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EL AMOR Y LA VERDAD EN LAS SAGRADAS ESCRITURAS

EL AMOR Y LA VERDAD EN LAS SAGRADAS ESCRITURAS

El evangelio de San Juan inicia describiendo a Jesús como el verbo, o como la palabra en otras versiones. Dice en 1,1-14:
“En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio junto a Dios. Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió.
Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz.
El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo. En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció.
Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron. Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios. Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.”
Feliz o bienaventurado quien conoce la verdad que enseñan las Sagradas Escrituras, que es la palabra de Dios, pues fue escrita por inspiración del Espíritu Santo.” Porque debemos tener por cierto, que lo que consideramos y sentimos, a menudo es equivocado, por lo que debemos aceptar que realmente conocemos poco, pero, a quien le habla Dios por medio de las Escrituras, de sus muchas opiniones se aparta para quedarse con la verdad expresada en ellas.
De Jesús, el Verbo, salen todas las cosas, y todas hablan de Él, por lo que ninguno entiende o juzga correctamente si no lo conduce Jesús, Él es estable y firme de corazón y permanece en la paz de Dios. Por eso, con humildad debemos reconocer nuestra necesidad de permanecer con Dios, que es la Verdad, y pedirle que nos haga permanecer en Él por Su amor a nosotros y de nuestra parte, por el amor que le manifestamos a los demás, con nuestras obras. De ahí la importancia de obrar bien con el prójimo.
Con frecuencia no nos sirve de mucho leer y oír muchas cosas; porque todo lo que queremos y deseamos está en Dios, esto significa que debemos buscarlo a Él de corazón y confiados plenamente, poner en sus manos nuestra vida, por lo que, en los momentos de oración en su presencia, no debemos distraernos permitiendo que entren a nuestra mente lo que digan las personas, por muy sabios que sean, y enfocarnos plenamente en lo que Dios ponga en nuestra mente, o en nuestro corazón, y decirle como Samuel en 1Sa 3,10: “Háblame Señor que tu siervo escucha.”
Cuanto más unidos seamos con Él, y más sencillo sea nuestro corazón, tanto más y mayores cosas entenderemos sin esforzarnos, porque de arriba recibiremos la luz de la inteligencia, la sabiduría y el entendimiento de las cosas espirituales; pero también las que sirvan para la vida terrena, cuando no nos aparten de Dios. Y aunque entendamos muchas cosas, si tenemos el espíritu puro y sencillo, si somos constantes en la lectura de la Sagrada Escritura y todo lo hacemos para conocer más de lo que Él quiere enseñarnos, para vivir según sus enseñanzas y mandamientos y así le honremos; entonces nos mantendremos atentos a lo que nos revele.
Al comprender las Escrituras, el creyente y fiel, ordena dentro de sí las obras que debe hacer. Pero, esas cosas externas o materiales no lo inclinan a vicios pues él, las razona y analiza, con su libre albedrío, de acuerdo a lo que Dios estableció en las Sagradas Escrituras como conducta que le agrada a Él, la cual será provechosa para el que lo obedezca.
Esto no significa que la vida de quien desea ser grato a Dios sea sencilla, pues tiene mayor lucha quien se esfuerza por vencerse a sí mismo, y todos sabemos que, por absurdo que parezca nuestra tendencia es hacer muchas cosas que no son gratas a Dios, por lo tanto, dañinas para nosotros. Nuestro interés debe ser entonces, vencernos a nosotros mismos, hacernos más fuertes para vencer nuestra tendencia carnal y ser mejores en la relación con Dios y con los demás.
El conocimiento de nosotros mismos es camino más seguro para llegar a Dios que si pretendemos encontrarlo o conocerlo escudriñando la ciencia. No se trata de culpar la ciencia, ni cualquier otro conocimiento de lo que es considerado como bueno y ordenado por Dios, sin embargo, siempre debemos anteponer la vida virtuosa, es decir, vivir de acuerdo a las virtudes, los hábitos buenos que forman parte de nuestra personalidad y que se alcanzan por medio de constancia, esfuerzo, disciplina y sobre todo voluntad, para hacernos mejores personas, buscando nuestra santificación, para alcanzar nuestro fin último “agradar a Dios” lo cual nos lleva a “ser felices”.
