ENVIADOS POR JESÚS A ANUNCIAR LA BUENA NUEVA
ENVIADOS POR JESÚS A ANUNCIAR LA BUENA NUEVA
Leemos en Mt 10,1; Mr 6,7 y Lc 9,2; que Jesús “llamó a los doce discípulos, y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus impuros.”
Todo hace pensar que fue una misión breve que estuvo limitada a los lugares donde se movía él, para decirle a la gente que se volviera a Dios y que Jesús llegaría pronto a esos lugares. Y aunque ni en los Evangelios ni en los Hechos de los Apóstoles aparece expresamente que los discípulos estén predicando, podemos leer entre lineas, que Jesús les quiso hacer ver cómo se podía colaborar con él en el proyecto del reino de Dios invitando a la gente a oír a Jesús. Pero como señala Lc 10,1 Jesús envío ya no a los doce apóstoles, sino a setenta y dos discípulos para resaltar el carácter universal de la misión cristiana y como señalan los Evangelios, los enviados no actuaron por iniciativa propia, sino en nombre de Jesús. Hicieron lo que les había indicado y tal como les había ordenado como indica Mr 6,12-13: “salieron los discípulos a decirle a la gente que se volviera a Dios. También expulsaron muchos demonios, y curaron a muchos enfermos ungiéndolos con aceite.” Fueron pues como sus representantes y como tales sí predicaron llamando a las gentes a la conversión, invitándolos a dejar el pecado y a que se volvieran a Dios, y obedecieran los mandamientos que les había dejado por medio de su siervo Moisés, pero también manifestaron el poder de quien los había enviado al expulsar demonios y sanar a los enfermos.
También en Mt 10,8 encontramos la orden que les dio Jesús: “Sanen a los enfermos, resuciten a los muertos, limpien de su enfermedad a los leprosos y expulsen a los demonios. Ustedes recibieron gratis este poder; no cobren tampoco por emplearlo.” Esta es una orden para todos los seguidores de Jesús, por lo que todo aquel que rompa cualquiera de esos lineamientos establecidos por Jesús, no debe llamarse seguidor suyo puesto que no lo es, aunque cumpla cualquiera de los demás mandatos, pues como dijo Jesús “Nadie puede servir a dos amos, porque odiará a uno y querrá al otro, o será fiel a uno y despreciará al otro. No se puede servir a Dios y a las riquezas.” Mt,6,24 y Lc 16,13 y en el Evangelio de Lucas leemos a continuación: “Los fariseos, que eran amigos del dinero, oyeron todo esto y se burlaron de Jesús. Jesús les dijo: “Ustedes son los que se hacen pasar por justos delante de la gente, pero Dios conoce sus corazones; pues lo que los hombres tienen por más elevado, Dios lo aborrece.” Lc 16, 14-15.
Debemos entender entonces, que quienes son seguidores del dios Mammón, el señor de las riquezas, son aborrecidos por Dios. Pero no debemos confundir tener riquezas con servir a las riquezas, que es a lo que Jesús se refirió, pues la búsqueda de las riquezas supone una entrega total a ellas lo cual evita que el espíritu sea libre, abierto a los valores espirituales y trascendentales, por lo que es incompatible con el servicio a Dios, porque servirle exige la entrega total e incondicional del hombre que le pertenece a Jesús. San Pablo llama «idolatría» a la codicia de bienes temporales cuando se da a ellos el culto que sólo puede darse a Dios, como hacen muchos que se autodenominan pastores, pero son verdaderos lobos con piel de oveja.
A ese mensaje de no cobrar por lo que se ha recibido gratis, es decir, por utilizar los dones para sanar y expulsar demonios, Jesús, en otro pasaje del Evangelio sobre el abandono a la Providencia, en el que Dios rechaza la ansiedad por los bienes materiales, dice: “No amontonen riquezas aquí en la tierra, donde la polilla destruye y las cosas se echan a perder, y donde los ladrones entran a robar. Más bien amontonen riquezas en el cielo, donde la polilla no destruye ni las cosas se echan a perder ni los ladrones entran a robar. Pues donde esté tu riqueza, allí estará también tu corazón.” Mt 6,19-21.
