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EL PADRE DE JESÚS ES EL DIOS DE LA VIDA

EL PADRE DE JESÚS ES EL DIOS DE LA VIDA

 

Jesús observó que la atención amorosa del Padre es para todos, y aunque es misteriosa y velada, está siempre presente cubriendo la existencia de toda criatura.

Los cristianos sabemos que lo que define a Dios no es su poder, como sucedía entre las divinidades paganas; tampoco su sabiduría, como en algunas corrientes filosóficas griegas. La realidad última de Dios y lo que no podemos pensar ni imaginar de su misterio, Jesús lo captó como bondad, que es lo que nos trasladó al enseñar que perdona los pecados, pero también nos dio a conocer que, por la bondad del Padre, Él vino para cumplir su Plan de salvación para los hombres.

Dios fue bueno con él como es bueno con todos. Jesús entendió que para Dios las personas son importantes, mucho más que los sacrificios o el sábado; que Dios quiere nuestro bien y que nada ha de ser utilizado contra las personas, menos aún la religión, por eso su oposición a la forma en la que ésta se había transformado: una serie de normas ajenas a lo que Dios mandó en el Decálogo, dejando fuera la relación con el prójimo.

Este Padre bueno es un Dios cercano, bondadoso que ya estaba irrumpiendo en el mundo en forma de compasión, la cual manifestó Jesús en su trato para con todos, sobre todo con los rechazados, los enfermos, los pecadores, los niños y las mujeres. Jesús vivió esta cercanía amorosa de Dios con asombrosa sencillez y espontaneidad. Él fue como un grano de trigo sembrado en la tierra, que pasó inadvertido, pero que pronto se manifestaría como una espléndida espiga con muchos granos. Así es la bondad de Dios: ahora está escondida bajo la realidad compleja de la vida, pero que un día acabará triunfando sobre el mal. Para Jesús, esto no era teoría porque comprendió que Dios está cerca y es accesible a todos. Cualquiera puede tener con él una relación directa e inmediata desde lo secreto del corazón. Él habla a cada uno sin pronunciar palabras humanas. Hasta los más pequeños pueden descubrir su misterio. Jesús, según leemos en Lc 10,21 y Mt 11,25: “Lleno de alegría por el Espíritu Santo, dijo: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has mostrado a los sencillos las cosas que escondiste de los sabios y entendidos.” Él enseñó que no son necesarias prácticas rituales ni ceremonias sofisticadas, como la del templo, para encontrarse con Dios. Por ello, también hoy, Jesús invita a vivir confiando en Dios que es bueno y cercano: Por eso enseñó que podemos dirigirnos a Él con la confianza con la que un hijo se dirige a su padre. Dijo “Cuando oren, digan: «¡Padre nuestro!» Lc 11,2.

Para hacernos comprender la permanente atención de nuestro Padre sobre todos sus hijos, Mt 6,6 nos traslada esta recomendación de Jesús: “Tú, cuando ores, entra en tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto”. Esto significa que Dios, está siempre cercano a las personas, en donde estén, aunque se encuentren perdidas, lejos de su Alianza.

Dios es bueno con todos, como dice Mt 5,45: “Hace salir su sol sobre buenos y malos, y manda la lluvia sobre justos e injustos”.  El sol y la lluvia son de todos. Nadie puede apropiarse de ellos. No tienen dueño. Jesús hace ver que Dios los ofrece a todos como un regalo, rompiendo así la tendencia moralista a discriminar a los malos. Insistió en que Dios no es propiedad de los buenos; que su amor está abierto también a los malos. Esta fe de Jesús en la bondad de Dios hacia todos no deja de sorprender pues durante siglos, en aquel pueblo, se había escuchado algo muy diferente. Se hablaba con frecuencia del amor y la ternura de Dios, pero que ese amor había que merecerlo, como dice el Sal 103,13: “Como un padre siente ternura hacia sus hijos, así siente el Señor ternura por aquellos que le temen”. ¿Hacia quiénes? Deja claro que solo hacia “aquellos que le temen.”

