CRISTO NUESTRO REDENTOR
Un hecho que nos presentan las Sagradas Escrituras es que hemos sido redimidos Jesucristo. Él pagó por nuestra redención con su muerte, ese fue el precio de nuestra salvación.
Para comprender lo que esto significa, iniciaremos dando a conocer que el término redención viene de la palabra agorazo del antiguo griego que significa comprar. En el Nuevo Testamento la
palabra redención se utiliza para dar a entender el precio que Jesús pagó para librarnos de la esclavitud del pecado y también para librarnos del castigo que merecíamos por haber ofendido a Dios al pecar.
Para dejarlo claro, debo hacer unas anotaciones en relación a la palabra redentor utilizada en el Antiguo Testamento. Los Judíos usaron la palabra gaal, que significa familia o pariente, pero también redentor, de donde procede la palabra goel, que se refiere a pariente-redentor que es aquel
quien, por el parentesco más cercano, tenía el poder, la habilidad, la libertad y la disponibilidad para redimir de la dificultad a su familiar.
Al referirnos a familia, nos debe quedar claro que el hombre no fue creado para vivir solo, como dice Gén 2,18, sino en amor, compañerismo y responsabilidad de pacto, alianza o compromiso, notemos que fuimos creados para vivir no solo en en amor, compañerismo sinto también con
responsabilidad de pacto, alianza o compromiso; por eso en las Sagradas Escrituras siempre encontramos al hombre en familia, en relación de pacto con otros, ya sea una extensión de la familia en las tribus y naciones, o, a partir del Nuevo Testamento, en la Iglesia, que es la nueva familia del pacto de Dios, como leemos en Heb 8,10, en donde, al bendecir el vino en su última cena, el Señor Jesús dice: “La alianza que haré con Israel después de aquellos días, será esta: Pondré mis leyes en su mente y las escribiré en su corazón. Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Y Mateo en su evangelio agrega la explicación que dió Jesús de por qué derramaría su sangre, dice
ahí: “Esto es mi sangre, con la que se confirma la alianza, sangre que es derramada en favor de muchos para perdón de sus pecados.” Mat 26,28
En relación al concepto gaal, “redentor y pariente” Dios mismo puede ser conocido como redentor, liberador, libertador como leemos en Is 54,5; pero sobre todo como Padre, Is 63,16, y Jesús enseña a orar diciendo: “Padre nuestro” y “Abba, Padre” como dice San Pablo en Ro 8,15. Esta palabra del arameo, significa “padre”, y caracterizaba la manera tan personal como Jesús se dirigía a Dios. Dios es el Padre y como tal, provee pero también disciplina por amor. En Pro 3,11- 12, dice: “el Señor corrige a quien él ama, como un padre corrige a su hijo favorito”. Por ello el pacto de Dios de cuidar de nosotros incluye la “misericordia eterna”, pero también “un poco de
ira” pero “Dios nos corrige para nuestro verdadero provecho, para hacernos santos como él.” Hb 12,10b.
De nuestra parte, la condición para mantener la relación Padre-hijo es la obediencia como nos hace saber Jesús cuando dice: “El que recibe mis mandamientos y los obedece, demuestra que de veras me ama. Y mi Padre amará al que me ama, y yo también lo amaré y me mostraré a él.” Jn 14,21.
Dios es nuestro Redentor y nos disciplina “siempre para nuestro bien”; nunca se olvida de nosotros, y siempre nos reconoce y nos redime, y cuando arrepentidos por haberle ofendido, acudimos a Él a pedir su perdón, nos perdona.
Los Judios en el AT, usaron el término “precio de redención” que no se utiliza en el NT, aunque la idea aparece en pasajes que hablan de la muerte de Cristo como aquello que satisface algunos requisitos divinos y necesidades humanas, como en Ro 6,23, en donde San Pablo dice: “El pago que da el pecado es la muerte, pero el don de Dios es vida eterna en unión
con Cristo Jesús, nuestro Señor”.
