¿EGOÍSTAS O SOLIDARIOS?
¿EGOÍSTAS O SOLIDARIOS?
En una sociedad donde hay gente que vive hundida en el hambre o la miseria, solo hay una forma de vivir, anteponiendo el interés propio al ajeno siendo egoístas e indiferentes al sufrimiento de los demás, o ser solidarios y ayudar a los necesitados. Los ricos, que viven olvidados de los sufrimientos de los pobres, explotando a los débiles y disfrutando de un bienestar egoísta, son unos insensatos, y su vida, si se mantiene en esa actitud, va al fracaso, al sufrimiento. Por ello dijo Jesús: “Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que el que un rico entre en el reino de Dios”. Mr 10,24. La imagen tan gráfica y cómica de este animal tratando de “pasar” por una pequeña puerta es típica del estilo de Jesús. Pero debemos entender que la expresión “ojo de una aguja” se refiere a las pequeñas entradas para peatones que se encuentran en las puertas de algunas ciudades amuralladas. Un camello sin su carga podrí¬a pasar, con gran esfuerzo, a través de esa abertura. Con esto deja claro que un hombre que confí¬a en sus riquezas, en vez de confiar en Dios, solo puede entrar en el reino de Dios, si se quita la carga que representa el apego a las riquezas. Jesús no estaba diciendo que es imposible para un rico salvarse, pues se apresuró a añadir que para el hombre que confí¬a en el Señor “todo es posible.” Mt 19,26. Esta explicación implicarí¬a que Jesús hablaba de las dificultades, no de la imposibilidad, de que los ricos entren al reino de los cielos, puesto que esto sería negar la misericordia de Dios para quienes reconocen su pecado, piden perdón y cambian de conducta llevando su vida, en adelante, sin apegos a los bienes materiales.
Ahora bien, en el momento en el que Jesús utilizó esta frase, quería dejar claro que en el reino de Dios no puede haber ricos viviendo a costa de los pobres, ni poderosos oprimiendo a los débiles. Él quiere ver a todos disfrutando de una vida digna y justa, por eso dijo: “No se puede servir a Dios y al dinero.” No es posible ser esclavo del dinero y vivir acumulando oro y plata para asegurarse el propio bienestar y, al mismo tiempo, pretender entrar en el proyecto humanizador del reino de Dios, que busca, en primer lugar, la importancia de construir una nueva familia humana ahondando en el amor como eje decisivo en esa familia humana, aprendiendo a amar, como amaba Jesús, brindando importancia y practicando la misericordia atendiendo a los necesitados que viven sufriendo para brindarles una vida justa y fraterna. Hay que escoger de qué lado estar, de Dios o del dinero. Esas palabras tuvieron que resultar explosivas. Pero eso no significa que Jesús estuviera alimentando en los pobres un deseo de vengarse de los ricos. Mas, para quienes prefieran mantenerse en esa actitud egoísta, San Lucas muestra, en contraposición a las tres “bienaventuranzas” a favor de los pobres, tres “maldiciones” de Jesús contra los ricos que confían en su dinero. Dice en Lc 6,24-25: “¡Ay de ustedes los ricos, pues ya han tenido su consuelo!” “¡Ay de ustedes los que ahora están satisfechos, pues tendrán hambre!” “¡Ay de ustedes los que ahora ríen, pues tendrán aflicción y llanto!”.
Jesús se limitó a predecir su futuro: Si no cambian, en el reino de Dios no hay sitio para ellos y lo dijo claramente en la parábola del “rico insensato” que se encuentra en Lc 12,16-20, ahí dice:
“Los campos de cierto hombre rico dieron mucho fruto; y pensaba entre sí, diciendo: “¿Qué haré, pues no tengo dónde almacenar mi cosecha?”. Y dijo: “Voy a hacer esto: voy a demoler mis graneros, edificaré otros más grandes, reuniré allí todo mi trigo y mis bienes y diré a mi alma: Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años. Descansa, come, bebe, banquetea”. Pero Dios le dijo: “¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma; las cosas que preparaste, ¿para quién serán?”.
En el texto original cuando habla de “los campos” del relato se utiliza el término jora, que no significa un terreno cualquiera, sino una región. Se llamaba así a las grandes extensiones que iban acumulando los latifundistas que vivían en la ciudad.
El rendimiento de sus campos ha sido tan espectacular que sus graneros se han quedado pequeños para almacenar el grano. Corrientemente los grandes terratenientes poseían silos, graneros y almacenes bien calculados para guardar sus cosechas, pero los arqueólogos han descubierto en Séforis cámaras subterráneas para almacenar trigo y otros productos, que los terratenientes utilizaban para asegurar su bienestar y especular con los precios en tiempos de escasez.