Jesús enseñó una faceta diferente, dijo Ustedes deben amar a sus enemigos, y hacer bien, y dar prestado sin esperar nada a cambio. Así será grande su recompensa, y ustedes serán hijos del Dios altísimo, que es también bondadoso con los desagradecidos y los malos.” Lc 6,35. Dejando claro así que Dios no restringe su amor exclusivamente a los buenos como mencionaba hacia el año 190 a. c., un escritor judío llamado Jesús ben Sirá, nacido en Jerusalén, que afirmó: “El Altísimo detesta a los pecadores y les dará su castigo. Sir o Eclo 12,6.

Muchas veces habló Jesús de Dios como Padre bueno, como hizo en una parábola en la que un padre acogió a su hijo perdido. Esta bella enseñanza la encontramos en Lc 15,11-32. “Un hombre tenía dos hijos. El más joven le dijo: ‘Padre, dame la parte de la herencia que me corresponde.’ Y el padre repartió los bienes entre ellos. Pocos días después, el hijo menor vendió su parte y se marchó lejos, a otro país, donde todo lo derrochó viviendo de manera desenfrenada. Cuando ya no le quedaba nada, vino sobre aquella tierra una época de hambre terrible y él comenzó a pasar necesidad. Fue a pedirle trabajo a uno del lugar, que le mandó a sus campos a cuidar cerdos. Y él deseaba llenar el estómago de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie se las daba.

Al fin se puso a pensar: ‘¡Cuántos trabajadores en la casa de mi padre tienen comida de sobra, mientras que aquí yo me muero de hambre! Volveré a la casa de mi padre y le diré: Padre, he pecado contra Dios y contra ti, y ya no merezco llamarme tu hijo: trátame como a uno de tus trabajadores.’ Así que se puso en camino y regresó a casa de su padre. “Todavía estaba lejos, cuando su padre le vio; y sintiendo compasión de él corrió a su encuentro y le recibió con abrazos y besos. El hijo le dijo: ‘Padre, he pecado contra Dios y contra ti, y ya no merezco llamarme tu hijo.’ Pero el padre ordenó a sus criados: ‘Sacad en seguida las mejores ropas y vestidlo; ponedle también un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traed el becerro cebado y matadlo. ¡Vamos a comer y a hacer fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a vivir; se había perdido y le hemos encontrado!’ Y comenzaron, pues, a hacer fiesta.

 “Entre tanto, el hijo mayor se hallaba en el campo. Al regresar, llegando ya cerca de la casa, oyó la música y el baile. Llamó a uno de los criados y le preguntó qué pasaba, y el criado le contestó: ‘Tu hermano ha vuelto, y tu padre ha mandado matar el becerro cebado, porque ha venido sano y salvo.’ Tanto irritó esto al hermano mayor, que no quería entrar; así que su padre tuvo que salir a rogarle que lo hiciese. Él respondió a su padre: ‘Tú sabes cuántos años te he servido, sin desobedecerte nunca, y jamás me has dado ni siquiera un cabrito para hacer fiesta con mis amigos. En cambio, llega ahora este hijo tuyo, que ha malgastado tu dinero con prostitutas, y matas para él el becerro cebado.’

El padre le contestó: ‘Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo.

Pero ahora debemos hacer fiesta y alegrarnos, porque tu hermano, que estaba muerto, ha vuelto a vivir; se había perdido y lo hemos encontrado.’

Jesús quería que todos entendiéramos, que Dios, el Padre bueno, no es como un patriarca autoritario, preocupado solo de su honor, controlador implacable de su familia. Sino que es más bien, como un padre cercano que no piensa en su herencia, que respeta las decisiones de sus hijos y les permite seguir libremente su camino. Que a Dios siempre se puede volver sin temor alguno. Como el padre de la parábola que, cuando vió llegar a su hijo hambriento y humillado, corrió a su encuentro, lo abrazó y besó efusivamente y gritó a todo el mundo su alegría. Interrumpió la confesión de su hijo para evitarle más humillaciones; no necesitó de nada para acogerlo tal como era. No le impuso castigo alguno; no le planteó ninguna condición para aceptarlo de nuevo en casa; no le exigió un ritual de purificación. No pareció sentir necesidad de perdonarlo; sencillamente lo amó desde siempre y solo buscaba su felicidad. Le regaló la dignidad de hijo con los símbolos del anillo, la casa y el mejor vestido. Ofreció una fiesta, un gran banquete, música y bailes. El hijo debía conocer junto al padre la fiesta buena de la vida, no la falsa diversión que vivió entre paganos y prostitutas.