En Ga 3,13 nos dice también San Pablo “Cristo nos rescató de la maldición de la ley haciéndose maldición por causa nuestra, porque la Escritura dice: «Maldito todo el que muere colgado de un madero»”; Y también en Tit 2,14 dice el apíostol de los gentiles: “Él se entregó a la muerte por nosotros, para rescatarnos de toda maldad y limpiarnos completamente, haciendo de
nosotros el pueblo de su propiedad”, y termina la cita diciendo “empeñados en hacer el bien”. También San Pedro trata el tema en 1Pe 2,24 en donde dice: “Cristo mismo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre la cruz, para que nosotros muramos al pecado, pero agrega dos elementos más, que son de gran importancia. El primero dice: para que nosotros muramos al
pecado y vivamos una vida de rectitud.* Y el Segundo: Cristo fue herido para que ustedes fueran sanados.”-“fue herido para que nosotros fueramos sanados”, confirmando lo que proféticamente dijo Isaías en 53,5 “Fue traspasado a causa de nuestra rebeldía, fue atormentado a causa de
nuestras maldades; el castigo que sufrió nos trajo la paz, por sus heridas alcanzamos la salud”. Esto significa que con su sacrificio nos salvó, y también nos sanó espiritual y físicamente, pero nos corresponde vivir una vida recta, de acuerdo a sus enseñanzas y mandamientos.
Las palabras “precio de redención”, que indicaban la redención por medio de un pago, son raras en nuestros días, pero en la cultura Judía y Griega, del primer siglo fueron claramente entendidas y hoy debemos comprender su significado para entender también lo que Jesús hizo por nosotros.
En la historia de la Iglesia, la palabra “satisfacción”, llegó a ser un término teológico
importante que expresaba algunos de los significados profundos de la obra de Cristo. Hasta la Edad Media, al término se lo relacionaba con arrepentimiento. Tertuliano escribió En el siglo II, que Dios, como Juez, demanda justicia de sus criaturas, lo cual significa que esta demanda solo puede cumplirse mediante arrepentimiento. Por ello, la práctica del arrepentimiento en los siglos siguientes se formalizó con el sacramento de la penitencia o reconciliación o confesión y con obras, con las cuales se pretendía satisfacer a Dios. Esto sigue siendo válido hoy, pero implica un cambiode vida, una conversión, dejar atrás la vida de pecado para volverse a Dios y vivir de acuerdo a su voluntad.
El evangelio nos muestra que Jesucristo no solamente nos redimió pagando con su vida al entregarse a la muerte en la cruz, sino que va a un paso más allá; nos libró de la esclavitud y nos hizo libres permanentemente, es decir, que nunca regresaremos a ese cautiverio porque como personas redimidas, hemos sido comprados a precio de su sangre y con ello pasamos a ser suyos.
Por ello obtuvimos el perdón de nuestras transgresiones, “según las riquezas de su gracia, Pues Dios ha hecho desbordar sobre nosotros las riquezas de su generosidad, dándonos toda sabiduría y entendimiento” como dice San Pablo en Ef 1,7-8; y dice en Tit 2,14: “Él se entregó a la muerte por nosotros, para rescatarnos de toda maldad y limpiarnos completamente, haciendo de nosotros el pueblo de su propiedad, empeñados en hacer el bien”. Aquí se manifiesta nuevamente que la obra de redención realizada por nosotros conlleva nuestro empeño de hacer el bien, de seguir sus mandamientos. Y por lo que nos dice San Pedro en 1Pe 1,18-19: “Dios los ha rescatado a ustedes de la vida sin sentido que heredaron de sus antepasados; y ustedes saben muy bien que el costo de este rescate no se pagó con cosas corruptibles, como el oro o la plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, que fue ofrecido en sacrificio como un cordero sin defecto ni mancha.”Al saber esto, como forma de agradecimiento nos empeñaremos en hacer el bien.
Y dice en Mt 20,28: “Jesucristo, el Hijo del hombre no vino para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por una multitud
De muchas formas se nos muestra que Jesucristo pagó un precio muy alto por liberarnos, pagó con su vida, con su sangre, por lo que es de necios volver al pecado del que ya fuimos liberados, como dice San Pedro en 2Pe 2,20-22 “Los que han conocido a nuestro Señor y Salvador
Jesucristo, y han escapado así de las impurezas del mundo, si se dejan enredar otra vez en esas cosas y son dominados por ellas, quedan peor que antes.
Hubiera sido mejor para ellos no haber conocido el camino recto que, después de haberlo conocido, apartarse del santo mandamiento que les fue dado. En ellos se ha cumplido la verdad de aquel dicho: “El perro vuelve a su vómito”, y también lo de “La puerca recién bañada vuelve a revolcarse en el lodo.”
San Anselmo de Canterbury nos da una explicación de por qué nuestros pecados fueron perdonados por el sacrificio de nuestro Señor y Salvador cuando dijo que la muerte de Cristo fue una satisfacción entregada a la justicia y honor de Dios; y esa primera declaración de ideas de la
expiación la resumimos así:
“El pecado viola el honor divino, y merece castigo infinito puesto que Dios es infinito. El pecado es culpa o deuda, y bajo el gobierno de Dios debe pagarse esta deuda. Esta necesidad se basa en las infinitas perfecciones de Dios… por lo que El hombre no puede pagar esta deuda, pues no solo es finito, sino que está mortalmente en bancarrota debido al pecado. Y puesto que era imposible que el hombre, un ser tan inferior a Dios, ofreciera satisfacción adecuada, el Hijo de Dios se hizo hombre para pagar la deuda por nosotros.
