CONOCIENDO A JESÚS 1
CONOCIENDO A JESÚS 1
No podemos amar a quien no conocemos y no podemos por lo tanto obedecerlo y seguir sus enseñanzas, por lo que vamos a presentar una serie de programas con la información recabada por muchos historiadores y estudiosos de la vida de Jesús. Esta serie que comienza hoy, está realizada básicamente con información de 2 libros de José Antonio Pagola: “JESUCRISTO CATEQUESIS CRISTOLÓGICAS” y “JESÚS APROXIMACIÓN HISTÓRICA” (Éste último resultado de su investigación en más de 400 libros sobre la vida de Jesús, y varios temas de interés relacionados con Él, como son los evangelios apócrifos, historia del cristianismo, costumbres de la época de Cristo, historia de las instituciones de la época de Jesús y otros muchos), del libro “JESUCRISTO Y LA IGLESIA” editado por el OPUSDEI con texto elaborado por un equipo de profesores de Teología de la Universidad de Navarra, y desde luego de la BIBLIA que es la base de todo el contenido.
Para los cristianos, Jesucristo es la verdad última de la vida, el criterio supremo de nuestra forma de actuar, de vivir; y la última esperanza de salvación eterna y liberación definitiva de las cadenas de pecado. Esto significa que la fe cristiana no consiste en aceptar un conjunto de verdades teóricas, consiste en aceptar a Cristo como Salvador y reconocerlo como Señor, y descubrir en Él la verdad desde la que podemos iluminar nuestra vida para salir de las tinieblas a las que el pecado nos ha sumergido, y es, además, la verdad que da sentido a la búsqueda de la liberación que mueve a la humanidad.
Los cristianos somos, por tanto, seres humanos que, en medio de las diferentes ideologías e interpretaciones de la vida, hemos encontrado en Jesucristo el sentido último de la vida.
Nuestra fe no consiste tampoco en observar unas leyes y prescripciones morales procedentes de la tradición judía, como son los diez mandamientos, ya que nuestra salvación la obtenemos por la fe en Jesucristo no por la observancia de la ley, de la cual, como dijo San Pablo en Col 2,20: “Ustedes han muerto con Cristo y ya no están sujetos a los poderes que dominan este mundo.”
Esto no significa que dejemos de lado los Mandamientos que Dios nos dió por medio de Moisés, pues como dice el canon primero del Concilio de Trento: “Es posible al hombre justificado por medio de la Gracia Divina adquirida por medio de Jesucristo, vivir los mandamientos”. Esto significa que primero debemos creer en Jesucristo como el Hijo de Dios enviado para perdonar nuestros pecados y salvarnos del castigo que por ello merecíamos, por lo que debemos acreptarlo como nuestro Salvador y reconocerlo como nuestro Señor a quien hemos obedecer, sabiendo que todo cuanto nos pide es para nuestro bien. Al hacerlo Él nos dará la Gracia y nos justificará, es decir nos perdonará los pecados y podremos vivir según las normas divinas para alcanzar la salvación eterna.
Y si tenemos alguna dificultad, alguna objeción, por ejemplo pensar que antes de aceptarlo debemos comprobar que Jesús es Hijo de Dios, debemos dejar de lado ese pensamiento, que más que ayudarnos a conocerlo, nos aleja de Él. Dios dice en Pr 8,17 “Amo a los que me aman, Y los que me buscan con diligencia me hallarán” por lo que, si deseas conocer a Jesús y llegar a tener una relación con Él, búscalo con verdadero interés, con el corazón y Él se dejará encontrar.