Es probable, que mientras Jesús narraba la historia, los oyentes escucharan atentamente y pensaran que una cosecha tan grande era una bendición de Dios, porque según la tradición de Israel habría comida para todos, como dice Gn 41,35-36, en donde José, como administrador del faraón de Egipto, le había dicho: “Que junten todo el trigo de los buenos años que vienen; que lo pongan en un lugar bajo el control de Su Majestad, y que lo guarden en las ciudades para alimentar a la gente. Así el trigo quedará guardado para el país, para que la gente no muera de hambre durante los siete años de escasez que habrá en Egipto.”
Esos pobres pueden haberse preguntado: ¿Hará algo así ese terrateniente? ¿Pensará en los jornaleros que trabajaban sus tierras? ¿Se compadecerá de los hambrientos?
Pero el rico toma una decisión que es propia de un hombre poderoso, egoísta e indiferente a las necesidades de los demás: no añadirá un granero más a los que ya tiene; los destruirá todos y construirá otros nuevos y más grandes. No lo hace pensando en sus jornaleros ni en los desposeídos que pasan hambre. Aquella cosecha inesperada, verdadera bendición de Dios, la disfrutará solo él, nadie más. En adelante se dedicará a “descansar, comer, beber y banquetear”.
La frase del rico tiene un tono mundano, hedonista, es decir que tiene como meta el placer de los sentidos.
Y los pobres que escuchan a Jesús deben haber pensado: ese hombre es inhumano y cruel: ¿No puede pensar un poco en los que, como nosotros, pasan hambre? ¿No sabe que acaparando para él toda la cosecha está privando a otros de lo que necesitan para vivir? ¿Acaso no tienen ellos derecho a disfrutar de las cosechas con que Dios bendice la tierra de Israel? Jesús hace ver que el rico no es consciente de que los bienes de la tierra son limitados y que, si él acapara la cosecha, muchos pasarán hambre.
Pero interviene Dios. Sus palabras son duras. Aquel rico no disfrutará de sus bienes; morirá esa misma noche durante el sueño. Su actuación es propia de un “necio” que ignora a Dios y se olvida de los demás. Jesús concluye su parábola con una interrogante que plantea Dios y a la que los oyentes deben responder: “todos aquellos productos almacenados por el rico, ¿para quién serán?”. Los desdichados que rodeaban a Jesús no tienen duda alguna. Esas cosechas con las que Dios bendice los campos de Israel, deben ser, en primer lugar, para quienes necesitan pan para no morir.
Esa parábola fue un desafío a todo el sistema. La actuación del rico del relato era la habitual entre los ricos de Séforis o Tiberíades: solo pensaban en sí mismos y en su bienestar. Siempre fue así: los poderosos iban acaparando bienes mientras los desposeídos se hundían en la miseria y esto, según Jesús, es un disparate, un sin sentido que destruye a los más débiles y no da seguridad a los poderosos. Entrar en el reino de Dios pondrá a los ricos mirando hacia los que padecen la miseria y el hambre.
En el evangelio de Mateo se recoge un relato impresionante donde se habla de la ayuda a los necesitados como el criterio que decidirá la suerte final de todos. Es una narración en la que se combina una descripción grandiosa del juicio de “todas las naciones” reunidas ante su rey y una sencilla escena pastoril que se repetía todos los días al atardecer, cuando los pastores recogían sus rebaños. Se le llama la parábola del “juicio final” y nos la traslada Mt 25,31-46. Dice:
«Cuando el Hijo del hombre venga, rodeado de esplendor y de todos sus ángeles, se sentará en su trono glorioso. La gente de todas las naciones se reunirá delante de él, y él separará unos de otros, como el pastor separa las ovejas de las cabras. Pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda. Y dirá el Rey a los que estén a su derecha: ‘Vengan ustedes, los que han sido bendecidos por mi Padre; reciban el reino que está preparado para ustedes desde que Dios hizo el mundo. Pues tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; anduve como forastero, y me dieron alojamiento. Estuve sin ropa, y ustedes me la dieron; estuve enfermo, y me visitaron; estuve en la cárcel, y vinieron a verme.’
Entonces los justos preguntarán: ‘Señor, ¿cuándo te vimos con hambre, y te dimos de comer? ¿O cuándo te vimos con sed, y te dimos de beber? ¿O cuándo te vimos como forastero, y te dimos alojamiento, o sin ropa, y te la dimos? ¿O cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte?’
El Rey les contestará: ‘Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de estos hermanos míos más humildes, por mí mismo lo hicieron.
“Luego el Rey dirá a los que estén a su izquierda: ‘Apártense de mí, los que merecieron la condenación; váyanse al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Pues tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber; anduve como forastero, y no me dieron alojamiento; sin ropa, y no me la dieron; estuve enfermo, y en la cárcel, y no vinieron a visitarme.’