Siendo divino, pudo pagar la deuda infinita; y siendo humano y sin pecado, pudo representar apropiadamente al hombre. Pero, puesto que no había cometido pecado, no estaba obligado a morir, y al no tener ninguna deuda en su cuenta recibió el perdón de nuestros pecados como recompensa por su mérito”
La Pasión, iniciativa de Dios
La Pasión y Muerte de Cristo en la Cruz son los momentos culminantes de la historia de la salvación, historia que Dios dirige, por lo que podemos estar seguros de que todo cuanto sucede busca nuestro bien, y en su Voluntad se encuentra la causa suprema de los hechos que sucedieron. Y podemos decir con toda certeza, que la redención por medio de la pasión y muerte de
Jesucristo, manifiesta la misericordia de Dios que toma la iniciativa de la redención, y es también un medio para entender adecuadamente la justicia divina. Este modo de presentar la Pasión resalta, que misericordia y justicia están especialmente unidas en la Redención. Significa que se debió
realizar por justicia, lo que por ley Dios había establecido: “el que peca, debe morir” pero al mismo tiempo, se llevó a cabo mostrando el gran amor de Dios, por medio de la entrega a la muerte de su Hijo Jesucristo.
Visto así, se explica con mayor claridad y exactitud la obediencia de Nuestro Salvador, pues se requiere que el propósito de la obediencia, sea antes, propósito de Dios que es quien ordenó ese sacrificio. Y Cristo obedeció libremente cuando comprendió las ventajas que se obtendrían, aún
cuando era algo difícil de hacer y su naturaleza humana lo rechazaba.
Por eso Cristo, como hombre, pone en juego libremente, en la expiación por el pecado, toda la capacidad que le brinda su naturaleza humana, ofreciendo al Padre, con su sacrificio, una satisfacción no sólo suficiente, sino sobreabundante, con el que destaca también, la misericordia de Cristo, que buscando en todo momento el bien de los hombres manifiesta de modo
magnífico la misericordia de Dios.
Cristo nos redimió voluntaria y libremente, en espíritu de obediencia y de amor a la Voluntad divina para obtenernos la Salvación.
Santo Tomás en la Suma Teológica sobre LA CARIDAD DE CRISTO EN LA PASIÓN escribió:
“Cristo, verdadero hombre, en razón de su humanidad estaba sometido al Padre, podía y debía obedecerle y obedeció hasta la muerte. Podía y debía amarle como hombre, y le amó con un amor que brotaba en su corazón de una caridad infinita.
Nadie como Él se entregó al cumplimiento de la voluntad del Padre, con una tan rendida entrega voluntaria, que provenía del amor.
Durante toda su vida terrena mostró su amor al Padre santificando todas las circunstancias que rodearon su caminar por la tierra. Al hacerlo, por la perfección de sus obras y por su infinito amor y obediencia, con verdadero mérito satisface los pecados de la humanidad y reconcilia a los hombres con Dios.
Cristo desea reparar, satisfacer y borrar con su obediencia la desobediencia de los hombres, que son los miembros de su Cuerpo.
Así el amor de Cristo al Padre se expresa en satisfacción, reparación y sacrificio. Le mueve a ello el saberse hombre y cabeza del género humano; le mueve el amor a Dios y el amor a quienes son sus miembros y toma sobre sí, amorosamente, las consecuencias que siguen a la predicación clara del Reino de Dios.
Tomás de Aquino repite una y otra vez, que la Pasión y muerte de Cruz de Jesús fueron actos de caridad y obediencia en los que Cristo padecía voluntariamente. Y advierte que la Sagrada Escritura atribuye la entrega de Cristo tanto a Él mismo como a Dios Padre como dice San Pablo
en Ro 8, 32: «A su propio Hijo no perdonó, sino que le entregó por nosotros».
En el pasaje de Jn 14, 31: «Para que el mundo conozca que amo al Padre» comenta Santo Tomás, que fueron dos cosas las que movieron a Cristo a sufrir: el amor a Dios Padre y el amor al prójimo. Ese amor al Padre se manifiesta en la obediencia. El Padre le impulsaba a recibir la muerte, mandato que fue dado a Cristo, no como Dios, sino como Hombre; «al Hijo del Hombre, le inspiró en su alma, que era necesario para la salvación humana que muriera como hombre». Por eso Cristo murió libremente, no a la fuerza: sino por amor y obediencia.
