CON JESÚS TENEMOS UNA NUEVA FAMILIA
CON JESÚS TENEMOS UNA NUEVA FAMILIA
Jesús decía abiertamente según narran Lc 10,21 y Mt 11,25-26 “Estos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre”. Con esas palabras, Jesús, que acostumbraba a subrayar de diferentes formas la predilección de Dios por los pequeños, como lo que describe Mr 10,13-16, en donde dice: “Algunas madres llevaron a sus niños para que Jesús colocara su mano sobre sus cabezas y los bendijera. Pero los discípulos las regañaron. Al ver Jesús lo que estaban haciendo sus discípulos, se enojó con ellos y les dijo: «Dejen que los niños se acerquen a mí. No se lo impidan, porque el reino de Dios es de los que son como ellos. Les aseguro que el que no reciba el Reino de Dios como niño, no entrará en él.» Y abrazaba a los niños, y los bendecía poniendo las manos sobre ellos.” Pero también nos hace ver que, para ser verdadero seguidor suyo, miembro de su familia, la condición fundamental es cumplir la voluntad de Dios.
La predilección de Jesús por los pequeños, los desvalidos, los considerados los últimos por la sociedad, que formaban parte del grupo de sus seguidores no les unían lazos de sangre ni intereses económicos. No se habían juntado para defender su posición en la sociedad; ellos querían manifestar su honor, que consistía en hacer la voluntad del Padre de todos. Por ello no era una familia estructurada jerárquicamente: entre ellos reinaba la igualdad. Tampoco era una familia encerrada sobre sí misma, sino lo contrario, era acogedora y abierta a todos. Sin duda, estos eran los dos rasgos que más cuidaba Jesús entre sus seguidores y seguidoras: la igualdad de todos y la acogida servicial a los últimos. Esta es la herencia que quiso dejar tras de sí: un movimiento de hermanas y hermanos al servicio de los más pequeños y desvalidos. Este movimiento es el símbolo y el germen del reino de Dios, es lo que espera que nosotros continuemos, que sirvamos a todos, especialmente a los más necesitados.
En aquella familia no había maestros de la ley, porque su movimiento no debía estar dirigido por letrados que guiaran a gentes ignorantes. Todos debían aprender de Jesús y todos debían abrirse a la experiencia del reino de Dios y Él se alegraba de ello, pues a Dios le agrada revelarse a los más pequeños. Por eso la oración de Jesús que encontramos en Mt 11,25 en donde dice que Jesús “Tomó la palabra y exclamó: Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra; porque has ocultado estas cosas a sabios y entendidos, y las has revelado a la gente sencilla.”
En esa nueva familia no había tampoco padres que imponían su autoridad patriarcal sobre los demás. Nadie ejercería en su grupo un poder dominante. En el movimiento de Jesús desapareció toda autoridad patriarcal y emergió Dios, el Padre cercano que hace a todos hermanos y hermanas. Nadie estaba sobre los demás, nadie era señor de nadie, no había rangos ni clases, no había sacerdotes, levitas y pueblo, no había lugar para los intermediarios, todos tenían acceso directo e inmediato a Jesús y a Dios, el Padre de todos.
El clima que se respiraba junto a Jesús estaba muy lejos de la estructura jerárquica de Qumrán. En la comunidad del desierto nadie era admitido sin superar el debido examen “sobre su espíritu y sus obras” y la perfección de su comportamiento según una Regla de la Congregación; Jesús, por el contrario, llamó a Leví a incorporarse directamente al grupo desde su mesa de recaudador, y acogió entre sus seguidores a María de Magdala, la mujer que había estado poseída por espíritus malignos.
Mientras que, en Qumrán, cada miembro de la comunidad tenía asignado su propio lugar y “El pequeño deberá obedecer al grande” y todos “se deberían someter a la autoridad de los hijos de Sadoc, los sacerdotes que custodian la Alianza” según otra Regla de la Congregación; en la familia de Jesús, por el contrario, no había laicos que se sometieran a sacerdotes ni pequeños que obedecieran a los grandes; el ideal era “hacerse niño”, pues como dijo Jesús “de los que son como los niños es el reino de Dios” Mr 10,14b. En las comidas y reuniones de Qumrán, cada uno se sentaba en el lugar que le correspondía según su rango, como dice otra de sus reglas: “Los sacerdotes se sentarán los primeros, los ancianos los segundos y el resto del pueblo se sentará cada uno según su rango.” Con Jesús era diferente. Sus seguidores, hombres y mujeres, se sentaban en grupo alrededor de Él; nadie se colocaba en un rango superior a los demás; todos escuchaban su palabra y todos juntos buscaban la voluntad de Dios. En las comidas de Jesús no se guardaba tampoco ningún ritual ni normativa jerárquica, ni a nadie se le reservaba un lugar privilegiado.