Entonces ellos le preguntarán: ‘Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o como forastero, o falto de ropa, o enfermo, o en la cárcel, y no te ayudamos?’
El Rey les contestará: ‘Les aseguro que todo lo que no hicieron por una de estas personas más humildes, tampoco por mí lo hicieron.’Esos irán al castigo eterno, y los justos a la vida eterna.»
La escena es grandiosa. El Hijo del hombre llega como rey con un cortejo grandioso, “acompañado de todos sus ángeles”, y se sienta en su “trono de gloria”. Ante él comparece la “asamblea de todas las naciones”. Es el momento de la verdad. Allí están gentes de todas las razas y pueblos, de todas las culturas y religiones, generaciones de todos los tiempos. Todos los habitantes del orbe, tanto Israel como los pueblos gentiles van a escuchar el veredicto final.
Esta escena ha sido compuesta probablemente por Mateo valiéndose de la gran visión de Dn 7,9-28. «Seguí mirando hasta que se levantaron unos tronos y un anciano en días se sentó. Su vestido era blanco como nieve, el cabello de su cabeza como lana pura; su trono, llamas de fuego; sus ruedas, fuego llameante. Corría un río de fuego que surgía delante de él. Miles de millares le servían, miríadas y miríadas permanecían ante él. El tribunal se sentó y se abrieron los libros.» Yo seguía mirando, a la voz de las insolencias que profería el cuerno. Seguía mirando hasta que se le dio muerte a la bestia; su cuerpo fue descuartizado y arrojado a las llamas del fuego. Al resto de las bestias les quitaron su dominio, pero se les concedió cierto espacio de vida, hasta un tiempo y una hora.
Seguí mirando en mi visión nocturna y he aquí que con las nubes del cielo venía como un hijo de hombre. Avanzó hasta el anciano venerable y fue llevado ante él. A él se le dio dominio, honor y reino. Y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su dominio es un dominio eterno que no pasará; y su reino no será destruido.
A mí, Daniel, se me turbó mi espíritu a causa de esto, y las visiones de mi cabeza me asustaron. Me acerqué a uno de los que estaban en pie y le pedí la verdad sobre todo aquello. Él me habló y me hizo conocer la interpretación de aquellas cosas. -Esas bestias gigantescas, que son cuatro, son cuatro reyes que surgirán de la tierra. Pero recibirán el reino los santos del Altísimo y poseerán el reino por siempre, por los siglos de los siglos. Entonces quise saber la verdad sobre la cuarta bestia -que era distinta de todas las demás, extraordinariamente terrible, con dientes de hierro y garras de bronce, que devoraba y trituraba, y pisoteaba las sobras con sus pies-, y sobre los diez cuernos que había en su cabeza y el otro que surgía y ante el que caían tres -el cuerno aquel con ojos y una boca que profería insolencias y cuyo aspecto era mayor que el de sus compañeros-. Yo seguía mirando, y aquel cuerno hizo la guerra a los santos y los venció. Hasta que llegó el anciano en días e hizo justicia a los santos del Altísimo, se cumplió el tiempo y los santos tomaron posesión del reino.
Respondió así. -La cuarta bestia es un cuarto reino que habrá en la tierra, y que será distinto de todos los reinos. devorará toda la tierra, la aplastará y la triturará. Los diez cuernos son diez reyes que surgirán de su reino, y otro surgirá después de ellos. Ese será distinto de los anteriores y destronará a tres reyes. Pronunciará palabras contra el Altísimo, someterá a prueba a los santos del Altísimo y pretenderá cambiar los tiempos y la ley. Serán entregados en su mano durante un tiempo, dos tiempos y medio tiempo. Pero se sentará el tribunal y le quitará su dominio, destruyéndolo y aniquilándolo definitivamente.
El reinado, el dominio y la grandeza de los reinos que hay bajo todo el cielo serán entregados al pueblo de los santos del Altísimo. Su reino será un reino eterno, al que todos los soberanos temerán y se someterán. Aquí el final del informe.
A mí, Daniel, mis pensamientos me dejaron turbado y se me mudó el semblante; pero guardé las cosas en mi corazón.»
El rey comenzó por separarlos en dos grupos, como hacían los pastores con su rebaño: las ovejas a un lado, para dejarlas al fresco durante la noche, pues así les va mejor; las cabras a otro lado, para cobijarlas en el interior, porque el frío de la noche no les hace bien. El rey y pastor de todos los pueblos tiene con cada grupo un diálogo esclarecedor. Al primer grupo le invita a acercarse, les dice: “Venid, benditos de mi Padre”: son hombres y mujeres que reciben la bendición de Dios para heredar el reino “preparado para ellos desde la fundación del mundo”. Al segundo grupo los aparta, les dice: “Apartense de mí, malditos”, son los que se quedan sin la bendición de Dios y sin entrar al reino.
