Skip links

CONSEJOS PARA TU VIDA ESPIRITUAL

CONSEJOS PARA TU VIDA ESPIRITUAL

Con información tomada del libro Imitación De Cristo De Tomas A Kempis y del Catecismo de la Iglesia Católica

Del capítulo 1 DE LA IMITACIÓN DE CRISTO Y DESPRECIO DE LAS VANIDADES DEL MUNDO
El Beato Tomás de Kempis, nacido en Alemania el año 1380 y ordenado sacerdote en 1414, dedicado por completo a dar dirección espiritual, a leer libros piadosos y a consolar almas atribuladas y desconsoladas, se dió cuenta de que el primer paso que hay que dar para obtener que la Iglesia se vuelva más santa, es esforzarse uno mismo por volverse mejor y esto significa, buscar la propia santificación, y que, si cada uno se reforma a sí mismo, toda la Iglesia se va reformando poco a poco. En sus ratos libres, Tomás de Kempis fue escribiendo un libro que lo iba a hacer célebre en todo el mundo: La Imitación de Cristo. No lo escribió todo de una vez, sino poco a poco, durante muchos años, a medida que su espíritu se iba volviendo más sabio y su santidad y su experiencia iban aumentando. Ese libro, con la Biblia y el Catecismo son los que servirán de base para los temas que inician hoy y que espero ayuden a todos los oyentes a alcanzar la meta de santificación a la que todos hemos sido llamados.
En Jn 8, 12, dice el Señor: “Quien me sigue no andará en tinieblas.” Con estas palabras, Jesús nos exhorta a imitar su vida y a seguir sus enseñanzas, si queremos verdaderamente ser instruídos y libres de la ceguera del corazón. Para ello debemos empeñarnos en conocer y meditar en la vida de Jesucristo, a quien nos presenta la Biblia, con imágenes que nos lo van descubriendo poco a poco hasta llegar a su venida al mundo por medio de la Santísima Virgen María, que aceptó ser la madre del Hijo de Dios, para que se cumpliera la promesa de Dios Padre y el plan de salvación para la humanidad.
Las enseñanzas de Cristo, su doctrina, que se encuentra en el Nuevo Testamento, es mucho mayor a la de todos los Santos; y quien tenga el deseo de conocerla, hallará escondido en ella, como el maná que Dios brindó a su pueblo en el desierto, un precioso alimento para el espíritu. Sin embargo, sucede que muchos, aunque a menudo oigan el Evangelio, se interesan poco de él, porque no tienen el deseo de saber de Cristo. Les interesan más las cosas del mundo y los placeres de la carne.
Si quieres entender plenamente y saborear las palabras de Cristo, debes hacer todo lo que corresponda para que tu vida se ajuste a Él, porque ¿Qué provecho sacarás de cuestionar las cosas de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, si no tienes la humildad para conocer y aceptar cómo desagradas a Dios? Porque debemos aceptar, que somos fáciles para hacer señalamientos, incluso a Dios, por las situaciones duras o que nos desagradan, que nos toca enfrentar, pero no aceptamos o nos cuesta aceptar que ofendemos, que cometemos errores por no seguir las enseñanzas, las normas y los mandamientos de Dios. Y nadie puede decir que no sabe, porque siempre ha estado esa información a nuestro alcance, en la Biblia; pero nos corresponde a cada uno a enterarnos de lo que Dios espera de nosotros, y también de lo que Él tiene y desea darnos.
Pero por dejadez o por pereza no buscamos la forma de saber de qué manera podemos vivir agradando a nuestro creador y cómo podemos alcanzar la santidad, pero sí nos enfocamos en aprender de otras muchas cosas puramente mundanas, materiales. Medita en lo siguiente: por muchos conocimientos que tengas, por muchas palabras elevadas que conozcas y utilices, no por ello serás justo ni santo; pues solo la vida virtuosa hace al hombre agradable a Dios. Pues quien quiere permanecer fiel a las promesas de su bautismo, aun cuando las hayan hecho sus padres y padrinos en su nombre, y quiera resistir las tentaciones, debe poner los medios para ello, como son: el conocimiento de sí mismo, así como las prácticas y hábitos a seguir para conseguir la perfección moral y espiritual, la obediencia a los mandamientos divinos y la práctica de las virtudes, de las cuales, la caridad es la que las integra a todas.