En esa familia reinaba el amor, el servicio generoso y la humildad, como hizo ver Jesús que invitó a ocupar el último puesto en los banquetes en una parábola recogida solo por Lc 14,8-10. En el verso 11 leemos la parábola con la que expresó esa idea: “Todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado.” Por ello, dentro de esta igualdad fraterna tampoco había diferencias jerárquicas entre varones y mujeres. A ellas no se las valoraba por su fecundidad ni se las despreciaba por su esterilidad, como se acostumbraba en aquella sociedad. Jesús nunca habló de su pureza o su impureza. Las mujeres no estaban en el grupo para someterse a las órdenes de los hombres. Nadie tenía autoridad sobre ellas por el hecho de ser varón. Hombres y mujeres, hijos e hijas de Dios, convivían con igual dignidad al servicio de su reino.
Por eso en ninguno de los Evangelios se presenta a alguien desempeñando algún tipo de función jerárquica dentro del grupo de discípulos. Nadie veía a los doce actuando como “sacerdotes” con respecto a los demás discípulos. Jesús no enseñó a sus seguidores a vivir según el sistema jerárquico del templo con un sumo sacerdote, sacerdotes de diferentes linajes y un conjunto de levitas; el tipo de relación que quiso promover entre ellos tampoco se parece al modelo jerárquico de las estructuras políticas del Imperio, por lo que entre sus seguidores quedaron invertidos los valores normales de aquella sociedad. Esto significa que la grandeza no se midió por el grado de autoridad que alguno pudiera ejercer, sino por el servicio que ofreciera a los demás.
Jesús le otorgó el puesto más distinguido al esclavo, el que ocupa el nivel más bajo en el Imperio y lo dejó claro cuando los llamó a todos y les dijo: “En este mundo, como ustedes bien saben, los jefes de las naciones gobiernan sobre sus pueblos y no los dejan hacer nada sin su permiso. Además, los líderes más importantes de un país imponen su autoridad sobre cada uno de sus habitantes. Pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, si alguien quiere ser importante, tendrá que servir a los demás. Si alguno quiere ser el primero, deberá ser el esclavo de todos.” Mr 10,42-44. En estos dichos está el deseo de Jesús manifestado a sus discípulos: “El que aspire a ser grande, que se ponga a servir”. Esa idea de que el esclavo será el primero solo pudo ser suya para manifestar a todos, que cualquiera puede llegar a ocupar lugar de importancia al ser un verdadero servidor de los demás, mostrando alegría, amor y paz en todo su comportamiento.
Así quiso Jesús a su familia de seguidores: un grupo de hermanos y hermanas que le seguían para acoger y difundir el amor, la compasión y el perdón de Dios en el mundo. Jesús no quiso poner en marcha una institución fuerte y bien organizada, sino un movimiento curador que fuera trasformando el mundo con una actitud de servicio y amor. No pensó en buenos gobernantes ni en doctores expertos. No buscó buenos mandos ni hábiles estrategas. Su deseo fue dejar tras de sí un movimiento de hermanos y hermanas, capaces de vivir sirviendo a los últimos. Ellos serían el mejor símbolo y la semilla más eficaz del reino de Dios. Y eso fue lo que hizo crecer a la Iglesia, por lo que nosotros, hoy, como sus discípulos, debemos mantener esa forma de vida: vivir como hermanos sirviendo a los demás por amor y con amor y con gozo de saber que estamos siguiendo los pasos de nuestro Señor y Salvador. Y la mayor manifestación de amor a nuestro prójimo es presentarle el plan de salvación de Dios por medio de Jesús, que, como el cordero de Dios, vino al mundo para que, por medio de su sacrificio en la cruz, nuestros pecados fueran perdonados, como dice Jn 1,29: “Juan el bautista, vio que Jesús se acercaba. Entonces le dijo a toda la gente: «¡Aquí viene el Cordero de Dios que quita el pecado de la gente del mundo! Por medio de él, Dios les perdonará a ustedes todos sus pecados.”
