligros de muerte muchas veces. Cinco veces recibí de los judíos cuarenta azotes menos uno. Tres veces fui azotado con varas; una vez apedreado; tres veces naufragué; un día y una noche pasé en el abismo. Viajes frecuentes; peligros de ríos; peligros de salteadores; peligros de los de mi raza; peligros de los gentiles; peligros en ciudad; peligros en despoblado; peligros por mar; peligros entre falsos hermanos; trabajo y fatiga; muchas veces noches sin dormir; hambre y sed; muchos días sin comer; frío y desnudez, sin embargo en Flp 4,13, concluye: “Todo lo puedo en Cristo, que me fortalece”. Esa es la clave.
La alegría que nos pide no es esa alegría frívola, efímera. La alegría que Dios quiere de nosotros, no se debe a cosas superfluas como el aguinaldo, a cenar pavo o a recibir regalos. Es una alegría como ninguna: grande, profunda, que nos inunda y nos llena de serenidad, que tiene su razón de ser en Jesús, y por eso no va a terminar y nada ni nadie nos la puede arrebatar.
Entonces, quienes lloramos la muerte de seres queridos, sí podemos alegrarnos en Navidad, porque Jesús vino a salvarnos de la muerte, ésta no es el final, sino un paso, un nuevo inicio, y tenemos la esperanza de volver a encontrarlos un día, en el Cielo, y mientras tanto podemos ayudarles a llegar allí, orando por ellos.
Quienes se angustian por su mala situación económica, pueden también alegrarse en Navidad porque gracias a que Jesús vino a este mundo, tienen la seguridad de que los comprende, sabe lo que es ser pobre, pasar necesidad, y Su compasivo corazón de Buen Pastor no los abandonará. Él dice Mt 6,31-33 “No se preocupen, preguntándose: ‘¿Qué vamos a comer?’ o ‘¿Qué vamos a beber?’ o ‘¿Con qué vamos a vestirnos?’ Todas estas cosas son las que preocupan a los paganos, pero ustedes tienen un Padre celestial que ya sabe que las necesitan. Por lo tanto, pongan toda su atención en el reino de los cielos y en hacer lo que es justo ante Dios, y recibirán también todas estas cosas.”
En Fil 4,4 san Pablo exhorta a los cristianos de Filipo diciéndoles “Alégrense siempre en el Señor; se lo repito alegrénse.” y en 3,20 les recuerda que son ciudadanos del cielo y que han de llevar “una vida digna del Evangelio de Cristo” 1,27, “con humildad, buscando no el propio interés sino el de los demás» 2,3-4. Y debemos tener en cuenta, que el Apóstol habla de alegría mientras él se encuentra encadenado, y los destinatarios de su carta tienen adversarios, padecen y sostienen el mismo combate que él 1,28-30, y deben cuidarse de los judaizantes 3,2-3.
Para los cristianos, la alegría no es, por tanto, el resultado de una vida fácil y sin dificultades, o algo sujeto a los cambios de circunstancias o estado de ánimo, sino una profunda y constante actitud que nace de la fe en Cristo, como dice 1Jn 4,16: “Nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene”. Esto significa entonces, que el mensaje cristiano que se nos ha transmitido tiene como finalidad entrar en comunión con Dios “para que nuestra alegría sea completa” 1Jn 1,4.
Por eso, quienes se sienten aislados y tristes, pueden alegrarse en Navidad, porque gracias a que Jesús vino a este mundo, nunca estamos solos, Él está siempre con nosotros, y así, toda soledad disminuye y se olvida.
Durante el Adviento, podrás aprovechar el silencio y la paz para reflexionar en lo que significa que Jesús haya nacido y descubrir las verdaderas razones para alegrarse en Navidad.
Y quienes viven temerosos de padecer, también pueden alegrarse en Navidad porque gracias a que Jesús nació, tenemos un Salvador, que nos invita a unir nuestro sufrimiento al Suyo, y así hallarle sentido redentor, poder aceptarlo con paz y ofrecérselo con amor; esto es estar en comunión con Cristo.
Como vemos, no es cruel ni descabellado el llamado de alegrarnos en Adviento, al contrario: llega oportuno a rescatarnos del desánimo y la tristeza, y a invitarnos a disponer el alma para celebrar, con alegría la Navidad.
●Cuarta virtud para cultivar en Adviento: la Caridad, que es el amor que se concreta en una actitud o acción.
Propone san Juan en 1n 4, 19: “Nosotros amamos, porque Él nos amó primero”. Con nuestro amor al Señor, correspondemos a Su amor. Así que la propuesta concreta para practicarla este Adviento es corresponder a lo que Él tuvo que aguantar en Su vida cotidiana, soportando nosotros lo que nos toque vivir cotidianamente. Por ejemplo: ¿Tienes frío o te agobia el calor?, ofréceselo por amor a Él, que también lo sufrió pues vivió en regiones de clima extremo. ¿Te critican, no te comprenden?, ofréceselo por amor a Él, que también fue criticado e incomprendido.
Jesús sabe lo que se siente estar triste, pasar necesidad, ser extranjero, ser perseguido, perder un ser querido, realizar labores agotadoras, ser ofendido y discriminado. No hay nada que tú vivas que Él no haya vivido. Ofrécele con amor cada cosa que te toque vivir.
Da amor a los demás: Amar a otros puede tener muchas expresiones, y en Adviento, la propuesta es amar a quien padece soledad, en especial a los adultos mayores. Muchos no tienen computadora, ni celular y llevan meses deprimidos, sin ver a sus seres queridos, alejados de todo y de todos. Si conoces a alguien en esa condición, visítale o al menos llámale por teléfono. ¡Tienen tanta necesidad de que se les oiga, que sientan que le interesan a alguien! Anímate a visitar o llamar a la tía solitaria y gruñona, al vecino viudo que vive solo, ponles un villancico, cuéntales algo divertido, pídeles que te platiquen anécdotas de su vida, ¡les harás el día! Haz de tu celular un instrumento para amar.
Ámate a ti mismo: Por causa de la pandemia mucha gente perdió un ser querido, y al dolor de perderle le añade el de sentirse culpable. Se pregunta si le contagió; si debió hacer algo más para ayudarle; siente frustración por no haberse podido despedir. Y el remordimiento y los ‘hubiera’ no le dejan vivir. Por eso esta tercera propuesta consiste en que nos amemos y que nos perdonemos. No tiene caso dar vueltas y vueltas a preguntas que lastiman y no tienen respuesta: ‘¿y si le hubiera llevado al hospital?’ o al contrario: ‘¿y si le hubiera dejado en casa?’, ‘¿por qué no noté lo que necesitaba?’, ‘¿por qué no reaccioné antes?’ ¡Basta! Al dolor del duelo no hay que cargarle culpas, porque se vuelve insoportable. Lo más probable es que hicimos lo mejor que pudimos por nuestros seres queridos fallecidos. Dejemos de atormentarnos imaginando si otra cosa hubiera sido mejor y trabajemos en recuperar la paz, pongámoslos y pongámonos en las manos del Señor, encomendándonos a Su perdón y a Su amor.
Durante el Adviento, ejercita al menos estas cuatro virtudes y prepárate así para mejorar espiritualmente con acciones que manifiesten que deseas agradar a Jesús para que, cuando venga, encuentre tu corazón limpio y preparado para recibirlo como Rey y Señor de tu vida. Y para Navidad, celebra gozoso que Jesús vino, por amor a ti, para darte una vida nueva.
Que así sea para bendición tuya y de los tuyos.

 

 

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