Desde luego que la búsqueda debe ser en donde podamos encontrarlo, como sería la oración sincera que brota del corazón, la cual no trata de solamente expresar los desos o necesidades, en ella debemos reconocer su grandeza y divinidad, por lo que también debemos guardar silencio para escuchar lo que Él tenga que decirnos, también lo encontraremos en las Sagradas Escrituras, por lo que no se trata solamente de leer, sino en estudiarlas y meditarlas en oración para comprender lo que nos dice más allá de la sola letra. Y desde luego nuestra forma de vida también influye, pues no podremos llegar a tener una relación con Dios si vamos por el camino equivocado, es decir si actuamos en contra de su voluntad, vamos pecando. Aunque si hemos pecado, podemos limpiar nuestro espíritu de la carga que eso genera en nuestra vida al acudir al Sacramento de la Confesion o Reconciliación con humildad y verdad.
Jesús mismo se nos da a conocer en el corazón cuando lo abrimos a Él y aceptamos que nos muestre el camino por el que debemos ir por la vida para disfrutarla plenamente. como prometió, según leemos en Jn 10,10b en donde Jesús dice: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia.” Pero no debemos conformarnos con pensar que esa vida plena que menciona es en nuestra vida terrena, va más allá, pues se refiere a la vida eterna en presencia de nuestro Padre celestial.
La fe Cristiana consiste en aceptar a Cristo como modelo de vida, modelo con el que Podemos descubrir cual es la verdadera tarea que debemos realizar los seres humanos. Cristiano es pues, la persona que frente a diversas actitudes y estilos de vivir y comportarse, acude a Cristo como modelo de actuación ante Dios Padre, pero también ante los demás.
La fe Cristiana no es tampoco poner nuestra esperanza en las promesas de Dios. Es apoyar nuestro futuro en Jesucristo nuestro Salvador, que murió por nosotros, pero que fué resucitado por Dios Padre y es el único del que podemos esperar la solución definitiva de nuestra vida. El Cristiano es, por tanto, una persona que, en medio de los fracasos y dificultades de la vida y frente a diferentes promesas de salvación, espera de Cristo resucitado, la salvación definitiva, es decir, la salvación eterna. Esto no significa que al entregarle todo a Dios nos quedemos de brazos cruzados, en próximos capítulos conoceremos que también nos enseña, que debemos hacer lo que nos corresponde para alcanzar la meta, y que contamos con su promesa, que estará con nosotros en todo el camino, como ha prometido, según dice en Mt 28,20, Ahí dice Jesús: “¡Recuerden! Yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo.»
Por eso, en cualquier época, como creyentes que deseamos vivir fielmente nuestra fe Cristiana, debemos conocer a Jesús y para ello respondernos a la pregunta: ¿Quién fué Jesús de Nazaret?
Pero, más profunda deberá ser nuestra respuesta a estas otras preguntas: ¿Quién es Jesús para mi? y ¿Qué puedo esperar de Jesús?
Si verdaderamente deseas encontrar respuesta a estas preguntas, en éste y los siguientes programas trataremos de proporcionar información que te ayude.
De Jesús de Nazaret tenemos más y mejor información que de la mayoría de los personajes de su tiempo. Disponemos de todo lo que los testigos de su vida y de su muerte nos han transmitido, tradiciones orales y escritas, entre las que destacan los cuatro evangelios, que han sido transmitidos en la realidad de la comunidad de fe viva que él estableció y que continúa hasta hoy. Esta comunidad es la Iglesia, compuesta por millones de seguidores de Jesús a lo largo de la historia, que le han conocido por los datos que trasmitieron los primeros discípulos.
También disponemos de los evangelios apócrifos, que son los escritos surgidos en los primeros siglos del cristianismo en torno a la figura de Jesús que las Iglesias cristianas de los primeros siglos no reconocieron como parte de la Sagrada Escritura, pero que presentan nombres o características que los hacen aparecer como si fueran libros canónicos. Estos libros no fueron incluidos ni aceptados en el canon de la Biblia por considerar que no fueron inspirados por el Espíritu Santo. Y aunque hay otras referencias extrabíblicas, éstas no aportan nada a la información que nos ofrecen los evangelios canónicos tal como han sido trasmitidos por la Iglesia.