Las virtudes se definen como “actitudes firmes, disposiciones estables y perfecciones habituales del entendimiento y de la voluntad que regulan nuestros actos, ordenan nuestras pasiones y guían nuestra conducta según la razón y la fe.” Y el resultado de vivir de acuerdo a ellas es que proporcionan facilidad, dominio y gozo para llevar una vida moralmente buena. El hombre virtuoso es pues, el que practica libremente el bien.
Como notamos, las virtudes son acciones que a cada uno de nosotros corresponde realizar y que, si bien requieren de poner en acción nuestra fe, también entra en juego nuestra razón, la cual nos hará ver la diferencia entre lo bueno y lo malo.
Las virtudes nos hacen obrar según el bien que pretendemos realizar. Y aun cuando a nosotros nos corresponde decidir como nos comportamos, no estaremos solos en el proceso, pues Dios nos prove de las gracias especiales, los llamados «dones” o “carismas», mediante los cuales, como seguidores de Cristo y miembros de la Iglesia, quedamos «preparados y dispuestos a asumir diversas tareas, ministerios o apostolados que contribuyen a renovar y construir más y más la Iglesia.» Recordemos que esa es la orden última de Jesús antes de ascender al cielo, como narra Mt 28,19-20: “Vayan, pues, a las gentes de todas las naciones, y háganlas mis discípulos; bautícenlas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes. Por mi parte, yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo.” Esta es palabra del Señor Jesús.
Hay cuatro virtudes que desempeñan un papel fundamental y se las llama «cardinales»; estas son la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza; todas las demás se agrupan en torno a ellas.
Y quienes han practicado heroicamente las virtudes y han vivido en la fidelidad a la gracia de Dios, la Iglesia reconoce el poder del Espíritu de santidad, que está en ellos, y los llama santos, y nos los propone como modelos e intercesores que alimentan nuestra esperanza como seguidores de Cristo. Nosotros como tales, con nuestro testimonio y nuestra forma de vida basada en las virtudes, debemos sanear las estructuras y las condiciones del mundo, de tal forma que, si algunas de las costumbres de nuestra Sociedad incitan al pecado, nosotros influyamos de tal manera que esas costumbres cambien para que cada vez más personas vivan según las normas de justicia establecidas por Dios y las favorezcamos, en vez de impedir la práctica de esas virtudes.
Pero debemos recordar que nuestra labor inicia en nuestro hogar, al sembrar en los corazones de nuestros hijos la forma de vida según las enseñanzas de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Por ello la casa familiar es llamada justamente «Iglesia doméstica», “comunidad de gracia y de oración”, “escuela de virtudes humanas y de caridad cristiana”. Es pues en el seno de la familia en donde se enseñan las virtudes que hacen captar la belleza y el atractivo de las prácticas para el bien.
Dios quiere que cada uno reciba de otro aquello que necesita, y que quienes disponen de «talentos» particulares comuniquen sus beneficios a los que los necesiten. Las diferencias alientan y con frecuencia obligan a las personas a la generosidad, a la compasión y a la comunicación.