Estos sentimientos los había inspirado en su alma el mismo Dios y su amor fué mayor que la malicia de los que le crucificaban. Por eso su Pasión agradó a Dios y logró nuestra redención.
El amor de Cristo provenía de su plenitud de gracia, es decir del modo con que, Él como Dios, escoge hacer partícipe de su esencia íntima al hombre. Por ello San Juan dice en Jn 13, 1: «Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin». Al decir que los amó hasta el fin, manifiesta el perfecto fervor del amor de Cristo.
Según la doctrina de Santo Tomás de Aquino, el amor comporta generalmente tres actos:
1° salir de sí mismo para volverse hacia la persona a la que se quiere hacer el bien;
2° unirse a ella, por una unión de ideas, de sentimientos, de voluntad; y
3° darse, sacrificarse si es necesario, para hacerla mejor y ayudarle a cumplir su destino.
Y así amó Cristo a los hombres y la mayor prueba de amor fue dar su vida; y «Nadie tiene amor mayor que aquel que da la vida por sus amigos» Jn 15, 13. En la lectura de este texto, Santo Tomás se pregunta si no es mayor amor aún dar la vida por los enemigos de Dios, por los pecadores, como dice Ro 5, 8: «manifestó Dios su amor a los hombres en que cuando éramos pecadores, Dios murió por nosotros», y contesta que entre estos dos textos no hay contradicción porque Cristo no murió por nosotros “pecadores”, para que
siguiéramos siendo pecadores, sino para que llegáramos a ser sus amigos, sus “amados”.
Cristo amó a los hombres saliendo de sí mismo, de su divinidad, a través de la Encarnación, y se nos unió haciéndose uno de nosotros, con nuestra naturaleza; y entonces, se sacrificó hasta dar su vida para salvarnos cumpliendo la misión que le había dado el Padre.
Sin embargo, no es fácil conocer el amor de Cristo. Siguiendo a San Pablo, en Ef 3, 19 donde leemos: «el amor de Cristo, excede, supera todo conocimiento», Santo Tomás, reconoce que este amor no se puede llegar a conocer totalmente y dice «El alma de Cristo poseía un amor
perfectísimo, que excede la capacidad de nuestro conocimiento».
El amor fue la razón de todo lo que Cristo sufrió, y como dice Tomás de Aquino «Dos cosas movían a Cristo a soportar la muerte: el amor a Dios y el amor al prójimo, a nosotros.»
El amor orienta todos los actos de Cristo, en especial la obediencia; pues manifiestó amor haciendo la voluntad del Padre a quien ama. Y precisamente porque la Pasión es un acto de amor por parte de Cristo, es también, un acto de obediencia.
En este sentido, el pensamiento de Tomás de Aquino coincide con este texto de San Anselmo: «Dios no obligó a morir a Cristo, en el cual no hubo pecado; sino que él mismo asumió la muerte no abandonando la vida por obediencia sino por la obediencia de observar la justicia divina,» es decir por fidelidad a los propósitos y decretos de Dios, que había establecido
que la paga del pecado es muerte. Y Jesús permaneció obediente con fortaleza, de tal manera que por ello le dieron muerte. De este modo y según el mandato que le dio el Padre, actuó así, y el cáliz que le dio lo bebió y se hizo obediente al Padre hasta la muerte y de este modo aprendió la
obediencia a partir de lo que padeció.
Jesús logró para nosotros una redención efectiva y permanente pues Dios nos compró, a precio de la preciosa sangre de su amado Hijo, y nosotros, al aceptar su sacrificio reconocemos que somos suyos, porque él nos sacó de la celda en donde el pecado nos tenía esclavizados y nos hizo verdaderamente libres.
Podemos aceptar su sacrificio y ser verdaderamente libres, o no aceptarlo y continuar esclavizados por el pecado.
Debemos comprender lo que su sacrificio significa para cada uno de nosotros para que entonces, libre y conscientemente aceptemos que hemos sido redimidos por amor y al aceptar su sacrificio, amar y servir al que nos redimió. Al aceptar no solo por fe, sino por la razón, el mejor regalo que podemos recibir, viviremos agradecidos y le corresponderemos siguiendo sus enseñanzas, normas y mandamientos, pero más que eso, con gozo por la nueva vida, le adoraremos y bendeciremos su nombre porque no solamente nos rescató, sino que, como dice Jn 1,12 “A quienes lo recibimos en nuestro corazón y creimos en él, nos concedió el privilegio de hacernos
hijos de Dios.”