Hasta la Ilustración, el movimiento filosófico, literario y científico que se desarrolló en Europa y sus colonias a lo largo del siglo XVIII; creyentes y no creyentes estaban persuadidos de que lo que podíamos conocer sobre Jesús se encontraba en los evangelios. Pero algunos historiadores del siglo XIX cuestionaron su contenido, por ser relatos escritos desde la fe. Para éstos, los relatos evangélicos eran poco creíbles porque no contenían lo que Jesús hizo y dijo, sino lo que creían los seguidores de Jesús unos años después de su muerte. Como consecuencia, durante las décadas siguientes y hasta mediados del siglo XX se cuestionó la veracidad de los evangelios y se llegó a afirmar que de Jesús no podemos saber casi nada.
Pero hoy, con el desarrollo de la ciencia histórica, los avances arqueológicos y nuestro mayor y mejor conocimiento de las fuentes antiguas, se puede afirmar con palabras de un conocido especialista del mundo judío del siglo I d.C. que “podemos saber mucho de Jesús”, y con la serie de temas que hoy iniciamos, trataremos de mostrar información que nos ayudará a conocerlo.
Jesús fue no sólo judío, sino el más hondo y leal de los judíos del siglo I d.C.
Después de Jesús, Pablo, llamado el «Apóstol de los gentiles» fue un evangelizador y fundador de comunidades cristianas en varios de los más importantes centros urbanos del Imperio romano tales como Corinto, Antioquía, Éfeso y Roma, y redactor de algunos de los primeros escritos canónicos cristianos, incluyendo el que es el más antiguo conocido, la primera epístola a los tesalonicenses y constituye una personalidad de primer orden del cristianismo primitivo y una de las figuras más influyentes en toda la historia del cristianismo. No sólo fue judío, sino misionero del judaísmo en su vertiente mesiánica. De la lealtad judía de Jesús y de la radicalidad judía de Pablo, nació el cristianismo, una nueva religión que no puede olvidar ni negar su origen judío.
Así como Jesús sanaba a los enfermos, también perdonaba a los pecadores sin exigirles penitencia, ni pedir que se convirtieran y cambiaran, ni siquiera después de haber sido perdonados. Los sacerdotes de Jerusalén no podían perdonar algunos pecados, pero él supera esa ley y ofrece un perdón gratuito a los pecadores, sin necesidad de que realicen sacrificios, sin esperar a que se conviertan. Él acogió y perdonó a los pecadores gratuitamente en nombre de Dios mostrando misericordia a todos los que acudían a Él con las consecuencias personales y sociales que ello implicaba, pues esa conducta generó una división en el judaísmo de su tiempo que lo llevó a ser condenado por las normas establecidas por las autoridades judías aliadas a los romanos y consecuentemente fuera ajusticiado como perturbador social por el gobernador imperial.
Jesús no fue un predicador de penitencia, que buscaba el arrepentimiento de los pecadores, como Juan Bautista, ni un reformador social, ni un maestro legal, sino un recreador religioso del judaísmo, que acogió y perdonó a los pecadores en nombre de Dios, sin imponerles una ley más que la del amor y la recomendación de que no pecaran más, como leemos en Jn 5, donde se narra la sanación del paralítico de Betzatá, a quien, como leemos en el verso 15: “Después de haberlo sanado, Jesús lo encontró en el templo, y le dijo: Ahora que ya estás sano, no vuelvas a pecar, para que no te pase algo peor.” Y en Jn 8, que narra la defensa que Jesús hace de la adúltera que iba a ser apedreada, a la que, cuando se alejaron los que la acusaban, le dice: “Tampoco yo te condeno; ahora, vete y no vuelvas a pecar.”
Los Evangelios también nos muestran que en el proyecto de Jesús no estuvieron específicamente los pobres, ni los distintos o rechazados, sino los pecadores, es decir, la humanidad completa.