Por lo tanto, como seguidores de Jesús, como señala en Mt 6, 25 y 33-34, debemos confiar en su Providencia, dice ahí: “No se preocupen por lo que han de comer o beber para vivir, ni por la ropa que necesitan para el cuerpo. ¿No vale la vida más que la comida y el cuerpo más que la ropa? – Por lo tanto, pongan toda su atención en el reino de los cielos y en hacer lo que es justo ante Dios, y recibirán también todas estas cosas.”
Los discípulos enviados actuaban en nombre de su señor y lo representaban. Jesús les había dado poder y autoridad no para imponerse a las gentes, sino para expulsar demonios y curar enfermedades y dolencias. Mr 6,7; Lc 9,1 y Mt 10,1. Esas fueron las dos grandes tareas de sus enviados: decir a la gente lo cerca que está Dios y curar a las personas de todo cuanto introduce mal y sufrimiento a sus vidas. Debían decir lo que le habían escuchado decir a Jesús y lo que le habían visto hacer: curar a las personas haciéndoles ver lo cerca que está Dios de su sufrimiento, por eso les dijo: “Al llegar a un pueblo donde los reciban, coman lo que les sirvan; sanen a los enfermos que haya allí, y díganles: ‘El reino de Dios ya está cerca de ustedes. “Anunciar el reino” y “curar enfermos” son las dos tareas inseparables que Jesús confió a sus discípulos, como leemos en Lc 10,8-9 y Mt 10,7-8. Y solo en Mt 28,19-20 aparece el mandato de “enseñar” y “bautizar”. Ahí leemos: “Vayan, pues, a las gentes de todas las naciones, y háganlas mis discípulos; bautícenlas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes. Por mi parte, yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo.”
Jesús estaba creando así una red de “curadores” para anunciar la llegada del Reino de Dios, así como el Bautista había pensado en una red de “bautizados” para alertar de la llegada inminente de su juicio. Para Jesús, curar enfermos y expulsar demonios es lo primero y más importante pues veía en ello el mejor signo para anunciar a Dios. Según un episodio recogido en Mr 9,38-40, resumido más tarde en Lc 9,49-50; un día los discípulos fueron a Jesús para informarle que habían visto a uno que estaba expulsando demonios en su nombre, aunque no era del grupo. Ellos ya habían tratado de impedírselo y Jesús debía saberlo. Los discípulos no pensaron en la alegría de quienes fueron curados por aquel hombre; lo que les preocupó fue que “no era de su grupo”. La respuesta de Jesús fue: “No se lo prohíban, porque nadie que haga un milagro en mi nombre podrá luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros, está a nuestro favor.” ¿Cómo iba Jesús impedir que los enfermos fueran curados, si era el mejor signo de la fuerza salvadora de Dios?
Jesús veía a sus discípulos como “pescadores de hombres”. Esa comparación es sorprendente y llamativa, muy del lenguaje creativo de Jesús. Se le ocurrió en la playa del mar de Galilea, al llamar a algunos pescadores a abandonar su trabajo para colaborar con él. En adelante pescarán hombres en vez de peces, les dijo: “Síganme y los haré pescadores de hombres” Mr 1,17. La expresión “pescadores de hombres” nunca había sido usada en la tradición ni en la literatura rabínica para describir una misión positiva. En el Antiguo Testamento se habla de reunir “ovejas”, no de pescar “peces”.
Profetas como Jeremías habían utilizado la pesca y la caza como imágenes negativas para expresar la captura de los que serían sometidos a un juicio de condenación; en Qumrán se hablaba del demonio como “pescador de hombres.” Pero Jesús no pensaba nada de eso por lo que, esa comparación, adquirió en sus labios un contenido salvífico y liberador. Él envió a sus discípulos para rescatar a las personas de las profundas aguas del mal, para liberarlas del poder de Satanás e introducirlas en la vida del reino de Dios. En la mentalidad israelita, las aguas del mar les recordaban las aguas profundas, el caos y el horror del mundo del mal, contrario a Dios.