Dios, a quien Jesús identificaba como su Padre, no es el Dios vigilante de la ley, que está atento a las ofensas de sus hijos, para dar a cada uno su merecido y que no concede el perdón si antes no se han cumplido escrupulosamente unas condiciones. Éste es el Dios del perdón y de la vida; por lo que no debemos humillarnos o degradarnos en su presencia. Al hijo no le exige nada, solo espera de él que crea en el amor y misericordia de su padre.

Cuando Dios es captado como poder absoluto, que gobierna y se impone por la fuerza de su ley, surge una religión gobernada por la rigidez en el cumplimiento de las normas, por los méritos y los castigos, pero cuando Dios es experimentado como bondad y misericordia, nace una religión fundada en la confianza y el amor. Dios no aterra por su poder y su grandeza, Él seduce por su bondad y cercanía. Se puede confiar en él. Lo decía Jesús de mil maneras a los enfermos, a los indeseables y a los pecadores: Dios está para los que tienen necesidad de su amor, de su perdón y su bondad.

Jesús no podía pensar en Dios sin pensar en Su proyecto de trasformar el mundo. No separó nunca a Dios de su reino. No lo contempló encerrado en su propio mundo, aislado de los problemas de la gente; lo sentía comprometido en humanizar la vida.

Mientras que los sacerdotes de Jerusalén vinculaban a Dios al sistema del culto del templo; los sectores fariseos lo consideraban fundamento y garantía de la ley que gobernaba a Israel y los esenios de Qumrán lo experimentaban como inspirador de su vida pura del desierto, Jesús lo sentía como la presencia de un Padre bueno que estaba entrando al mundo para humanizar la vida. Jesús no hablaba de Dios, sino del reino de Dios. En el fondo de su experiencia religiosa hubo un cambio decisivo del contenido del mensaje: Dios es para los hombres, y no los hombres para Dios. Por eso no debe haber sábado o culto agradable a Dios si no es para el bien de los hombres.  San Marcos resumió el mensaje de Jesús al escribir: Decía Jesús: “Ya se cumplió el plazo señalado, y el reino de Dios está cerca. Vuélvanse a Dios y acepten con fe sus buenas noticias. Mr 1,15.

Por eso, para Jesús, el lugar privilegiado para conocer a Dios no es el culto, sino allí donde se va haciendo realidad su reino de justicia entre los hombres. Jesús conoció a Dios como una presencia acogedora para los excluidos, como fuerza de curación para los enfermos, como perdón gratuito para los culpables y esperanza para los maltratados por la vida.

Este Dios es un Dios de cambio. Su reino es una poderosa fuerza de trasformación. Su presencia entre los hombres es incitadora, provocativa y atrae hacia la conversión. Dios no es una fuerza conservadora, sino una llamada al cambio, por eso, también hoy, dice Jesús: “Ya se cumplió el plazo señalado, y el reino de Dios está cerca. Vuélvanse a Dios y acepten con fe sus buenas noticias.  No es el momento de permanecer pasivos. Dios tiene un gran proyecto para todos y cada uno. Debemos construir una tierra nueva, tal como Él la quiere. Todo debe orientarse hacia una vida más humana, empezando por aquellos para los que la vida no es vida. Dios quiere que los que lloran, rían y que los que tienen hambre, coman: que todos puedan vivir. Y a nosotros, como sus discípulos, nos corresponde ser parte activa del cambio.