El tema de fondo de Jesús no era social, ni legal, sino teológico. Eso significa que, Jesús no fue un líder militar, político o económico, sino el mensajero que transmitió la visión de Dios y la salvación; que fue llamado a perdonar las ofensas contra Dios. Por eso se interesó ante todo por los pecadores, aquellos que iban en contra de la alianza de Dios, oponiéndose directamente a la Ley sagrada de Israel. Además, se relacionó con ellos y les perdonó en nombre de Dios. Él vino a liberar a los hombres del pecado, no de la pobreza material ni de la impureza ritual, y eso era lo que molestaba a sacerdotes, escribas y fariseos.
Tomemos en cuenta que los judíos del entorno de Jesús eran hombres de pacto o alianza pues el judaísmo no era una religión y sociedad de ley y juicio, era una religión basada en el pacto de Dios con ellos y de ellos con Dios, pacto o alianza que Dios realizó con su pueblo cuando entrega las tablas de la ley con los diez Mandamientos, ley cuyo cumplimiento era importante como narra el Ex 34,10->. Pero el centro, lo importante, de la religión y la vida social no era cumplir leyes, sino vivir unidos al pacto, que se funda en Dios y que vincula a todos los miembros del pueblo. Y esas, son características que Jesús quiso mantener en la Iglesia fundada por Él.
Si bien los judíos sabían que era necesario cumplir esas leyes, no se obsesionaron por ellas ni en sentido social, ni legal, por lo que Jesús muestra, en el Dios del pacto, la raíz de toda transformación social y religiosa, enseñando que ese Dios del pacto está por encima de las leyes del pacto, de tal forma que perdona y acoge a todos porque él es Dios, es amor y perdón.
Jesús fue condenado a muerte por instigación de los representantes sagrados del templo de Jerusalén, al que fue al final de su vida para decir, con fuerza, que el templo había perdido su sentido y que Dios perdona sin necesidad de perdón sacerdotal ni templo; y que lo mejor que puede pasar, para que el judaísmo sea verdadero judaísmo de pacto, pacto de Dios con la gente, es que el templo sea destruido.
Jesús llevó a cabo un movimiento de recreación de todo Israel, no del judaísmo de Judá, sino del Israel de las Doce Tribus, un Israel donde cabían galileos, samaritanos y judíos. Eso significa que a Jesús no le interesó el judaísmo en sí, sino Israel, el pueblo de las Doce Tribus. Él estaba convencido de que las Doce Tribus debían reunirse de nuevo, por intervención de Dios, según su mensaje y dirección. Y esa enseñanza es la que prevalece en la Iglesia hasta hoy.
En esa línea, Jesús trazó un camino de perdón y de ayuda, de curación y acogida y de multiplicación de vida y salud para los pecadores y los rechazados del pueblo. Por ello Jesús fue rechazado básicamente por los sacerdotes y el procurador romano, pues su mensaje religioso iba en contra del orden establecido.
Los historiadores añaden que un grupo de discípulos de Jesús creyeron que él había resucitado, que le habían visto vivo después de su muerte, que habían “sentido” su llamada para seguir proclamando y reiniciando el camino de su reino pues éste, por ser un tema de fe, solamente se demostró históricamente por los testimonios de las vidas transformadas por el contenido de las enseñanzas de Jesús. Hoy también se pueden conocer los muchísimos testimonios de cambios de vida por esas enseñanzas y el poder de Dios manifestado por el Espíritu Santo enviado por Jesús a las personas que acudieron a Él. En Jn 15,26-27 dice: “Cuando venga el Defensor que yo voy a enviar de parte del Padre, el Espíritu de la verdad que procede del Padre, él será mi testigo. Y ustedes también serán mis testigos”. Y en Hch 1,8: “Cuando el Espíritu Santo venga sobre ustedes, recibirán poder y saldrán a dar testimonio de mí, en Jerusalén, en toda la región de Judea y de Samaria, y hasta en las partes más lejanas de la tierra.” Como notamos en esos textos, el Espíritu Santo fué enviado para que nos mostrara el camino de bendición, para que nos mantengamos firmes en la voluntad de Dios, pero también para utilizarnos como instrumentos y demos a conocer la verdad de Jesucristo a quienes aun no le conocen y seamos entonces, por nuestras palabras y obras, sus testigos.