Lo que nunca olvidaron los enviados de Jesús fueron las instrucciones que les dio al enviarlos a su misión que encontramos en los Evangelios de Mt 10,9-14 y Lc 10,4-11 No debían llevar consigo dinero ni provisiones de ningún tipo, no llevarían morral, al estilo de los vagabundos, que colgaban de su hombro una alforja para guardar las provisiones y limosnas que iban recogiendo. Renunciar a un morral significaba renunciar a la mendicidad para vivir confiando solo en el cuidado de Dios y en la acogida de la gente. Tampoco llevarían consigo bastón para defenderse de los perros salvajes y de los agresores. Debían aparecer ante todos como un grupo de paz. Al acercarse a las aldeas, deberían hacerlo de manera pacífica, sin asustar a las mujeres y los niños, cuando sus varones estuvieran trabajando en el campo. También irían descalzos, como los esclavos. No llevarían sandalias, tampoco una túnica de repuesto, para protegerse del frío de la noche.
Con esto, Jesús quería imprimir a su grupo un estilo de vida profético y desafiante. Todo el mundo podría verlo en su manera de vestir y de equiparse, y en su forma de actuar por las aldeas de Galilea. Jesús no estaba pensando en lo que debían llevar consigo, sino, precisamente, en lo contrario: lo que no debían llevar, para no alejarse de los considerados como los últimos. Por eso todos pudieron ver que los seguidores de Jesús vivían identificados hasta con los indigentes de Galilea. Las instrucciones de Jesús no eran tan extrañas. Él fue el primero en vivir así y los discípulos lo imitaron al seguirle. Este grupo, liberado de ataduras y posesiones, identificado con los más pobres, confiando por entero en Dios y en la acogida fraterna, y buscando la paz para todos, llevo hasta las aldeas la presencia de Jesús y su buena noticia de que Dios estaba cerca.
Aunque en Mr 6,8-9 dice que Jesús les permite llevar “sandalias” y “bastón”; y en la Didajé, llamada también La Enseñanza de los doce apóstoles o Enseñanza del Señor a las naciones por medio de los doce apóstoles, una obra de la literatura cristiana primitiva que pudo ser compuesta en la segunda mitad del siglo i, antes de la destrucción del Templo de Jerusalén (70 d. C.), por uno o varios autores, a partir de materiales literarios judíos y cristianos preexistentes, se admite que el apóstol “lleve pan suficiente hasta llegar al lugar donde se alojen”.
Jesús los envió “de dos en dos” para que se apoyaran mutuamente. Además, entre los judíos era más creíble una noticia cuando venía atestiguada por dos o más personas. Deberían acercarse a las casas deseando a sus moradores la paz. Si encentraran hospitalidad, se quedarían en la misma casa hasta salir de la aldea. Si no los acogieran, deberían marcharse del lugar “sacudiéndose el polvo de los pies” (Mr 6,11). Era lo que hacían los judíos cuando abandonaban una región pagana considerada impura. No hay que tomarlo como un juicio condenatorio, sino como un gesto divertido y gracioso, como decir “Allá ustedes”.
En cada aldea debían anunciar el reino de Dios compartiendo la experiencia que estaban viviendo con Jesús y, al mismo tiempo, curar a los enfermos del pueblo. Todo debían hacerlo gratis, sin cobrar ni pedir limosna, pero recibiendo a cambio un lugar en la mesa y en la casa de los vecinos. No era una estrategia para respaldar la misión. Era la manera de construir en las aldeas una comunidad nueva basada sobre unos valores totalmente diferentes. Así todos compartirían lo que tuvieran: unos, su experiencia del reino de Dios y su poder de curar; los otros, su mesa y su casa. La tarea de los discípulos no consistía solo en “dar”, sino también en “recibir” la hospitalidad que se les ofreciera. Pero sorprende la insistencia de Jesús en que, cuando los recibieran, “permanecieran en la misma casa comiendo y bebiendo lo que tuvieran” (Lc 10,7) para que el tiempo que compartieran con los de la casa fuera utilizado para enseñarles lo que de Jesús habían aprendido.