Cada grupo se dirige hacia el lugar que ha escogido. Los que han orientado su vida hacia el amor y la misericordia terminan en el reino del amor y la misericordia de Dios. Los que han excluido de su vida a los necesitados se autoexcluyen del reino de Dios.
El criterio para separar a los dos grupos es preciso y claro: unos han reaccionado con compasión ante los necesitados; los otros han vivido indiferentes a su sufrimiento. El rey habla de seis situaciones de necesidades básicas y fundamentales. Son casos reales, situaciones que todos conocen y que se dan en todos los pueblos de todos los tiempos. En todas partes hay hambrientos y sedientos; hay inmigrantes y desnudos; enfermos y encarcelados. No se dicen en el relato grandes palabras. No se habla de justicia y solidaridad, sino de comida, de ropa, de algo de beber, de un techo para resguardarse. No se habla tampoco de “amor”, sino de cosas tan concretas como “dar”, “acoger”, “visitar”, “acudir”. Lo decisivo, lo importante no es un amor teórico, sino la misericordia, la compasión que impulsa a ayudar al necesitado.
La sorpresa se produce cuando el rey asegura: “Cuanto hiciste a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hiciste”. El primer grupo manifiesta su asombro: nunca han visto al rey en estas gentes hambrientas, enfermas o encarceladas; ellos han pensado solo en su sufrimiento, en nada más. La extrañeza es compartida por el segundo grupo: ni se les había pasado por la cabeza que podían estar desatendiendo a su rey. Pero este se reafirma en lo dicho: él está presente en el sufrimiento de esos “hermanos pequeños”. Lo que se les hace a ellos se le está haciendo a él.
Los que son declarados “benditos del Padre” no han actuado por motivos religiosos, sino por compasión, por misericordia. No es su religión ni la adhesión explícita a Jesús lo que los conduce al reino de Dios, sino su ayuda a los necesitados, su solidaridad para con ellos. El camino que conduce a Dios no pasa por la religión, el culto o la confesión de fe, sino por la compasión hacia los “hermanos pequeños” de Jesús, que son sus discípulos, sus seguidores, con los que él se identifica. Es una interpretación que se apoya sobre todo en Mt 10,40-42, en donde se lee: “El que los recibe a ustedes, me recibe a mí; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió. El que recibe a un profeta por ser profeta, recibirá igual premio que el profeta; y el que recibe a un justo por ser justo, recibirá el mismo premio que el justo. Y cualquiera que le da siquiera un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños por ser seguidor mío, les aseguro que tendrá su premio.”
Sin embargo, aquí no se les recompensa por sus buenas obras hacia estos pequeños “por ser seguidores o discípulos”, se les recompensa por haber socorrido al necesitado.
Esta escena del “juicio final” y el mensaje que contiene es, sin ninguna duda, la conclusión que se extrae del mensaje y de toda la actuación de Jesús. Podemos decir sin temor a equivocarnos que la “gran revolución religiosa” llevada a cabo por Jesús es haber abierto otra vía de acceso a Dios distinta de lo sagrado: la ayuda al hermano necesitado que ya se encontraba en el principio del decálogo y menciona Jesús cuando le preguntaron: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento más importante de la ley? Jesús dijo: ‘Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente.’ Este es el más importante y el primero de los mandamientos. El segundo, es parecido a este: ‘Ama a tu prójimo como a ti mismo.” Mt 22,36-39
Si bien la religión es la virtud cuyo primer acto es la adoración, en Stg 1,27 dice: «La religión pura e intachable ante Dios Padre es ésta: ayudar a los huérfanos y a las viudas en sus aflicciones, y no mancharse con la maldad del mundo.» Por lo que podemos decir con certeza que el camino más seguro para alcanzar la salvación; es ayudar a los necesitados, de los cuales, muchos no han conocido a Jesús y a quienes podemos mostrarles, con nuestras obras de misericordia, a Jesús, el camino, la verdad y la vida.
Hagámonos el propósito de vivir como testigos de nuestro Señor y Salvador y presentémoslo a todas las personas con las que tengamos algún contacto. Aúnque no veamos cambios inmediatos, si lo que hacemos, lo hacemos para bendecirlos al aceptar a Jesús en su corazón y disfrutan de una vida nueva, de paz, amor y gozo por lo que hayamos hecho y/o dicho, habremos cumplido con la misión que nuestro Señor nos encomendó. Ojalá y sean muchas las personas que por nosotros conozcan a Jesús y sus enseñanzas y decidan seguirlo y vivir según sus enseñanzas y cumpliendo los mandamientos.
Que así sea.