Las leyes del judaísmo, recreadas por Jesús, son leyes simples y universales, centradas en el amor a Dios y al prójimo, expresadas en forma de parábolas para mostrarlas al mundo entero y sean comprendidas por todas las personas.
Como resultado de la aplicación de sus enseñanzas a la vida de las personas, el pacto del perdón de Dios ha de expresarse y cumplirse en el pacto con los hombres, tal como sido formulado y vivido por Jesús, a quien precisamente juzgaron y condenaron a muerte algunos representantes del Poder, del imperio romano como del templo, es decir: sacerdotes, escribas y fariseos.
Desde el punto de vista histórico, sobre la vida de Jesús y los orígenes cristianos hay ocho sucesos indiscutibles:
1) Que Jesús fue bautizado por Juan Bautista, como cuentan Mt, Mr y Lc.
2) Que Jesús era un Galileo que predicó y realizó curaciones y obras milagrosas como se lee en los cuatro Evangelios.
3) Que Jesús llamó a doce discípulos, como encontramos en Mt 10, 1-4; Mr 3,13-19 y Lc 6,12-16
4) Que Jesús limitó su actividad a Israel;
5) Que mantuvo una controversia sobre el papel del templo como vemos en Mt 21,12-13; Mr 11,15-19; Lc 19,45-48 y Jn,2,13-22
6) Que fue crucificado fuera de Jerusalén por las autoridades romanas como narran Mt 27,32; Mc 15.21–32; Lc 23,26–43 y Jn 19,17–27.
7) Que, tras la muerte de Jesús, sus seguidores continuaron un movimiento identificable, como vemos en Hch, y las epístolas.
8) Y que algunos judíos persiguieron a miembros del nuevo movimiento, como Saulo, llamado luego Pablo, en Ga 1,13.22 y Fil 3,6. persecución que fue profetizada por Jesús en Mt 10,17 y 23,34 y duró hasta un tiempo cercano al final del ministerio de Pablo: 2 Co 11,24 y 25a; Ga 5,11; 6,12.
Sobre esta base en la que los historiadores están de acuerdo en que son datos verídicos comprobados, se pueden determinar como verdaderos, desde el punto de vista histórico, los otros datos contenidos en los evangelios, pues la existencia comprobada de estos datos permite establecer consistencia y probabilidad de las afirmaciones evangélicas, y que lo que contienen esos otros relatos también es cierto.
Además, podemos considerar que lo que sabemos de Jesús es seguro, digno de confianza y creíble, porque los testigos son dignos de credibilidad y porque la tradición es crítica consigo misma. Además, lo que la tradición nos trasmite en relación a Jesús y sus hechos, resiste al análisis de la crítica histórica. Aunque es cierto que de muchas cosas que se nos han trasmitido sólo algunas pueden ser demostrables por los métodos empleados por los historiadores, esto no significa que las no demostrables por estos métodos no sucedieran. Por otra parte, no olvidemos, que la probabilidad no es determinante pues hay sucesos poco probables que han sucedido históricamente. Lo que sin duda es verdad es que los datos evangélicos son razonables y coherentes con los datos demostrables. En cualquier caso, es la tradición de la Iglesia, en la que estos escritos nacieron, la que nos da garantías de su fiabilidad y la que nos dice cómo interpretarlos.
Vivamos pues dirigiendo nuestra vida como nos enseñan las Sagradas Escrituras, confiando en que éstas son las enseñanzas de Dios.