El ambiente que se creaba en los pueblos era parecido al que creaba el propio Jesús. La alegría se extendía por toda la aldea al correrse la noticia de alguna curación realizada por los enviados de Jesús. Había que celebrarlo porque los enfermos podían integrarse otra vez a la convivencia, los leprosos y endemoniados podrían sentarse de nuevo a la mesa con sus seres queridos. En aquellas comidas, sentados con los dos discípulos de Jesús, se estrechaban los lazos, caían las barreras, hasta a los vecinos les resultaba más fácil perdonarse mutuamente sus agravios. De manera humilde, pero real, experimentaban la llegada del reino de Dios a aquella aldea. Privado de poder político y religioso, Jesús no encontró una forma más concreta para iniciar, en medio del inmenso Imperio romano, la nueva sociedad que quería Dios, una sociedad más sana y fraterna, más digna y dichosa.
Y es así como debemos cumplir con la misión encomendada por Jesús a sus seguidores, con humildad, pero con la fe en que Él estará con nosotros, respaldándonos siempre, como dijo Él: “Vayan, pues, a las gentes de todas las naciones, y háganlas mis discípulos; bautícenlas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes. Por mi parte, yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo.” Mt 28,19-20
Podemos entonces, cumplir, como discípulos suyos, con nuestra tarea de anunciar la buena nueva, que como dijeron Pablo y Silas al carcelero que les preguntó ¿Qué puedo hacer para salvarme? Y ellos le contestaron “Cree en el Señor Jesús, y obtendrás la salvación tú y tu familia”. Pero además de presentar la salvación por medio de Jesucristo, debemos orar por los enfermos y estos sanarán, lo cual implica que tengamos fe, creer en la promesa de Jesús, a quien debemos mostrar con nuestra vida. Nuestro testimonio deberá evidenciar que lo llevamos en nuestro corazón y que no nos dejamos llevar por los intereses mundanos. Para actuar de esa forma debemos buscar permanentemente nuestra santificación, siguiendo las normas y enseñanzas de Jesús.
Si quieres ser un verdadero seguidor de Jesús y le has entregado tu vida, conoce lo que hizo leyendo los Evangelios, pero también el resto de la Biblia, para conocer las bendiciones que Dios tiene para ti. Entonces, como un cristiano verdadero, que se mantiene en lo que Dios te muestra en la Biblia, debes decidirte a seguir las enseñanzas de Jesús, así como las normas y Mandamientos que Dios dejó establecidas, y cumplir la misión que Jesús dejó para que tú la llevaras a cabo, en tu ambiente, con tu familia, con tus compañeros de trabajo o de estudio, así como con las personas con las que tengas contacto en cualquier lugar en donde percibas una necesidad.
Si quieres servir como su discípulo y dar a conocer lo que el Señor ha realizado en ti y por ti, cuenta como Él rompió las cadenas de pecado por medio del Sacramento de la Reconciliación o de la Confesión que Jesús estableció para que le entreguemos las cargas de pecado y quedemos nuevamente libres; también da testimonio de la sanación física o espiritual, que realizó al liberarte de los vicios y pecados que te tenían atrapado, al sanar las relaciones familiares o cualquier otro milagro que haya realizado en tu vida, para que, libre de cualquier atadura puedas ser utilizado por Dios como instrumento de bendición.
Si estás dispuesto a trabajar para ampliar el Reino de Dios en la tierra, pero aún no has sido liberado de tus pecados, de tus vicios, de las malas relaciones con tu familia, busca reconciliarte con Dios por medio del Sacramento de la Reconciliación y cumple las normas y mandamientos de Dios y prepárate con oración y estudio de la Biblia. En oración para hablar con Dios de todo lo que llevas en tu corazón, agradeciéndole lo bueno y pidiéndole perdón por lo malo, para pedirle ayuda para mantenerte en sus enseñanzas, pero también, para para escuchar su respuesta y su dirección que puede poner en tu corazón o en tu lectura de las Sagradas Escrituras. El estudio de la Biblia, servirá para conocer lo que Dios tiene para ti y la manera en la que debes comportarte, para dar buen testimonio con tus hechos y palabras, transmitiendo así la paz y el gozo que Él ha puesto en ti, para servir con humildad a los demás, con amor y por amor. Entonces serás un discípulo que el Señor Jesús podrá utilizar para llevar el mensaje de salvación a muchos.
Que así sea.
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