Si algo deseamos los seres humanos es vivir, y vivir bien. Y si algo espera Dios, es que ese deseo de vivir bien se haga realidad, pues cuanto mejor vive la gente, mejor se realiza el reino de Dios. Para Jesús, la voluntad de Dios no es ningún misterio: consiste en que todos lleguen a disfrutar la vida plenamente. En ninguna parte encontraremos mejor aliado de nuestra felicidad que en Dios. Cualquier otra idea de un Dios interesado en recibir de los hombres honor y gloria, olvidando el bien y la dicha de sus hijos e hijas, no es de Jesús. A Dios le interesa el bienestar, la salud, la convivencia, la paz, la familia, el disfrute de la vida. Por eso, Dios está siempre del lado de las personas y en contra del mal, del sufrimiento, de la opresión y de la muerte, de todo cuanto va en contra de sus normas y Mandamientos, que nos fueron dados para guiarnos por el camino de bendición, de gozo, de paz, de amor. Jesús admite a Dios como una fuerza que solo quiere el bien, que se opone a todo lo que es malo y doloroso para el ser humano y que, por tanto, quiere liberar la vida del mal. Así lo experimentó y así lo comunicó con su mensaje y sus acciones. Jesús luchó contra los ídolos que se oponen a este Dios de la vida y son divinidades de muerte. Me refiero a ídolos como el Dinero, el Poder o las ideologías, que deshumanizan a quienes les rinden culto y exigen víctimas para subsistir.

La fe en Dios lo empujó a ir directamente a la raíz del problema para luchar por la defensa de la vida y el auxilio a las víctimas. Esta fue siempre su trayectoria y debe ser la de quienes somos sus discípulos.

La actividad curadora de Jesús se inspiró en ese Dios que se opone a todo lo que disminuye o destruye la integridad de las personas. A Dios le interesa la salud de sus hijos. El sufrimiento, la enfermedad o la desgracia no son expresión de su voluntad; no son castigos, pruebas o purificaciones que Dios va enviando a sus hijos. No encontramos en Jesús un lenguaje de esta naturaleza. Si se acercó a los enfermos, no fue para ofrecerles una visión piadosa de su desgracia, sino para potenciar su vida, para sanarlos. Aquellos ciegos, sordos, cojos, leprosos o poseídos pertenecían al grupo de los “sin vida”. Jesús les regaló algo tan básico y elemental como caminar, ver, sentir, hablar, ser dueños de su mente y de su corazón. Aquellos enfermos que fueron curados trasladaron un mensaje a todos y ese mensaje es: Dios quiere ver a sus hijos llenos de vida.

Es lo que revela también su defensa de los últimos. Jesús se distanció de los ricos y poderosos, que generaban hambre y miseria, para solidarizarse con los desposeídos. Los ricos estaban creando una barrera entre ellos y los pobres: eran el gran obstáculo que impedía una convivencia más justa. Esa riqueza no es signo de la bendición de Dios, pues estaba creciendo a costa del sufrimiento y la muerte de los más débiles. Jesús no tenía duda alguna: la miseria es contraria a los planes de Dios. El Padre no quiere que se introduzca muerte entre sus hijos. Lo único que responde a su voluntad original es una vida digna para todos.

Jesús también se puso a favor de los excluidos. No podía ser de otra manera. Su experiencia de Dios fue la de un Padre que tiene en su corazón un proyecto integrador donde no haya honorables que desprecien a indeseables, santos que condenen a pecadores, fuertes que abusen de débiles, varones que sometan a mujeres. Dios bendice la igualdad fraterna y solidaria, no los abusos y las discriminaciones; no separa ni excomulga, sino que abraza y acoge. Frente al “bautismo” de Juan, acto simbólico de una comunidad que espera a Dios en actitud penitente de purificación, Jesús promovió su mesa abierta a pecadores, indeseables y excluidos como símbolo de la comunidad fraterna que acoge el reino del Padre.

Es significativa la posición de Jesús ante el César o ante el Dinero (mammón), ídolos que ofrecen salvación, pero producen miseria, desnutrición y muerte, por ello dijo: No se puede servir a Dios y a las riquezas Lc 16,13 y Mt 6,24; y “Den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios” Lc 20,25 y Mt 22,21.