Este vivir de acuerdo a las virtudes nos lo dicta la conciencia, la voz secreta que tenemos en el alma que aprueba o reprueba nuestras acciones y que es alimentada por el derecho natural que Dios puso en cada persona. Pero recordemos que, si la conciencia no se educa debidamente, es inevitable que se olvide de las normas divinas, por lo que debemos educarla de la mejor forma que es, con la Palabra de Dios, razón por la que insistimos en leerla, estudiarla y meditarla, porque solo así podremos llevar nuestra vida de acuerdo a la voluntad de Dios y le agrademos.
Ahora bien, muchas personas estudian más para saber que para vivir según las enseñanzas de Dios, que nos llevan a vivir bien, en paz, con gozo y sirviendo a los demás con amor, por eso se equivocan muchas veces, y poco o ningún fruto logran de sus vidas. Si pusieran esmero en apartarse de los vicios y sembrar las virtudes, no se harían tantos males ni los harían a los demás, no habría tanto libertinaje, y al final, llegarían a disfrutar de la presencia de Dios por la eternidad. Ciertamente, en el día del Juicio no nos preguntarán qué leímos o aprendimos, o cuanto ganamos, o cuanto poseímos, tampoco si hablamos bien, sino qué hicimos para agradar a Dios y cuántas acciones impulsados por el amor y la compasión hacia el prójimo realizamos.
Por ello debemos tener presente que Dios quiere que nuestra vida sea según su enseñanza; por ello debemos leer y estudiar bien la Biblia. ¡Cuántos se esfuerzan por los bienes materiales o por la ciencia, y se esmeran poco en agradar a Dios, en servir al prójimo! Eligen ser más grandes que humildes, y son superficiales en sus pensamientos y sentimientos. Porque grande es verdaderamente el que tiene gran caridad, el que se tiene por pequeño y tiene en nada la honra y la fama. Grande es quien se hace pequeño al servir a los demás porque sabe que así agrada a Dios.
Respecto a esto nos dice Stg 2,14-18: “Hermanos míos, ¿de qué le sirve a uno decir que tiene fe, si sus hechos no lo demuestran? ¿Podrá acaso salvarlo esa fe? Supongamos que a un hermano o a una hermana les falta la ropa y la comida necesarias para el día; si uno de ustedes les dice: “Que les vaya bien; abríguense y coman todo lo que quieran”, pero no les da lo que su cuerpo necesita, ¿de qué les sirve? Así pasa con la fe: por sí sola, es decir, si no se demuestra con hechos, es una cosa muerta. Uno podrá decir: “Tú tienes fe, y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin obras; yo, en cambio, te mostraré, por mis obras, mi fe.”
San Pablo nos enseña sobre no dejarnos dominar por las cosas materiales cuando dice: “A nada le concedo valor si lo comparo con el bien supremo de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por causa de Cristo lo he perdido todo, y todo lo considero basura a cambio de ganarlo a él”. Fil 3,8.
Entonces, seamos sabios al hacer la voluntad de Dios dejando la nuestra.
Recuerda que en las Sagradas Escrituras se debe buscar la verdad, no la elocuencia, por lo que toda ella se debe leer con el espíritu que se hizo, que es enseñarnos la voluntad de Dios para que nos apeguemos a ella. Así viviremos bendecidos, felices, disfrutando de paz, de amor, de armonía con los demás; pero lo más importante es que conoceremos más de Dios Padre, de su Hijo Jesucristo, y del Espíritu Santo que nos guía y nos da los dones del Espíritu. Pues como dice San Pablo: “Nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que es venido de Dios, para que conozcamos lo que Dios nos ha dado”; 1Co 2,12. Más adelante nos habla de la variedad y unidad de los dones que nos da el Espíritu Santo cuando aceptamos a Jesucristo como Salvador y Señor de nuestra vida y pedimos la unción del Espíritu Santo para que podamos no solo vivir en obediencia y de acuerdo a las normas y mandamientos de Dios, sino que, con los dones o carismas, podamos también servir a nuestro prójimo con esas herramientas espirituales de las que dice en Co 12,4-11:
“Hay en la iglesia diferentes dones, pero el que los concede es un mismo Espíritu. Hay diferentes maneras de servir, pero todas por encargo de un mismo Señor. Y hay diferentes manifestaciones de poder, pero es un mismo Dios, que, con su poder, lo hace todo en todos.