Esto ya había sido profetizado por Is 53,2-12 que de la siguiente manera, describe el sacrificio de Jesús y lo que significa, ahí leemos que, refiriéndose al Mesías, muestra una clara imagen de Jesús en su pasión.
Ahí dice: “El fiel servidor creció como raíz tierna en tierra seca. No había en él belleza ni majestad alguna; su aspecto no era atractivo ni deseable. Todos lo despreciaban y rechazaban. Fue un hombre que sufrió el dolor y experimentó mucho sufrimiento. Todos evitábamos mirarlo; lo despreciamos y no lo tuvimos en cuenta.
A pesar de todo esto, él cargó con nuestras enfermedades y soportó nuestros dolores. Nosotros pensamos que Dios lo había herido y humillado. Pero él fue herido por nuestras rebeliones, fue golpeado por nuestras maldades; él sufrió en nuestro lugar, y gracias a sus heridas recibimos la paz y fuimos sanados.
Todos andábamos perdidos, como suelen andar las ovejas. Cada uno hacía lo que bien le parecía; pero Dios hizo recaer en su fiel servidor el castigo que nosotros merecíamos.
Fue maltratado y humillado, pero nunca se quejó. Se quedó completamente callado, como las ovejas cuando les cortan la lana; y como cordero llevado al matadero, ni siquiera abrió su boca.
Cuando lo arrestaron, no lo trataron con justicia. Nadie lo defendió ni se preocupó por él; y al final, por culpa de nuestros pecados, le quitaron la vida. El fiel servidor de Dios murió entre criminales y fue enterrado con los malvados, aunque nunca cometió ningún crimen ni jamás engañó a nadie. Dios quiso humillarlo y hacerlo sufrir, y el fiel servidor ofreció su vida como sacrificio por nosotros. Por eso, él tendrá una vida muy larga, llegará a ver a sus descendientes, y hará todo lo que Dios desea.
Después de tanto sufrimiento, comprenderá el valor de obedecer a Dios. El fiel servidor, aunque inocente, fue considerado un criminal, pues cargó con los pecados de muchos para que ellos fueran perdonados. Él dio su vida por los demás; por eso Dios lo premiará con poder y con honor».
Dice San Pablo en Ro 6,23a, “el pago del pecado es la muerte” Por lo que ahora puedes comprender por qué decimos que Jesús es el cordero perfecto que Dios envió para que fuera sacrificado en nuestro lugar para perdón de nuestros pecados.
Y en los versos del 17 al 22 San Pablo escribió a los cristianos de Roma, algo que debemos considerar seriamente los que hemos aceptado a Jesús como nuestro Salvador y lo declaramos como nuestro Señor, pues dice; “Antes, ustedes eran esclavos del pecado. Pero gracias a Dios que obedecieron de todo corazón la enseñanza que se les dio. Ahora ustedes se han librado del pecado, y están al servicio de Dios para hacer el bien.
Como a ustedes todavía les cuesta entender esto, se lo explico con palabras sencillas y bien conocidas. Antes ustedes eran esclavos del mal, y cometían pecados sexuales y toda clase de maldades. Pero ahora tienen que dedicarse completamente al servicio de Dios.
Cuando ustedes eran esclavos del pecado, no tenían que vivir como a Dios le agrada. ¿Pero, qué provecho sacaron? Tan sólo la vergüenza de vivir separados de Dios para siempre. Sin embargo, ustedes ya no son esclavos del pecado. Ahora son servidores de Dios. Y esto sí que es bueno, pues el vivir sólo para Dios les asegura que tendrán la vida eterna.
Quien sólo vive para pecar, recibirá como castigo la muerte. Pero Dios nos regala la vida eterna por medio de Cristo Jesús, nuestro Señor.
Y esa vida es la que podemos disfrutar desde ahora mientras vivimos aquí en la tierra, compartiendo con los demás, como hermanos, como Él enseñó. Es por ello que Jesús estuvo dispuesto a morir en la cruz.
Entonces, toma la decisión de actuar como dice San Pablo: “Ustedes ya no son esclavos del pecado. Ahora son servidores de Dios. Y esto sí que es bueno, pues el vivir sólo para Dios les asegura que tendrán la vida eterna. Por lo que ahora tenemos que dedicarnos completamente al servicio de Dios. Y esto significa vivir de acuerdo a las enseñanzas de Jesús, que dijo: “No crean ustedes que yo he venido a suprimir la ley o los profetas; no he venido a ponerles fin, sino a darles su pleno valor.” Mt 5,17.