Su experiencia de Dios empujó a Jesús a desenmascarar la estructura de una religión que no estaba al servicio de la vida. No se puede justificar en nombre de Dios que alguien pase hambre pudiendo ésta ser saciada, como narra Mr 2,23-27, en donde dice: Un sábado, Jesús caminaba entre los sembrados, y sus discípulos, al pasar, comenzaron a arrancar espigas de trigo. Los fariseos le preguntaron: Oye, ¿por qué hacen tus discípulos algo que no está permitido hacer en sábado? Pero él les dijo: ¿Nunca han leído ustedes lo que hizo David en una ocasión en que él y sus compañeros tuvieron necesidad y sintieron hambre? Pues siendo Abiatar sumo sacerdote, David entró en la casa de Dios y comió los panes consagrados a Dios, que solamente a los sacerdotes se les permitía comer; y dio también a la gente que iba con él. Y añadió: El sábado se hizo para el hombre, y no el hombre para el sábado.  

No se puede dejar a alguien sin ser curado porque así lo pide la supuesta observancia del culto. Para el Dios de la vida, ¿no será precisamente el sábado el mejor día para restaurar la salud y liberar del sufrimiento? Ejemplo de ese pensamiento de Jesús lo tenemos en Mr 3,1-5, en donde dice:Jesús entró otra vez en la sinagoga; y había en ella un hombre que tenía una mano tullida. Y espiaban a Jesús para ver si lo sanaría en sábado, y así tener de qué acusarlo. Jesús le dijo entonces al hombre que tenía la mano tullida: Levántate y ponte ahí en medio. Luego preguntó a los otros: ¿Qué está permitido hacer en sábado: el bien o el mal? ¿Salvar una vida o destruirla? Pero ellos se quedaron callados.

Jesús miró entonces con enojo a los que le rodeaban, y entristecido por la dureza de su corazón le dijo a aquel hombre: Extiende la mano. El hombre la extendió, y su mano quedó sana.

También dejó clara su postura como dice en Lc 13,10-16: Un sábado Jesús se había puesto a enseñar en una sinagoga; y había allí una mujer que estaba enferma desde hacía dieciocho años. Un espíritu maligno la había dejado jorobada, y no podía enderezarse para nada. Cuando Jesús la vio, la llamó y le dijo: Mujer, ya estás libre de tu enfermedad. Entonces puso las manos sobre ella, y al momento la mujer se enderezó y comenzó a alabar a Dios. Pero el jefe de la sinagoga se enojó, porque Jesús la había sanado en sábado, y dijo a la gente: Hay seis días para trabajar; vengan en esos días a ser sanados, y no en sábado. El Señor le contestó: hipócritas, ¿no desata cualquiera de ustedes su buey o su burro en sábado, para llevarlo a tomar agua? Pues a esta mujer, que es descendiente de Abraham y que Satanás tenía atada con esta enfermedad desde hace dieciocho años, ¿acaso no se la debía desatar aunque fuera sábado?  

Debemos comprender con la postura de Jesús, que una religión que va contra la vida es falsa; no hay leyes de Dios inviolables si hieren a las personas. Cuando la ley religiosa hace daño y hunde a las personas en la desesperanza, queda vacía de autoridad, pues no proviene del Dios de la vida. Esta posición quedó grabada para siempre en un refrán inolvidable que se encuentra en Mr 2,27 en donde dice Jesús: El sábado fue hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado.

Movido por este Dios de la vida, Jesús se acerca también hoy a los olvidados por la religión. El Padre no puede quedar acaparado por una casta de piadosos ni por un grupo de sacerdotes controladores de la religión.

Dios no otorga a nadie una situación de privilegio sobre los demás; no da a nadie un poder religioso sobre el pueblo, sino fuerza y autoridad para hacer el bien. Así actuó siempre Jesús: no con autoritarismo e imposición, sino con fuerza curadora. Él libera de miedos generados por la religión, no los introduce; hace crecer la libertad, no la servidumbre; atrae hacia la misericordia de Dios, no hacia la ley; despierta el amor, no el resentimiento y como sus seguidores, debemos vivir actuando de esa manera, con libertad, con amor, sirviendo a los demás, buscando una vida mejor para todos. Pidámosle entonces a Jesús que nos llene de su amor y nos dirija para mantenernos firmes en sus enseñanzas y siguiendo su ejemplo en todo momento y con todas las personas. Que así sea.

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