Dios da a cada uno alguna prueba de la presencia del Espíritu, para provecho de todos. Por medio del Espíritu, a unos les concede que hablen con sabiduría; y a otros, por el mismo Espíritu, les concede que hablen con profundo conocimiento. Unos reciben fe por medio del mismo Espíritu, y otros reciben el don de curar enfermos. Unos reciben poder para hacer milagros, y otros tienen el don de profecía. A unos, Dios les da la capacidad de distinguir entre los espíritus falsos y el Espíritu verdadero, y a otros la capacidad de hablar en lenguas; y todavía a otros les da la capacidad de interpretar lo que se ha dicho en esas lenguas.
Pero todas estas cosas las hace con su poder el único y mismo Espíritu, dando a cada persona lo que a él mejor le parece.
Debemos buscar el provecho espiritual que podemos obtener de la Escritura y no la sutileza de palabras. Debemos leer, de buena gana y con apertura de mente y corazón, todos los libros, tanto los sencillos como los sublimes y profundos. Que no nos mueva la autoridad del que escribe o si es de poco o gran conocimiento desde el punto de vista humano; leamos acerca del amor y de la verdad que Dios quiere que conozcamos.
Aun cuando es bueno que conozcas quién lo dice, pon atención más bien, a lo que dice, porque los hombres pasan; mas la verdad del Señor permanece para siempre, como dice 1Pe 1,24-25a “Toda carne es como la hierba, y toda la gloria del hombre, como la flor de la hierba. Se seca la hierba, y la flor se cae; mas la palabra del Señor permanece para siempre.”
Si queremos aprovechar el contenido, de las Sagradas Escrituras, debemos tener en cuenta que Dios habla de diversas maneras y sin distinción de personas, y como es Palabra de Dios dictada por el Espíritu Santo a los muchos hombres que la escribieron, antes de leerla debemos pedir al Espíritu Santo su dirección para comprenderla y podamos vivir de acuerdo a sus instrucciones y enseñanzas para entonces leer con interés y humildad.
Pero si estudiamos la Biblia, cuidémonos del orgullo y la vanidad, nunca pretendamos que nos llamen maestros, pues dice Jesús en Mt 23,8: “Ustedes no deben pretender que la gente los llame maestros, porque todos ustedes son hermanos y tienen solamente un Maestro”. Y si hay algo que no comprendamos, seamos humildes y acudamos a los hermanos más crecidos en el espíritu y que tengan un buen testimonio de vida, a quienes se les puede llamar sabios, pues, como dice Pro 10,13a “En labios del sabio hay sabiduría.” Preguntemos y escuchemos con atención sus palabras y así también llegaremos a ser sabios, pues “El necio cree que todo lo que hace está bien, pero el sabio escucha los consejos.” Pro,12,15
Y si a quien acudimos es viejo, que no nos desagraden sus refranes, porque los dirá con motivo. Ahora bien, no debemos dar crédito a cualquier persona ni a cualquier palabra; sino que con prudencia debemos examinar las cosas según lo que Dios ha dejado establecido en la Biblia, ya que la Palabra de Dios nunca se contradice.
Dice en Pro 16,23 “El sabio de corazón controla su boca;con sus labios promueve el saber.” Debemos entonces, tener mucha prudencia con nuestras palabras y tomar en cuenta que somos tan débiles que muchas veces creemos y decimos fácilmente, el mal del prójimo, que el bien. Por lo que, como seguidores de Cristo, no debemos creer cualquier cosa que nos cuentan, porque ya sabemos que la flaqueza humana se presta al mal y tuerce el sentido de las palabras. Por lo que tú “No te las des de sabio, teme al Señor y evita el mal.” Pro 3,7. Aquí “teme al Señor” se refiere al temor de alejarse de Dios, de ofenderlo al pecar.
Gran sabiduría es no ser imprudentes en lo que hagamos o digamos. Es de sabios no creer cualquier palabra de hombres, ni decir luego a otros lo que oímos o creemos si no lo hemos comprobado. Tomemos consejo del hombre sabio y de buena conciencia; y que nuestro deseo sea ser enseñado de alguien mejor y más sabio en las cosas del Señor, que seguir nuestra opinión. Dice el Pro 1,7 “La sabiduría comienza por honrar al Señor; los necios desprecian la sabiduría y la instrucción.”
Llevar una vida según la voluntad de Dios, hace al hombre sabio. Cuanto más humilde y más sujeto a Dios sea, tanto más sabio y seguro en todo será.
Pidámosle a Dios que nos ayude a salir victoriosos en el combate por vencernos a nosotros mismos, y que nos ayude a comprender las Escrituras para honrarlo al hacerlas vida

 

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