Y para vivir según Jesús enseñó debes conocer sus enseñanzas, y lo harás al leer y estudiar los Evangelios, y cuando lo vayas a hacer, pide a Dios que su Espíritu Santo te conduzca para que comprendas lo que ese texto tiene para ti, porque las Sagradas Escrituras tienen para los hijos de Dios enseñanzas que van mas allá de ser solamente historias, es la Palabra de Dios que quiso dejar plasmada a través de algunos escogidos, para que tuviéramos acceso a ella y conociéramos sus enseñanzas, sus normas y mandamientos, como las bendiciones que tiene para nosotros, pero como Padre amoroso, nos enseña también el castigo o maldiciones que podemos evitar si nos comportamos como Él quiere que lo hagamos.
Para conocer las bendiciones para los que obedecen y las consecuencias de la desobediencia, lee el Dt 28.
Nuestro Padre celestial mostró siempre su gran amor, como cuando nos dice en el Dt 31, 12 y 13 en donde, para que entendamos la importancia de conocer las Sagradas Escrituras, se lee que Dios le dijo a Moisés: “Leerás esta ley ante todo Israel. Reunirás al pueblo, hombres, mujeres y niños y al extranjero que reside en tus ciudades, para que escuchen y aprendan a respetar al Señor Dios de ustedes, observando cuidadosamente todos los mandatos de esta ley. También sus hijos, que no la conocen todavía, deberán oírla, para que aprendan a respetar al Señor Dios durante todo el tiempo que vivan.”
Y en el Dt 30,6; 8-10; 14-16 leemos lo que Dios le dijo a Moisés que debía trasladar su pueblo: “Dios Pondrá la marca de la alianza en el corazón de ustedes (refiriéndose al sello del Espíritu Santo que recibimos en nuestro bautismo) y en el de sus descendientes, para que lo amen (a Dios) con todo su corazón y con toda su alma, a fin de que tengan vida. Y ustedes se volverán al Señor su Dios y lo obedecerán, y pondrán en práctica todos los mandamientos que yo les ordeno hoy. Entonces el Señor les hará prosperar en todo lo que hagan. Sí, el Señor su Dios volverá a complacerse en hacerles bien, si es que obedecen al Señor su Dios y cumplen sus mandamientos y leyes escritos en este libro de la ley, y se vuelven a él con todo su corazón y con toda su alma. “Este mandamiento que hoy les doy no es demasiado difícil para ustedes, ni está fuera de su alcance. Al contrario, el mandamiento está muy cerca de ustedes; está en sus labios y en su pensamiento, para que puedan cumplirlo.
Miren, hoy les doy a elegir entre la vida y el bien, por un lado, y la muerte y el mal, por el otro. Si obedecen lo que hoy les ordeno, y aman al Señor su Dios, y siguen sus caminos, y cumplen sus mandamientos, leyes y decretos, vivirán y tendrán muchos hijos, y el Señor su Dios los bendecirá”
Por eso la gran importancia de conocer las Sagradas Escrituras. Sobre todo, sabiendo que Jesús dijo: “No crean ustedes que yo he venido a suprimir la ley o los profetas; no he venido a ponerles fin, sino a darles su pleno valor.” Mt 5,17 lo cual significa que debemos considerar que, si bien sus enseñanzas contenidas en los Evangelios son muy importantes, también debemos conocer toda la Biblia, para comprender también los antecedentes y enseñanzas de Dios a las que hizo referencia Jesús, las cuales, si desconocemos el Antiguo testamento no podremos comprender a cabalidad. Por ello mi invitación es a que, para ser un fiel servidor de Jesús y miembro de esa familia escogida por Él a la cual te llamó y de la que tú quisiste ser parte, comprendas sus enseñanzas y las tomes como guías para tu vida, para lo cual debes leer, estudiar y meditar las Sagradas Escrituras para vivir de acuerdo con la voluntad de Dios. Entonces, serás como aquel pequeño grupo de sus discípulos, y serás bendecido, y tú bendecirás a tu prójimo, porque, con tu vida, con tu disposición de amar a los demás sin esperar nada a cambio, mostrarás a Jesús y sus enseñanzas, y así estarás cumpliendo con tu parte para ampliar el Reino de Dios.
Que así sea.