Las virtudes se derivan de la fe en Cristo que anima la caridad, el principal don del Espíritu Santo pues, es el don de la salvación por Cristo es el que nos otorga la gracia necesaria para perseverar en la búsqueda de las virtudes. Pero debemos saber también, que Dios no da las virtudes por igual a cada uno. Distribuye esto a uno aquello a otro. A uno la caridad, a otro la justicia, a éste la humildad, a aquél una fe viva.
En cuanto a los bienes temporales las cosas necesarias para la vida humana también las ha distribuido con desigualdad, y no ha querido que cada uno posea todo lo que le es necesario para que los hombres tengan así ocasión de practicar la caridad con otros. Ha querido que unos necesiten de otros y que sean sus servidores para la distribución de las gracias que han recibido de Él.
San Pablo en Ro 12,9-13 nos enseña cómo debemos vivir los seguidores de Cristo cuando dice:
«Ámense sinceramente unos a otros. Aborrezcan lo malo y apéguense a lo bueno. Ámense como hermanos los unos a los otros, dándose preferencia y respetándose mutuamente. Esfuércense, no sean perezosos y sirvan al Señor con corazón ferviente. Vivan alegres por la esperanza que tienen; soporten con valor los sufrimientos; no dejen nunca de orar. Hagan suyas las necesidades del pueblo santo; reciban bien a quienes los visitan.»
Las virtudes humanas son pues, adquiridas mediante la educación, actos deliberados, y perseverancia, renovada en el esfuerzo, pero son purificadas y elevadas por la gracia divina, pues es con la ayuda de Dios, por medio de la acción del Espíritu Santo, que forjan nuestro carácter y nos capacitan en la práctica del bien. Algo más que es importante tener en cuenta: el hombre es feliz al practicar las virtudes.
Ahora bien, es necesario que meditemos en lo siguiente: ¿de qué te serviría saber toda La Biblia al pie de la letra, si no manifiestas amor y sirves a Dios y al prójimo? Eso sería vanidad de vanidades, como dice el Eclo 1, 2.
Vanidad es, buscar riquezas perecederas y confiar en ellas. También es vanidad desear honras y ensalzarse a sí mismo. Vanidad es seguir el apetito de la carne y desear aquello por lo que después serás castigado. Vanidad es desear larga vida y no cuidar de ella. Vanidad es mirar solamente la vida presente y no prever lo que pueda llegarte en el futuro. Vanidad es amar lo que pronto se pasa y no buscar con esmero el gozo verdadero, el gozo que perdura.
Eclo 1,8 nos dice que: “¡Nadie se cansa de ver! Y ¡Nadie se cansa de oír!” Procura, pues, desviar tu corazón de lo material y enfocarlo a lo espiritual, porque los que siguen su carne, manchan su conciencia y pierden la gracia de Dios.
Todos los hombres, naturalmente, desean saber, pero ¿de qué vale la ciencia, sin el temor de Dios? Entiéndase en este contexto que “temor” no se refiere a tenerle miedo a Dios, sino a temer ofenderlo. Entonces, gran sabiduría es despreciar las cosas mundanas para dirigirnos al reino celestial. Mejor ser el sencillo hombre que sirve a Dios, que el soberbio filósofo que, sin llegar a conocerse a sí mismo, medita el curso del cielo y se dedica a razonamientos profundos y oscuros. El que se conoce bien, se considera indigno, y no se deleita en alabanzas humanas. Si supiéramos cuanta necesidad hay en el mundo y no actuáramos con caridad, ¿De qué me serviría delante de Dios, que me juzgará según mis obras?
Por ello, no tengas demasiado deseo de saber, porque es gran estorbo que puede llegar a engañar tu alma. A los eruditos, los muy cultos e instruidos, les gusta ser vistos y tenidos como tales, pero debemos tener en cuenta que muchas cosas hay que, saberlas, poco o nada son de provecho al alma; y muy tonto es el que muchas cosas entiende, pero no las que llevan a la salvación eterna.
Las muchas palabras no alimentan el alma; pero la vida buena le da ayuda y consuelo, y la conciencia limpia, pura, produce confianza en Dios. Por tanto, debemos estar conscientes que, cuanto más y mejor entendemos, tanto más severamente seremos juzgados si no vivimos santamente. Por eso no te ensalces por alguna de las artes o ciencias; al contrario, teme del conocimiento que has obtenido de ellas, porque si te parece que sabes mucho y entiendes muy bien, ten por seguro que es mucho más lo que ignoras. Mejor obedece lo que la Sagrada Escritura dice: “Confía de todo corazón en el Señor y no en tu propia inteligencia.” Pro 3,5
EI verdadero conocimiento de sí mismo es una gran lección. Gran sabiduría y perfección es sentir siempre “bien y grandes cosas de los demás”, y tenerse a sí mismo como poca cosa. Si ves a alguno pecar públicamente o cometer culpas graves, no te debes juzgar por mejor, porque no sabes cuánto podrás perseverar en el bien, además nuestra apreciación y nuestro sentimiento conocen poco y a menudo nos engañan; mejor ora y ruega por quien ha caído para que pronto acuda a pedir perdón y corrija su mala conducta.
Y en cuanto a nuestro afán de conocer muchas cosas, ¿Qué provecho sacamos de la curiosidad de saber las oscuras y ocultas?, pues al no saberlas no seremos reprendidos en el día del juicio. Es una locura que, dejemos las cosas útiles y necesarias para nuestra salvación eterna y nos dediquemos, con gusto, a tratar de entender las que nos hacen daño.
Busquemos pues la dirección de Dios que se encuentra en la Biblia, y dediquemos un tiempo cada día para leerla, estudiarla y meditarla para vivir de acuerdo a sus enseñanzas.
Oremos: ¡Oh Dios, que eres la Verdad! Haznos permanecer unidos a ti, pues en Ti está todo lo que quiero, deseo y necesito. Háblanos Señor, condúcenos por tu senda de justicia, de amor y de paz, para que con nuestra forma de vivir te honremos y te mostremos a los demás. Amén.

X